Capítulo 19
Amigas.
Fina Valero.
No me despertó el sol entrando de lleno por el balcón. Ni tampoco el ruido de los coches de la calle o el ventilador del techo, que a pesar de ser último modelo y silencioso total, podíamos escuchar el girar de sus aspas cuando aumentabas la velocidad. Lo que me despertó la mañana del viernes 12 de julio, a eso de las 8:30, fue el simple y escueto crujir de la puerta cuando la cierras, aun haciéndolo con toda la delicadeza del mundo.
Me jodió lo más grande. Y no precisamente por la hora, o porque me despertase. Me jodió porque quien cerró la puerta no fue Marta, como solía hacer cada mañana al despertar antes del amanecer. Fue Carmen quien me privó del maravilloso momento.
Digo que me privó porque esa noche, Marta volvía a dormir con su peculiar forma de hacerse una bolita, sí, pero a diferencia de los otros días no lo hizo en el lado opuesto de mi cama, sino entre mis brazos. Y eso era un privilegio que yo no me quería perder.
Ni el calor me quitó el regalo de dormir prácticamente toda la noche abrazada a ella. Miento, fue ella quien se cobijó entre mis brazos, y así permanecimos hasta que el dichoso "clic" del picaporte de la puerta me despertó.
El beso. El maravilloso y jodidamente perfecto beso que Marta me regaló aquella noche, hizo que todo, absolutamente todo, cambiase entre nosotras en las siguientes horas. Porque después de él, después de que yo subiese al cielo y bajase veinte veces al menos por culpa de sus labios, me pidió compañía con su mirada. Me suplicó que simplemente la cobijara y le hiciera sentir que no estaba sola, que no se iba a convertir en esa mujer de la leyenda que vagó eternamente por el Puente de San Martin. Y yo no tuve más que ofrecerle que mis brazos, y mi cama.
Ni siquiera cenamos. Ni hablamos. Marta y yo decidimos acabar el 11 de julio tratando de desconectar nuestras mentes, y refugiadas en ese abrazo que nos duró toda la noche. Me quedé dormida sintiendo como sus dedos me regalaban pequeñas caricias en mis manos y brazos, mientras me esmeraba en que ella pudiera sentirse segura junto a mí. Y nos sirvió tanto, que creo que fue la primera noche desde que ella llegó a mi vida, que las dos dormimos durante toda la noche sin despertarnos.
Como para no hacerlo. Ni siquiera los nervios que se me metieron en el estómago cuando me arrastró hacia la cama con sutileza, consiguieron que me desvelase. Marta no pretendía llegar a algo más que ese beso que me entregó. Y yo, lógicamente, tampoco tenía en mis pensamientos avanzar un centímetro más de lo que ella estuviese dispuesta a permitirme. Y no por falta de ganas, por supuesto. Sino porque podía sentirlo. Porque sus gestos y su mirada me suplicaban cariño, cobijo... Un hogar. Y de la única forma que yo podía entregarle algo así, era aquella. Mi cuerpo como almohada, y toda la seguridad que mi abrazo pudiera ofrecerle.
Por eso me fastidió tanto que el simple sonido de la puerta acabase con mi sueño. Porque no solo me habia despertado, sino que habia activado mi cerebro, el mismo que durante la noche se durmió con nosotras para permitirme disfrutar de esas horas en calma. Saber que Carmen acababa de vernos así, dormidas y abrazadas en la cama, me hizo reaccionar tras unos segundos en los que simplemente trataba de acomodarme y entender por qué Marta seguía abrazada a mí.
Miento si digo que no tuve la tentación de volver a besarla al encontrarme con su rostro tan cerca. Pero, lógicamente, me limité a contemplarla por algunos minutos, y pensar en la forma de deshacer el abrazo sin terminar con su sueño.
Ni siquiera sé como lo logré, pero lo hice. Marta con su postura de bolita me lo puso fácil. Y apenas unos diez minutos después de despertarme, salí de la habitación evitando que la puerta volviera a crujir como lo hizo con Carmen.
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CRUSH
RomanceFina, una joven del 2024, y Marta, una mujer de 1958, se encuentran inesperadamente en el presente debido a un inexplicable viaje en el tiempo. A pesar de venir de épocas tan diferentes, sus caminos se cruzan en un mundo contemporáneo que les result...