Capítulo 48

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Capítulo 48

Con todo mi amor.

Fina Valero.

Creo que, si alguien hubiera intentado quitarme la carpeta de cuero de entre mis brazos, habría tenido que arrancarme los brazos para conseguirlo.

No exagero. La tenía tan pegada al cuerpo que era como si fuera parte de mí. No sé ni cómo salí de la notaría, ni cómo me despedí del notario. No recuerdo si mi padre me dijo algo en el camino. Todo era un borrón, una nebulosa de sensaciones y pensamientos caóticos.

Solo sé que el trayecto desde la notaría hasta la casa de mis padres lo hice con la carpeta entre mis brazos, aferrándome a ella como si fuera el bien más preciado del mundo. Del universo. Y no precisamente por el contenido material, sino por lo que significaba para mí.

Una señal.

Eso era. Una señal de Marta. Y no una cualquiera, sino una señal mastodóntica, gigantesca, tan poderosa que casi no podía creerlo.

El simple hecho de que aquella carpeta, cerrada durante más de 60 años, hubiera terminado en mis manos era... abrumador. Aterrador, incluso. Pero también, de alguna forma, esperanzador. Marta había encontrado la manera de que su rastro no se perdiera en el tiempo, de que yo supiera algo más de ella, de lo que había sucedido después de que nos separáramos.

Apreté los dedos sobre el borde de la carpeta. Mi padre hablaba a mi lado, pero sus palabras flotaban en el aire, ininteligibles, como si vinieran de otro planeta. Mi mente estaba atrapada en esa idea, en esa carpeta.

El simple hecho de saber que dentro habia algo de ella para mí, me hacía sentir un vértigo extraño, como si estuviera al borde de un precipicio y no supiera si debía saltar o no. Y a la vez, no podía dejar de preguntarme qué más me estaba esperando. Si Marta había logrado esto, ¿qué más había conseguido?

Llegamos a la casa, y mi padre abrió la puerta como de costumbre, hablando de la locura que suponía todo aquello, y como íbamos a hacer frente a algo así. Que teníamos que buscar abogados, tal y como nos habia indicado Don Víctor, y que no entendía por qué la familia de esa amiga mía que habia aparecido de la nada, le habia reservado esa parte de la herencia a mi abuelo, a él, y a mí.

Porque sí. Porque Don Víctor nos confirmó que esa Doña Marta de la Reina Vázquez era quien yo ya sabía, pero mi padre, evidentemente, no asoció a que ambas eran la misma persona. Mi Marta solo era una descendiente más de la hija de Don Damián de la Reina.

Un caos. Un lio tremendo que yo traté de ignorar dándole la razón cuando me dijo que no entendía por qué esa familia había hecho heredero a mi abuelo, teniendo descendientes como Marta aún en la actualidad.

Surrealista. Pero yo apenas lo oía. Entré en el salón y me senté en la silla más cercana, todavía aferrándome a la carpeta. Mientras mi madre nos observaba a los dos completamente extrañada. Me quedé ahí, inmóvil, sintiendo el peso de todo lo que había pasado en esas últimas horas, los últimos días. Me costaba respirar de la ansiedad.

Porque no se trataba solo del fideicomiso, ni de los bienes, ni del sobre lacrado que también nos habían entregado con una misteriosa correspondencia. Se trataba de ella, de Marta. De la prueba tangible de que su historia, su vida, había seguido existiendo después de todo. Que no había desaparecido en el aire como había temido tantas veces.

Abrí ligeramente la carpeta, solo para sentir el crujir del cuero. No pude resistir la tentación de echar un vistazo, aunque fuera pequeño. Dentro, los documentos estaban perfectamente ordenados. Papeles que tenían décadas y que, de alguna manera, se habían conservado como si el tiempo no les hubiera afectado.

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