Capítulo 13

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Capítulo 13

Ciencia.

Fina Valero.

Se libera oxitocina, la popularmente llamada como hormona del amor, en el cerebro, provocando que el vínculo emocional se fortalezca. Se reducen los niveles de cortisol, la hormona del estrés, desplumándote en un instante de la ansiedad, y ayudándote a recuperar la calma y la tranquilidad. Suben los niveles de serotonina y dopamina, regalándote un chute de bienestar y felicidad. Aumenta la producción de endorfinas, que son analgésicos naturales de nuestro cuerpo, aliviando cualquier tipo de dolor. Y, además, así a modo de regalo, los abrazos te ayudan a fortalecer la conexión emocional que creías haber perdido en algún momento.

Ciencia pura.

Como médica debería sentirme avergonzada por no haber logrado detectar que lo que iba a hacerme recuperar el buen humor era eso. Pero es que la conclusión no era esa. La conclusión a la que llegué pasadas las horas y mirándolo con perspectiva, era que ese abrazo lo llevaba necesitando desde hacía seis días. Justo los días en los que la señora De la Reina llegó a mi vida.

Era consciente de toda la tensión que había ido acumulando por culpa de los acontecimientos extraordinarios que estábamos viviendo. Carmen era capaz de desconectar por momentos y recuperar parte de su vida, manteniéndose estable gracias a ello. Con Marta pusimos todo lo que sabíamos sobre la mesa para tratar que su estado de ánimo no terminase hundiéndola aún más de lo que estaba. Carmen le regaló su tranquilidad más natural, y yo... Bueno yo le entregué tanto mis conocimientos en medicina, como el apoyo en lo emocional. Pero ¿y a mí? A mí nadie me contuvo. A mí nadie me decía que todo iba a estar bien, que íbamos a encontrar una solución real, ni que el asunto se arreglaría pronto. A mi nadie me ayudaba a superar el miedo, los nervios, la tensión o el desconcierto que sentía cada vez que la situación se complicaba. Estar acostumbrada a tratar con pacientes, no te hace inmune al dolor o a los problemas que puedan sufrir, por supuesto. Pero cuando sales del hospital tienes que hacer el esfuerzo de centrarte en tu vida y seguir adelante. Pero esa vez la paciente estaba en mi casa, en mi mundo. Comía, bebía, se vestía, me miraba, reía, lloraba, sufría, se desmayaba junto a mí, y todo mi esfuerzo se concentraba en contenerla a ella. Pero a mi nadie me sostenía. A mi nadie me abrazaba y me decía que todo iba a salir bien. Hasta que lo hizo ella.

Estoy convencida de que no me voy a olvidar jamás de lo que sentí al recibir su abrazo. De como me liberé de una presión que me estaba asfixiando, y que mi cerebro, probablemente para librarme de un malestar físico, había proyectado hacia unos celos absurdos.

La mañana del domingo 7 de julio me despertó la luz del sol entrando ya por la ventana de la habitación, y lo primero que hice fue sonreír sin un motivo aparente. De hecho, ni siquiera descubrir que Marta no estaba en su cama cambió mi estado. Sonreí aún más al salir y verla sentada en la terraza, del mismo modo que lo había hecho en varias ocasiones en mi propio piso. Pero esa vez con unas vistas que lo merecían. Sonreí aún más al ver que no se había percatado de mi presencia, porque sus ojos se centraban en un punto fijo del mar que yo no lograba detectar desde mi posición. Mientras, sostenía uno de los bolígrafos que le regalé y, sobre la mesa, el cuaderno abierto de par en par.

No pude evitar sentir algo de curiosidad por saber lo que debía estar escribiendo en él. Eran apenas las 8 de la mañana cuando, tras varios minutos observándola, algo ya habitual de hecho, me decidí a darle los buenos días. Su sonrisa al verme subió mi autoestima hasta cuotas insospechadas.

—Buenos días, dormilona —me dijo—. Veo que has dormido bien.

— ¿Tanto se me nota? —le pregunté acercándome, y sabiendo de antemano la respuesta. Mis ojos debían estar lo suficientemente hinchados como para saber que había dormido toda la noche.

CRUSHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora