Capítulo 41

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Capítulo 41

Madrid

Marta de la Reina.

El impacto de lo que había sucedido en el dispensario con Fina y su padre no se manifestó de inmediato. Al principio, tras regresar a la casa esa tarde del miércoles, parecía que Fina estaba procesando lo ocurrido con una calma sorprendente. Pero, con el paso de las horas, noté cómo esa tranquilidad aparente se desmoronaba en su interior. No era difícil entender por qué, el haber curado al hombre que algún día sería su padre había sido un golpe demasiado duro. Un golpe antinatural, irreal, que cualquier persona en su lugar hubiera rechazado.

Esa noche, cuando mi padre preguntó si nos reuniríamos todos para cenar, no dudé ni un segundo en evitar que Fina tuviera que enfrentarse a una situación incómoda. Le dije que seguía indispuesta, que prefería descansar, y que yo respetaba su deseo de no participar. La verdad es que ni siquiera había necesidad de excusas, ya era prácticamente los últimos días que pasaría en la casa, y no quería que un encuentro más la hiciera sentir peor de lo que ya estaba.

Fina no quiso salir de la habitación en toda la tarde. Permanecía en silencio, sentada junto a la ventana, con una mirada distante que me rompía el alma. Sabía que no podría soportar otro encuentro como el del dispensario, ni con más personas del pasado que no debían estar allí, ni siquiera con mi familia. Y yo tampoco iba a obligarla. De alguna manera, esta situación también me estaba arrastrando a una sensación de impotencia, de querer protegerla de todo el dolor que le estaba causando, y, sin embargo, no poder detener el curso de los eventos.

Aquella noche, como todas, la acompañé. Nos tumbamos juntas en la cama, pero ninguna de las dos pudo dormir en paz. Me quedé mirando el techo, escuchando su respiración agitada a mi lado, mientras una sola idea se instalaba en mi mente: tenía que hacer algo. No podía permitir que los dos últimos días que nos quedaban juntas se convirtieran en un desfile de sufrimiento para ella. Tenía que alejarla de todo esto, de mi familia, de los recuerdos, de la incertidumbre, de lo antinatural o lo extraordinario, y del miedo que la acosaba.

Así, a la mañana siguiente, el jueves 13 de julio, tomé una decisión. Me desperté temprano, antes que Fina, y empecé a idear una forma de escapar de aquel ambiente tóxico. Pensé en Madrid, en los abogados que tenían los documentos que Jaime me había enviado. Sería la excusa perfecta para salir de la casa, para alejarnos del caos familiar. Sabía que Fina no se opondría a acompañarme, sobre todo porque yo no quería ir sola. Necesitábamos una salida, un respiro, y Madrid me parecía el único lugar lo suficientemente lejos de todo como para ofrecerle eso.

Cuando Fina despertó, aún con la mirada perdida en sus propios pensamientos, le expliqué mi plan. No quería más sorpresas, más encuentros dolorosos. Quería darle, aunque fuera solo por unas horas, un espacio donde pudiese sentirse libre de todo lo que había sucedido en los últimos días.

Fina aceptó sin dudar mi plan de ir a Madrid. Su rostro se iluminó un poco al escucharme, como si la idea de escapar de aquella casa le ofreciera un soplo de aire fresco. Nada más levantarse, preparó su mochila con rapidez, como si temiera que alguien pudiera detenernos o preguntarle algo que no quisiera responder. Me alegró ver que tomaba la iniciativa de protegerse, evitando que Teresa o Jesús lograran sonsacarle más información.

El trayecto hacia Madrid fue en taxi, y, a medida que nos alejábamos de la casa, noté cómo Fina comenzaba a relajarse. Su respiración se volvió más rítmica y su mirada, que antes parecía perdida, ahora se centraba en las calles que íbamos dejando atrás. A pesar de la inquietud que había vivido las últimas horas, estaba empezando a recuperar su esencia, y yo también me sentía más tranquila. Al fin y al cabo, dejar atrás el ambiente tenso de la casa me devolvía un poco de control.

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