Capítulo 35

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Capítulo 35

Nápoles.

Marta de la Reina.

No. Yo no me habia llevado esa carta. Y nunca tuve la intención de hacerlo, a pesar de que Fina fue lo que intuyó que pretendía hacer cuando me encontró buscando en su mochila. Y el caos no tardó en apoderarse de las dos.

Su insistencia en que la carta estaba en su mochila, chocaba de frente con mis mil excusas para justificar que ya no estuviera allí; que la habría perdido en el trayecto desde la casa a la fábrica el día anterior, que tal vez la habia dejado caer en la habitación, y Teresa o Gema la habrían tirado pensando que no era mas que basura. Que tal vez se habia colado por algún pequeño agujero de la mochila y estuviera escondida ahí, o incluso que uno de sus ataques de frustración, decepcionada como estaba conmigo, la habría lanzado por la ventana o tirado al inodoro. Mil excusas que imaginé para darle un sentido a la desaparición, y que los malos presagios no se hicieran realidad.

Todos me los negó Fina con una simple y sencilla confesión que echaba por tierra cualquier excusa; la última vez que la tuvo entre sus manos fue la mañana del domingo, en el dispensario, cuando fue a comprobar como también ni su teléfono ni la Tablet funcionaban. El mismo domingo, cuando llegamos a la casa, fue ella quien me invitó a que me la llevase, y, muy a mi pesar, yo misma pude comprobar como la carta estaba junto a los dispositivos en el interior de la mochila. No volvió a prestarle atención hasta el lunes por la noche, cuando la angustia regresó a acusarla y pensó que tal vez volver a leer las palabras que yo misma le habia escrito, iban a lograr calmarla. Y esa noche ya no la encontró, dando por hecho que yo habia aceptado su ofensa, y me la habia llevado conmigo.

Desde el domingo 2 de julio hasta aquel despertar del jueves 6 de julio, habían pasado cuatro días. Cuatro días con sus 24 horas. Cuatro días en los que una carta con la mayor y más delatadora declaración de amor que yo habia sido capaz de confesar a una mujer, habia desaparecido en mi propia casa, con mi familia presente.

Ni siquiera sé cómo fui capaz de abandonar la habitación tras ordenarle a Fina que buscara esa carta por cada rincón de la misma, y me enfrenté a mi familia tratando de evitar que en mi cara se viese reflejado el estrés y el ataque de nervios que sufría. Lo que sí sé es que, desde ese preciso instante, todos y cada uno de los miembros de mi familia, me empezaron a resultar sospechosos de conocer el mas profundo y peligroso de mis secretos.

—Buenos días, hija —me saludó mi padre, levantando la vista del periódico cuando me vio aparecer en el comedor. Los nervios me tenían como atenazada.

—Buenos días, padre.

—¿Te levantas ahora?

—No, claro que no. Ya hace un par de horas. He estado acompañando a Fina. Teresa, ¿por favor, te importa preparar su bandeja de desayuno? —le dije, aprovechando que en ese instante acudía al comedor a colocar algo sobre la mesa.

—Hija, ¿por qué Fina no sale a desayunar con nosotros? Me gustaría compartir alguna charla con ella antes de que se marche.

—¿Se marcha ya? —fue Begoña quien lo preguntó.

—Se marchará en unos días, claro.

—Por eso mismo —insistió mi padre—. Dile que salga y desayune aquí, con nosotros. Tengo curiosidad por saber como es su trabajo allí, en los Estados Unidos.

—Yo me muero de ganas también por escucharla hablar de su trabajo —no fue Begoña, sino Jesús quien soltó el comentario. Y por como lo dijo, hizo que mi estómago se revolviera.

—Saldrá, no se preocupe. Desayunará o comerá con nosotros algún día, pero hoy es imposible, padre. Fina no se encuentra muy bien.

—¿Está enferma?

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