11. La prueba de fuego

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Durante todos los días de las semanas siguientes nos reuníamos por las noches durante dos horas para llevar acabo los entrenamientos, ya se estaba volviendo una rutina, y empezaba a sentir toda la presión de llevar una doble vida. Durante el día era Daniel Front, un estudiante promedio, respetuoso del régimen, sin muchos amigos, que solamente se dedicaba a estudiar. Pero por las noches ese chico desaparecía y daba lugar a alguien más. Sin embargo sospecho que el verdadero Daniel era el que surgía cuando el sol se ocultaba, y el que asistía a la escuela y trataba de encontrar los chistes de Sam graciosos había sido solo un capullo en que el otro había ido creciendo.

Tras la primera semana dejé de tener problemas para controlar mis poderes, y, según lo que contaban, mis compañeros también. Por ejemplo, Jax ya había dejado de llevar guantes todos los días al colegio por miedo a que su poder se manifestara de repente, totalmente en contra de su voluntad.

No solo estábamos aprendiendo a controlar mejor nuestros poderes, sino que también nos estábamos convirtiendo en un mejor equipo. Gladiador y mi padre ya ni siquiera tenían que estar presentes durante los entrenamientos para que no nos destruyeran de inmediato, y se dedicaban a observarnos y darnos consejos desde la sala de mando. Cada vez tardábamos menos en desmantelar a los ejércitos enemigos y ciertamente se sentía bien. Sin embargo no era la realidad, y todo lo que estábamos aprendiendo ahí adentro podía quedar obsoleto para el momento que pusiéramos un pie fuera de la guarida.

De todos modos, por el momento, no nos preocupábamos demasiado por eso. Estábamos totalmente concentrados en aprender a funcionar como equipo y a poder aportar nuestro grano de arena desde nuestros poderes individuales.

Pero sabíamos que en algún momento, inevitablemente, íbamos a tener que salir a pelear, y mi padre y Edward querían que estuviéramos totalmente preparados para cuando el momento llegara.

Una noche, tras uno de nuestros entrenamientos más arduos, me sentía totalmente agotado, así que ni bien salí de la sala fui a un rincón y me desplomé sobre una vieja y oxidada silla, con la mirada perdida en el suelo. El resto, excepto Felicity, quien se fue a ver en que estaba trabajando Joel, se acercó a la vieja heladera y sacaron unas botellas de agua que bebieron como si su vida dependiera de ello. Yo los miraba desde el oscuro rincón en el que me encontraba y no pude evitar sonreír, aquel grupo de jóvenes eran mis nuevos amigos, los únicos que me conocían por quien realmente era. De repente me percaté de que Felicity me miraba desde donde estaba y, aunque traté de no hacerlo, no pude evitar devolverle la mirada. Ella me miro e hizo una mueca como de sonrisa, pero yo solamente baje mi cabeza. Antes de que me diera cuenta ella estaba arrastrando una silla y sentándose a mi lado.

—Dan... ¿Te pasa algo? —preguntó con una voz suave.

—Nada, solo estoy agotado —dije sin levantar la vista del suelo.

—Está bien... ¿Sabes en que estaba pensando?... Nunca te pedí perdón por darte una paliza cuando nos conocimos. —No la estaba mirando, pero supe que una sonrisa se había formado en su rostro, y eso basto para que una se formara en el mío.

—Disculpa aceptada, yo nunca te pedí perdón por ser un acechador psicópata —levanté mi vista y mis ojos se encontraron con los de ella.

—Aceptada —dijo con una gran sonrisa Felicity—. Lamento que se haya puesto tan incómodo luego de que dijeras que... soy bonita, pero no tiene por qué seguir así ¿Podemos empezar de nuevo?

—Me parece bien.

Reímos un poco y luego se hizo un silencio, pero este se sentía bien, no tuve la necesidad de llenarlo con algún comentario estúpido o banal. Era la primera vez que hablábamos los dos solos, y estaba yendo mejor de lo que esperaba.

Mundo de héroes: El inicio de Los VigilantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora