Los árboles gigantescos lo rodena, sus ramas entrelazadas como dedos que cierran el cielo. La luna luce débilmente a través de las hojas, proyectando sombras danzantes en el suelo y en sus ojos.
El silencio es casi palpable, solo interrumpido por el crujir de ramas y el susurro del viento a su alrededor, mezclado de pequeños llantos y sutiles jadeos.
El azabache seguía sentado en el suelo, con la rosada acurrucada en su pecho y su cabeza enterrada en su hombro. Ella lloraba desconsoladamente, podía sentir el sacudir de su cuerpo por sus sollozos violentos, pero en silencio, como si se estuviera tratando de contenerse.
Él giró los ojos ya cansado. En un acto de compasión, le rodeó con sus brazos, devolviendo el abrazo incluso e intentando calmarla.
Pero ella no lo hizo.
Seguía llorando, su respiración se volvia más entrecortada, parecía que su corazón estaba desgarrado por la por dentro, recordando ese horrible momento. Apretaba el abrazo en su cuello, como si buscará refugio en su calor y protección.
Por un momento, se sintió abrumado por la intensidad que intentó separarla. No le agradaba el contacto físico y menos viniendo de una persona como ella, pero, de alguna manera, se sneria incapaz de hacerlo.
Nunca la vio de ese modo. Tan indefensa. Incluso en el pueblo, donde algunas veces, solía causar problemas y de vez en cuando salirse con la suya. Pero verla llorar, de ese modo, podría decirse que era imposible. Pero, ahora, casi se estaba muriendo de llanto en sus brazos.
El azabache suspiró, entendiendola.
Podía sentir el peso de su dolor, la intensidad de su miedo. Todo lo que había pasado. Lo que había sufrido. Golpeada, maltratada, abandonada en medio de la nada al verlo marcharse seguramente. Temerosa e incluso vulnerable.
Había pasado por muchas cosas que no veía diariamente y menos vivirlas, pero él ya estaba acostumbrado. Que lo único que podía hacer en esos momentos era dejarla allí, hasta que logrará calmarse.
Las horas pasaron rápidamente. No podía definir cuánto, pero sí podía ver como la luna bajaba lentamente al igual que el cansancio en sus ojos.
Sentado en el suelo, con ella acurrucada en su pecho. Cansaba. Su llanto ha sido un acompañante constante a lo largo de la noche, un sonido que ya lo tenía harto. Cada sollozo aunque silencioso, era desgarrador. Lo había hecho sentir impotente, colérico por dentro, preguntándose si habia hecho lo correcto. Quisas debios matarlos. Acabar con su vida.
Pero ahora, después de lo que parecia ser una eternidad, su llanto había cesado. Su respiración se hacia más lenta, tranquila y pesada. Entonces se dio cuenta de que se había dormido en su pecho, agotada y seguramente, cansada.
Por fin siente un alivio silencioso. Respira profundamente y sin darse cuenta, ella lo hace hace lo mismo. Lanrosa solto un suspiro interno, que por un momento le permitió relajar sus hombros y la mayor parte de sus brazos. Intentó nuevamente en separarla, pero el resultado fue el mismo.
Suspiró pesado, girando los ojos en blanco y bajando los párpados lentamente. Estaba cansado de luchar contra su propio cansancio que decidió dejar que siguiera durmiendo allí.
Tomandola de la cintura con firmeza, se recostó en el suelo, con ella arriba de él, aún acurrucada en su pecho, acomodándose a su postura, sintiendo como su rostro se escondía en su cuello de manera rápida, como si fuera su maldita almohada.
Apretó los labios un poco, pero intentó calmarse. Por tercera vez. Estaba dispuesto a dejar a un lado su molestia, para permitir que duerma en paz.
Ambos seguían empapados de agua. Su ropa Estaba pegada a su cuerpo, su cabello mojado y enredado le causaba molestias, pero en ese momento, nada de eso importaba. Solo quería descansar un poco. Por dentro se preguntó, por cuando tiempo estarían de esa forma, sin llegar al pueblo. Cuanto tiempo estarían perdidos en medio de la nada.