Capítulo 31

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Capítulo 31

Secretos.

Marta de la Reina.

El martes 4 de julio amaneció un poco más cálido que los días anteriores, y distinto. Había algo en el aire que me hacía sentir más ligera, como si el día anterior hubiese marcado un cambio. Había sido especial, no por los eventos en sí, sino por la forma en la que mi promesa parecía haber calado en ella, y el entendimiento entre nosotras volvía a ser más fluido.

Al llevarla al dispensario, esa idea mía de hacerla pasar por doctora en Estados Unidos resultó casi brillante. Fina se desenvolvió con una seguridad que me sorprendió, y lo que más me gustó fue cómo Luz no solo no se ofendió, sino que mostró una curiosidad genuina por los métodos de Fina. Verla hablando de medicina, con ese brillo en los ojos, me hizo sentir algo... extraño. No era solo orgullo, era más profundo. Quería verla bien, verla siendo ella misma en este mundo que aún no entendía del todo. Es más, fue ella, Luz, quien le pidió que acudiese más a menudo al dispensario, y le hiciera partícipe de esas "nuevas y modernas técnicas" que conocía por trabajar en un país tan moderno y avanzado como los Estados Unidos.

No le disgustó la idea a Fina, que llegó incluso a preguntarme si podía ir algún día. Yo, por supuesto, asentí. ¿Cómo no iba a permitirle algo así? Sobre todo, porque, aunque le habia informado a mi padre y hermanos que iba a tomarme un poco de tiempo, antes de volver a mi trabajo, cediendo casi todas mis responsabilidades a una de las chicas de la tienda, mi presencia en la fábrica seguía siendo casi obligada. Y el hecho de poder tener a Fina cerca, en el dispensario, me lo iba a poner mucho más fácil.

Después de la visita a Luz, no pude resistirme. La llevé a la fábrica. Quería que supiera quién era yo realmente, quería compartirle esa parte de mí que muy pocos conocen y que tantas dudas le provocaron cuando trataba de convencerla de que realmente existía la fábrica, cuando llegué a su casa. Fina caminó a mi lado, con su dificultad, observando cada rincón con la boca ligeramente entreabierta, y yo, silenciosa, disfruté cada una de sus reacciones.

Cuando le enseñé mi despacho, noté cómo sus ojos recorrían cada detalle: la silla de cuero, la lámpara de escritorio que apenas iluminaba los papeles sobre la mesa, la pequeña ventana que daba a la calle. Sentí que, en ese instante, llegó a imaginar que estaba dentro de una de esas películas de las que me habló, y en la que recreaban a la perfección mi presente. Y me alegré de que lo viese de aquella forma, porque en cierto modo, estaba viendo una faceta de mí que nunca había mostrado. Quizás porque siempre me ha resultado fácil ocultarme detrás de la discreción, o tal vez porque no había tenido a nadie a quien querer mostrarle esa parte de mi vida. Fina fue, probablemente, la primera persona ajena a mi familia a quien yo le mostraba mi lugar de trabajo, mi verdadero mundo, a consciencia.

Luego la llevé a la tienda, donde conoció a las chicas, y descubrió las maravillas que teníamos a la venta cuidadosamente expuestas. Los productos que habíamos logrado fabricar con tanto esfuerzo. Después, la colonia, el lugar donde vivían nuestros trabajadores, llamó poderosamente su atención. No necesité palabra alguna para saberlo. Para ella, que tuviésemos un lugar destinado al hospedaje de las y los trabadores de la propia fábrica, era algo realmente extraño. Y, por último, visitamos la cantina, donde incluso llegamos a almorzar. Me di cuenta de que ella lo observaba todo con detenimiento, como si realmente de verdad estuviese viviendo en una película. Muy diferente a lo que yo sentía cuando llegué al 2024. Mi único pensamiento hasta que logré más o menos entender que es lo que me habia pasado, era que el mundo se habia vuelto loco. Que no era yo la que estaba fuera de su lugar, sino el resto.

Pero lo que más me conmovió fue su silencio. No hacía falta que hablara, sus ojos lo decían todo. Vi en ella la sorpresa y, probablemente, el recuerdo de nuestra fábrica hecha ruinas estuvo merodeando todo el tiempo por su cabeza. Parecía que, por primera vez, estaba entendiendo la magnitud de lo que mi familia había construido aquí. Y aunque no lo dijera, su mirada me confirmó que se sentía orgullosa, o al menos impresionada. Fue un pequeño triunfo para mí, aunque jamás se lo hubiera confesado en voz alta.

CRUSHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora