Capítulo 27

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Capítulo 27

Amanecer

Marta de la Reina.

El amanecer llegó lentamente, tiñendo el cielo de tonos rosados y anaranjados que se colaban por las ventanas del dispensario. No pegué ojo en toda la noche. Me quedé al lado de Fina, recostada en un pequeño sofá tan duro como el asfalto, observándola dormir mientras su respiración se hacía más lenta y profunda. El cansancio me pesaba en los huesos, pero no me atreví a cerrar los ojos. No quería dejarla sola, no me atrevía a perderme un solo segundo de su respiración, a pesar de saber que Luz estaba al tanto de su estado.

Fina parecía más tranquila. El dolor, más insistente en su pie que en la cabeza, habia ido cediendo poco a poco, pero fue ella quien le sugirió a Luz que le administrase algún tipo de tranquilizante que la ayudase al menos a dormir aquella noche. Fue reticente a administrárselo la doctora, porque no lo veía prudente estando en plena observación por el golpe en su cabeza. Pero Fina le llevaba ventaja en conocimientos médicos. No me lo dijo, pero yo sabía perfectamente que ella era consciente de que el problema en su estado de salud no se debía al golpe, sino al viaje. Al extraño y complejísimo viaje a través del tiempo que hicimos las dos.

Ni siquiera me detuve a pensar en ello durante la noche. No quise centrarme en por qué esa vez fuimos las dos las que viajamos, o por qué lo hicimos a las 18:30 de la tarde, en vez de al medio día o de madrugada, como yo habia calculado. No dejé que nada de eso se colase en mi mente aquella noche. Todos mis sentidos estaban puestos en ella.

Me levanté con cuidado para no hacer ruido. Mi cuerpo protestó por la rigidez de haber estado sentada en esa posición toda la noche, pero lo ignoré. Necesitaba ir a casa, asearme y pensar en cómo manejar lo que vendría después. Me acerqué a Fina una última vez antes de marcharme, tras avisar a Luz, y no pude evitar acariciar ligeramente su mejilla, con miedo a despertarla. No se movió. Al menos eso me dio un respiro.

El mismo chófer que sufrió las primeras consecuencias de mi primer viaje en el tiempo, fue quien me llevó de nuevo a mi hogar. Y lo hizo tan abrumado que incluso me pidió un abrazo al verme. No se lo negué, por supuesto. El corto trayecto desde la fábrica hasta la casa lo pasé explicándole lo que me había sucedido; la versión simple y escueta, claro. Y lo vi lamentarse una y otra vez por no haberme acompañado hasta la tienda. Cuando llegué a casa, la mansión de siempre me recibió imponente pero familiar, como un refugio que de alguna manera había dejado de ser reconfortante para mí.

No pude evitar recordar el desagradable encuentro con quienes no me dejaron entrar allí la primera vez que la visité en 2024, y el corazón se me encogió al ser consciente de en lo que se iba a convertir mi hogar.

El sendero principal repleto de cipreses, los jardines y la entrada majestuosa. Todo permanecía exactamente igual a como lo dejé quince días atrás, y los nervios no tardaron en adueñarse de mi estómago, haciéndome sudar.

Entré a la casa y, antes de que pudiera asimilar el alivio de estar de vuelta, mi tía Digna se abalanzó sobre mí, abrazándome con fuerza. Sentí cómo su preocupación se derramaba sobre mí en forma de preguntas atropelladas.

—Marta, hija —me dijo, con voz temblorosa—. ¿Cómo estás? ¿Qué te ha pasado?

Intenté tranquilizarla, aunque mi propio cuerpo aún sentía la tensión acumulada de las últimas horas.

—Estoy bien, tía. Solo un poco cansada —respondí, acariciándole el brazo con ternura.

Me preguntó por la noche anterior, mencionando lo que mi padre había contado, y que me había quedado cuidando a quien me había salvado la vida. Sabía que insistiría, pero no tenía fuerzas para dar más explicaciones en ese momento.

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