___¡Cream!___ gritó, llamando a su pequeña hermana con una sonrisa.
Habían pasado unos días desde su regreso y todo parecía volver a la normalidad. La emoción y el revuelo de su llegada se habían disipado, y por primera desde hace mucho tiempo, habían podido descansar sin preocupación
Después de la fiesta de bienvenida, había disfrutado de una noche inolvidable y unos días largos de descanso. Había pasado tiempo con sus amigos, compartiendo risas y anécdotas casi todos los días.
La casa estaba llena de la energía de la pequeña coneja, que corría de un lado a otro sin parar. Tomando lo necesario antes de salir por completo de su casa.
La rosada no podía evitar sonreír al ver a su hermana pequeña tan feliz y llena de vida. Por un momento se sentía agradecida por la tranquilidad y la normalidad que habían recuperado en su hogar por su ausencia.
Quería compartir su alegría con los nuevos amigos de Solier, que la habían ayudado a regresar al pueblo, pero lamentablemente no los encontró en ese momento. La albina en particular, había desaparecido después de la celebración de su llegada. Esa noche había intentado buscarla, ansiosa por preguntarle sobre el verdoso y por qué no se encontraba con ellos.
Sin embargo, sus amigos la habían distraído y llevado a rastras a disfrutar de la fiesta, sin dejarle tiempo para buscarla.
La rosada se sentía un poco frustrada por no haber podido hablar con ella, pero sabía que ahora tendría la oportunidad de hacerlo. La curiosidad la consumía, y quería preguntarle qué había pasado con el verdoso y agradecer todo lo que había hecho con ambos.
Con suerte, sabía exactamente a dónde iría, así que decidió ir y visitarla acompañada de su pequeña hermana.
Saludó a los vecinos con una sonrisa mientras caminaban por el largo camino hacia la casa de uno de sus mejores amigos . Aunque la mayoría de los habitantes del pueblo habían insistido en que no saliera sola. No quería molestar a nadie, y su hermana era la compañía perfecta para mantenerla tranquila.
Agradecía el interés y la preocupación que el pueblo mostraba hacia ella, pero las preguntas constantes sobre su desaparición empezaban a ser agobiantes. No estaba lista para compartir todos los detalles de su experiencia, así que era un alivio tener a su hermana como compañía, mientras los demás volvían a sus labores.
A medida que se alejaban del pueblo, el silencio y la tranquilidad se apoderaban de ella. El canto de las aves llenaba el aire, y el sol brillante calentaba su piel. La naturaleza parecía haberse despertado a pesar de que habían estado caminando casi desnuda por el bosque. Se sentía renovada y en paz, con su ropa puesta, sintiéndose otra vez ella.
Después de unos kilómetros, la casa del rojo apareció entre muchas a lo lejos. Camino con prisa, se sintió ansiosa por encontrar respuestas y reencontrarse con su amiga una vez más, ya que después de la celebración, pasó varios días sin verla. Además, tenía quitar y duda en su interior. Algo que en ocasiones, no la dejaba dormir.
Aún recordaba perfectamente, como todo el camino, evitó mirar al azabache a los ojos y hablar con él. Aún le atormentaba el beso que habían compartido en la cabaña de la albina.
Su comportamiento aquella noche la mortificaba. En la forma como se había entregado, en la manera que lo había abrazado, correspondiendo a ese beso, acariciando su cuerpo.
Agitó la cabeza, tratando de calmarse, pero como el azabache no había sacado el tema, ella optó por hacer lo mismo. No obstante, el silencio entre ellos se volvió cada vez más incómodo y agobiante en todo el camino, antes de llegar al pueblo.