Capítulo 44

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Capítulo 44

En su casa.

Fina Valero.

Todo pasó tan rápido que me cuesta asimilarlo. Ahí estaba yo, debajo del pórtico, con las manos temblorosas y mirando a Marta, que se mantenía firme, aunque podía ver el dolor en sus ojos. El reloj que me había dado aún pesaba en mi mano, y de repente me di cuenta de la magnitud de ese gesto. Me estaba dando algo más que un objeto, me estaba entregando parte de su vida. Era de su madre, me dijo una vez.

Me acerqué un poco al centro del pórtico, sentía el pulso acelerado, como si mi cuerpo ya supiera que algo me estaba por suceder. Todo me parecía irreal, la ciudad, el puente, el cielo que brillaba en un azul casi insoportable, y, sobre todo, Marta, que me seguía mirando como si quisiera grabar cada segundo en su memoria.

"Te quiero", susurré una vez más, aunque sabía que no había palabras suficientes para decirle todo lo que sentía. Y, aun así, me quedé con la sensación de que no era suficiente. ¿Cómo se dice adiós a alguien que sabes que ya nunca más vas a volver a ver? Me mordí el labio, dudando por un segundo si salir corriendo hacia ella, y deseé que no funcionara, que ese vórtice no se abriera.

Marta me asintió, dándome permiso para dar ese paso que me arrancaba el alma, ajena a esas últimas dudas que estuvieron a punto de hacerme salir corriendo. Solté el aire que no sabía que estaba conteniendo, y sentí como todo a mi alrededor se volvía silencioso, incluso las campanas que seguían sonando en algún lugar de Toledo.

Sentí que, de nuevo, una fuerza tiraba de mí, y cuando entendí lo que estaba sucediendo, la miré y todo se desvaneció ante mis ojos. La oscuridad me cegó, y de mí volvió a salir su nombre, reclamándola, suplicando que volviera a aparecer frente a mí.

No lo hizo.

El vértigo me golpeó fuerte, como si el suelo bajo mis pies hubiera desaparecido. Todo a mi alrededor se volvió oscuro, y sentí que el aire se me escapaba del pecho. Me tambaleé, perdiendo el equilibrio, y apenas logré apoyar las manos contra la pared del pórtico para mantenerme de pie. La rugosidad de la piedra fue lo único que me ancló a la realidad, mientras la cabeza me daba vueltas, igual que la primera vez que me pasó.

Era como si el vacío me tragara. El sonido desapareció, y solo quedaba ese eco sordo que me hacía sentir completamente desconectada. No sé cuánto tiempo pasó, pero de repente, una luz, tenue al principio, comenzó a regresar, a llenar el espacio. Fue entonces cuando escuché una voz, cercana, insistente.

—¿Estás bien? Oye, ¿estás bien?

Un chico. Me asusté. Todavía no entendía dónde estaba, ni qué había pasado. Lo único que sentía era el miedo corriéndome por las venas, y mi instinto de defensa se activó. Sin pensarlo, lo empujé con brusquedad, como si estuviera intentando hacerme daño.

—¡No, no me toques! —grité, aterrada, retrocediendo unos pasos y apoyándome de nuevo contra el pórtico para no caerme.

Mi cabeza seguía dando vueltas, pero poco a poco, la claridad empezó a volver, aunque seguía aturdida, confusa. El chico levantó las manos mostrándome las palmas y retrocediendo un poco, siendo consciente de que estaba asustada.

—Tranquila, tranquila —dijo con una voz calmada—. No te voy a hacer nada, es solo que... se te ha caído esto.

Solo entonces me di cuenta de lo que sostenía en sus manos. El reloj. El reloj de Marta. Mi respiración se cortó, y todo el miedo que sentía se transformó en un nudo en la garganta. Mi mirada fue de él al reloj, y de nuevo a él, mientras la realidad empezaba a golpearme.

Estaba de vuelta.

Estaba de vuelta en mi tiempo.

Lo recuperé de un tirón, abrazándolo contra mí, como si fuera mi propia vida en ese instante.

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