Capítulo 37

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Capítulo 37

La piscina.

Marta de la Reina.

La lentitud de las horas se me hacía eterna.

La casa, ya envuelta en un silencio expectante, parecía sumergida en el más profundo de los sueños, mientras yo, en mi habitación, lo hacía en las páginas del libro. Las letras se movían ante mis ojos, pero mi mente divagaba en otros lugares. Estaba haciendo tiempo, dejando que las horas pasaran hasta que la calma absoluta me librara del peligro que suponía descender a la planta baja, y cumplir la promesa que aquella mañana le hice a Fina de pasar de nuevo la noche con ella.

A medida que el reloj avanzaba, una mezcla de nervios y emoción burbujeaba en mi interior. Había algo excitante en la idea de escabullirme por la casa en la oscuridad, en el secreto que compartíamos, en el acto furtivo de cruzar los pasillos silenciosos. El corazón me latía con fuerza, no solo por la posibilidad de estar con ella, sino por la adrenalina que me recorría al imaginarme escondiéndome de mi familia, como si fuera una adolescente escapando a su primera cita clandestina.

Había sido un día especial, lleno de risas y descubrimientos. La luz del sol por fin habia logrado colorear las mejillas de Fina, acabando con esa palidez extrema que estaba sufriendo por tantos días encerrada. La mejoría en su pie nos permitió disfrutar del mejor de los paseos. Y la emoción que vi en su rostro cuando le propuse explorar las diferentes zonas de la casa, terminó contagiándome. Me sentí como una guía turística de un lugar maravilloso, como lo fue Nerea con nosotras.

Primero, la llevé a la piscina. "¡Mira esto!", exclamé divertida, señalando el agua verdosa por culpa del estanque en el que se había convertido la piscina, "La piscina que tanto deseas tener" le dije conteniendo la risa, y ella fingió querer golpearme con una de las muletas, al percibir el sarcasmo en mi tono.

Aun así, le encantó. Fina hizo una mueca de sorpresa, como si hubiera descubierto un pequeño paraíso y hasta me sugirió hacer un pequeño picnic allí, junto a las ranas que probablemente habitaban en el agua. "¡Definitivamente! Pero quizás con algo menos sofisticado que una cena de gala", le respondí, riendo.

Luego, la llevé al porche trasero, donde nos sentamos a tomar café y desde donde, incluso, podíamos ver la ciudad. "Este lugar es aún más hermoso de lo que imaginaba", dijo Fina, mientras miraba el horizonte. "Me hace sentir como si estuviera en una película". "¡Eso es porque estás tú!", le respondí, haciéndola reír.

Mientras tomábamos nuestro café, intercambiamos historias y sueños, dejando que el tiempo fluyera entre nosotras. Como tantas veces lo hicimos en su casa, en su terracita con vistas a los edificios o en los maravillosos días que pasamos en la playa, con la impresionante vista hacia el mar. No pude evitar rememorar esos momentos mientras charlábamos allí, en mi propia casa, como si en vez de días hubiesen pasado años. Sentí que cada palabra, cada risa, era un ladrillo más en la construcción de nuestros recuerdos. Y que esos, ya quedarían guardados en mi memoria para siempre.

A medida que el sol comenzaba a ocultarse, supe que era momento de volver. Pero, mientras regresábamos a la casa, el eco de nuestras risas seguía resonando en mi corazón, empujándome a hacer todo lo posible para que esos días que nos quedaban juntas estuvieran llenos de alegría.

El reloj en la mesita de noche marcaba las horas, y decidí que ya era momento de dejar el libro a un lado. Me levanté, estirando mis músculos adormecidos, y me dirigí hacia la puerta. Las sombras parecían danzar a mi alrededor, y cada crujido del suelo bajo mis pies sonaba como un susurro en la noche, un recordatorio de que debía ser cautelosa. A pesar del riesgo, esa emoción me hacía sentir viva, como si cada paso me acercara a un mundo donde todo era posible. La idea de estar a solas con Fina, de compartir sus susurros y risas, iluminaba mi ánimo y disipaba cualquier sombra de duda que pudiera quedarme.

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