Capítulo 50

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Capítulo 50

My auntie.

Fina Valero.

Me temblaban las piernas. Sentía que el pulso se aceleraba en mi pecho, y el aire entraba con dificultad en mis pulmones.

En cualquier otra circunstancia habia pensado que estaba sufriendo una pequeña crisis de ansiedad. En ese instante no. No tenía nada que ver. Era la sensación de no saber a lo que me enfrentaba lo que me habia tenido sin dormir toda la noche, y perjudicaba mis pasos mientras recorría el sendero que me llevaba a mi destino de aquella mañana.

No fueron las cartas. Ni lo que me provocaron las dos que ya habia leído, ni la incertidumbre de la tercera que me quedaba por leer. Lo que me llevó a sufrir ese estado de nerviosismo continuo no fue más que una llamada el día anterior, 27 de julio. Una llamada de Tasio, quien ya habia empezado a llevar a cabo los trámites para que yo pudiera disfrutar de la herencia que Marta habia decidido entregarme. Una llamada que, juro, me dejo petrificada.

"Fina, la casa que vas a heredar tiene un administrador que ha estado manteniéndola durante todos estos años, y tenemos que ir a conocerle, porque te está esperando".

Un administrador. Una persona física, real, que durante años habia estado encargado de que esa supuesta casa que Marta me habia legado, permaneciera en perfectas condiciones, y no se hubiera convertido en un montón de ruinas, como le sucedió a la fábrica.

Juro que no fui capaz de pegar ojo alguno durante toda la noche. Porque no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Cómo Marta habia sido capaz de enlazar todo, de cuadrar de una forma tan jodidamente perfecta que a mí me llegase parte de su patrimonio 66 años después, solo con los escasos datos que realmente ella pudo conocer de mi vida. ¿Qué sabía? Que mi abuelo era Luis Manuel, que mi padre vivía en Navahermosa, y que Tasio era abogado. Nada más. Realmente, aunque yo le hubiese hablado de mi vida, a Marta le bastaron esos tres datos para que sus cartas y su fortuna me llegasen sanas y salvas. Y, por si fuera poco, se las habia apañado para que esa casa que yo desconocía que tenía, porque nunca la oí mencionarla, estuviese en perfectas condiciones.

A las 11 de la mañana del domingo 28 de julio, Tasio detenía su coche en un tramo de la carretera de Navalpino, junto al cruce del callejón de la Bastida. Y una coqueta puerta de entrada de ladrillos y verja, nos recibía acelerándome el pulso hasta casi hacerme querer vomitar. Carmen me acompañaba, por supuesto. De hecho, incluso habia cancelado una sesión de fotografía alegando encontrarse mal. Yo creo que ella tampoco durmió, y aunque no quiso decírmelo, estaba completamente segura de que pensaba que en esa casa nos iba a recibir la mismísima Marta.

Yo no, por supuesto. Porque algo así sí que no tenía sentido ni, aunque lo hubiese soñado. Algo en mi corazón me decía que no iba a suceder tal cosa. Pero la incertidumbre, no solo de no saber quien iba a recibirme, sino de que realmente estaba a punto de conocer la casa, eran motivos suficientes para que, después de todo lo que habia vivido en las ultimas semanas, mi cuerpo ya se venciera.

Simplemente me dejé llevar. Tasio fue el primero en permitirme el paso una vez abrió la verja tras pulsar un pequeño timbre en uno de los muros, y que la puerta se abriese sin más ante nosotros.

El camino, flanqueado por árboles y una densa vegetación nos condujo hasta el interior de la propiedad. Carmen me miraba completamente sorprendida mientras observaba todo a su alrededor, yo, simplemente, procuraba que mis pies no tropezaran y terminase cayendo allí mismo, por culpa de los nervios.

La entrada de la casa nos dejó heladas. A mí, y a ella. Era coqueta. La fachada, sencilla y encalada, mostraba pequeñas grietas, pero se mantenía firme. Subí despacio los tres escalones de piedra desgastada que llevaban a la puerta. Con Carmen a mi lado, y Tasio justo detrás de nosotras. Era una puerta de madera oscura, robusta, con el barniz desvaído y algunas marcas del tiempo. No me atreví a dar el paso. Fue Tasio quien se adelantó, y golpeó con firmeza el aldabón de la puerta.

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