El azabache caminaba con paso pesado, frustrado a través del bosque, caminando por horas en medio de la lluvia.

No era tan intensa, lo cual le permitía caminar sin problemas . Pero a pesar de eso, no podía creer lo que sus ojos estaban viendo.

El camino para llegar más rápido al pueblo, evitando el puente, yacía en ruinas, bloqueado por los árboles caídos que cubrían el terreno como esqueletos gigantes.

Ramas rotas y los troncos astillados estaban entrelazándose entre sí, como una reja, formando una barrera impenetrable que impedía cualquier avance. El suelo estaba cubierto de hojas secas y pequeños árboles quebrados, las rocas sueltas y los escombros estaban esparcidos por todo lados. Los árboles habían arrastrado consigo la tierra y las rocas, dejando al descubierto las raíces desnudas y retorcidas.

Nunca terminaria su tortura. La montaña misma parecía haber cambiado de forma, como si la tormenta hubiera arrancado el terreno y decorado el paisaje con una mano destructora.

El aire estaba lleno de un olor a tierra mojada y madera podrida, el silencio era solo roto por el crujir de las ramas debajo de sus pies, escuchando el susurro del viento, más el suspiró de su frustración. El viento soplaba sutilmente, haciendo que el aire se sintiera pesado y quieto, como una capa de hielo que cubría todo a su paso.

De sus labios exhaló un frío húmedo que se filtraba en los huesos, haciendo que cada paso pareciera una caminata sobre un río helado.

Apuró el paso, seguramente la rosada estaba muriéndose de frío y no tenía pensado en cargarla, y mucho menos tendría la paciencia de cuidar a un enfermo.

Jamás en su vida.

Con cada paso, su frustración crecía. Golpearía las ramas rotas con un bastón, como si intentara descargar su ira en el mismo bosque al pensar en eso.

Por un momento, maldijo a la naturaleza por ponerlo en esa situación, a pesar de la belleza natural que una vez rodeó ese lugar, ahora solo quedaba desolación. Él parecía ser el único ser vivo en ese crudo paisaje.

El sol se estaba ocultando lentamente.

A medida que descendía, su paso se volvía más rápido, escaneando el terreno en busca de cualquier señal de alimento o siquiera de un refugio seguro. Incluso una cabaña le vendría bien.

Mientras caminaba, su mirada se movía rápidamente de un lado a otro, buscando cualquier cosa que pudiera ser útil. Examinaba cada árbol, cada roca, cada arbusto, en busca de frutos, nueces o cualquier otra cosa comestible.

De repente, se detuvo y olfateó el aire, como si hubiera detectado algo. Su mirada se fijó en un punto a lo lejos y comenzó a caminar hacia allí con rapidez. Hasta que finalmente lo encontró.

Moras.

Perfecto. Se detiene en su camino y mira con algo de alegría el árbol de moras caído al suelo. No era mucho, pero si lo suficiente para la rosada. Él podría aguantar todo tipo de situaciones, pero ella, con lo debil que se veía era obvio que no.

Se agachó para recoger algunas y llevarlas a la cueva. Con eso, la rosada podría recuperarse más rápido y aguantar el camino, y por fin despertar de esa horrible pesadilla, lo cual lo tenía atrapado con sus insaciables gritos.

Las tomó casi con gusto. Pero su expresión cambió rápidamente cuando recuerda su objetivo principal. Encontrar una cabaña,

Ya tenía la comida, no moriría de hambre dentro de la cueva o algo peor. Ahora le faltaba algo de ropa.

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