Capítulo 34

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Capítulo 34

La carta.

Marta de la Reina.

"Me apetecía volver a besarte."

Esas cinco palabras, tan simples y casuales, se instalaron en mi mente como una tormenta que no podía disiparse. Desde el momento en que las pronunció, mientras aún sentía el eco de su calor sobre mis labios, no dejaban de resonar en mi interior, una y otra vez, bloqueando cualquier otro pensamiento coherente. Todo el día había sido un torbellino de emociones contenidas.

Y no, no fui yo quien detuvo el beso. En realidad, si el universo hubiese querido, si las circunstancias me lo hubieran permitido, estoy segura de que aún seguiríamos besándonos, incluso ahora, nueve horas después. Hubo algo poderoso, casi irresistible en ese momento. Algo que me hizo olvidarlo todo, incluso los peligros que acechaban alrededor de nosotras. Pero el sonido agudo del teléfono de mi secretaria fue como una campanada de advertencia, una llamada de la realidad que nos arrancó de nuestro pequeño universo. Ese sonido, tan inoportuno y a la vez tan salvador, nos devolvió a la tierra justo antes de que la puerta del despacho se abriera y mi hermano Jesús apareciera.

Aún no sé si Jesús notó algo en nosotras, algo que pudiera despertar su sospecha. Pero mi estómago se retorció en un nudo de puro nerviosismo. Fina se tensó también. En ese momento, éramos dos mujeres atrapadas en la realidad, como si de repente el beso que compartimos fuera un espejismo que no debería haber existido. Y lo peor, fue esa sensación de que, si no hubiera sido por el teléfono, Jesús nos habría encontrado, totalmente ajenas a cualquier otra cosa que no fuera nuestra proximidad.

Desde ese instante, nos convertimos en dos perfectas extrañas que se esforzaban en no mencionar lo que había pasado. El beso quedó suspendido en el aire, como si jamás hubiera ocurrido. Fuimos a la cantina, comimos como si nada hubiera cambiado, y cuando regresamos a la casa, Fina se retiró a su habitación como si todo lo que habíamos compartido fuera algo insignificante.

Yo, por mi parte, intenté refugiarme en la rutina. Hablé con Digna, conversé con Begoña, y traté de encontrar consuelo en las trivialidades del día. Pero mi mente, claro está, no estaba allí. Seguía atrapada en ese despacho, en esos segundos que cambiaron todo.

Aun así, Fina no pareció afectada. Su buen humor persistió, como si el beso no hubiera sido más que un pequeño paréntesis en su día. Ella seguía siendo la misma: sonriente, tranquila, hasta cariñosa con mi familia. Me sorprendía lo fácil que parecía ser para ella comportarse como si nada hubiera pasado. Yo, por el contrario, me sentía como una niña torpe que no sabía cómo manejar lo que había ocurrido. Esa tarde, la vi incluso charlar con Gaspar, el camarero de la cantina, como si todo estuviera en su lugar. Fina era otra persona, muy distinta a la mujer que había conocido días atrás, cuando todo parecía envuelto en sombras y secretos.

¿Y yo? Me había convertido en alguien diferente, más vulnerable, más llena de dudas que nunca. ¿Cómo procesar lo que había sucedido? ¿Cómo enfrentar lo que sentía por ella? El día había transcurrido entre miradas furtivas, silencios incómodos y una sensación permanente de que algo más quedaba por decir, pero ninguna de las dos se atrevía a pronunciarlo.

¿Y qué si me apetecía seguir besándola? ¿Qué si lo que había sentido en ese despacho era más fuerte que cualquier otra cosa?

Mientras me sentaba en la penumbra de mi habitación, la soledad se hacía cada vez más palpable. El eco de mis propias palabras aún resonaba en mis pensamientos, como si las hubiera pronunciado hacía apenas unos instantes: "Estoy enamorada de ti". Había sido capaz de decirlo, de soltar ese peso que llevaba cargando durante tanto tiempo. Y, sin embargo, en lugar de sentir alivio, una nueva carga se había posado sobre mí. Porque, aunque se lo confesé, sabíamos ambas que nuestras vidas estaban condenadas a separarse, más pronto que tarde.

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