Capítulo 15

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Capítulo 15

Estrellas

Fina Valero.

Recuerdo pocas tardes en mi vida más tranquila y en calma en la playa que la del lunes 8 de julio.

Después de toda la mañana recabando información y haciendo cálculos con el dichoso número seis que acababa de aparecer en nuestras vidas, decidimos disfrutar del que sería nuestro último día de playa. Bueno, en realidad yo no quería. Porque estaba metidísima en la historia de los hexagramas y las líneas ley de las que no había oído hablar en mi vida. Tanto, que hasta en la hora del almuerzo estuve con el teléfono en la mano escuchando podcasts que hablaban sobre ello. La verdad es que no saqué demasiadas conclusiones que conectaran con lo que le había pasado a Marta, pero confieso que empecé a obsesionarme bastante.

Fue Marta quien quiso que dejáramos a un lado la investigación, y aprovechásemos esa tarde. Y sé que lo hizo por mí. Porque, aunque había quedado claro entre nosotras que yo no necesitaba ese espacio que ella pretendía darme, sabía que seguía lamentándose por no permitirme unas vacaciones plenas.

Con Carmen aun visitando a sus padres, y con Claudia completamente fuera de juego por culpa de las quemaduras de primer grado, la idea de bajar juntas a la playa me pareció maravillosa. No lo voy a negar, la verdad. Poder estar con ella a solas sin tener que presenciar el despelote de Claudia por el piso, mientras tratábamos de que no se enterase de nada de lo que hacíamos. Y sin Carmen a mi lado manipulando mi mente con cualquier mínima cosa que hacía o dejaba de hacer, estar solas en la playa se presentaba como el mejor plan del mundo.

Y a eso de las cinco y media de la tarde, después de haber embadurnado a Claudia en crema, y amenazarla con llevarla al hospital si se le ocurría bajar con la luz del sol, Marta y yo nos pusimos la ropa de baño, cogimos un par de toallas, la sombrilla y nos bajamos a disfrutar de la playa como hacía tiempo que no lo hacía. Tanto yo, como ella.

Esa vez no usó la silla, y decidió tomar asiento sobre la toalla justo a mi lado. Nos tomamos unas patatas fritas, hablamos de como los bañadores habían ido menguando con el paso de los años, nos pusimos protector solar la una a la otra, yo disimulé perfectamente mi temblor de manos cuando me tocó cubrir su espalda, y sonreí con algo de diversión cuando le tocó a ella hacerlo con la mía y desabrochó sin querer la parte superior de mi bikini. Escuchamos algo de música, no mucho, porque según ella eran canciones arrítmicas. Nos hicimos un par de selfies, y el tercero la grabé en video para guardarme la risa que le provocaba verse reflejada en la pantalla. Nos bañamos un par de veces en el mar. En la primera estuve a punto de romperme la cabeza por culpa de una piedra. Y en la segunda la tuve que rescatar a ella por culpa de una ola traicionera que la hizo rodar por la orilla. Me lo negó dignamente, pero estoy segura de que llegó a tragar arena. Dimos un pequeño paseo por la orilla, ella se animó a hacerlo directamente en bañador, sin pareo ni nada que la cubriese, ni siquiera el sombrero de la tía de Carmen. Tuvimos el recurrente intento de ligoteo por parte de un par de chicos, que no dudaron en acercarse a nosotras con la intención de invitarnos a tomarnos una copa por la noche. Marta me creyó en ese instante cuando le dije que ser lesbiana y gritarlo a los cuatro vientos no suponía ningún peligro social. A los chicos les valió mi respuesta; "yo soy lesbiana, y ella es sueca", les dije señalándola, y no hubo réplica alguna. Porque conmigo no tenían nada que hacer, y el sueco me temo que no lo manejaban ni con el Duolingo. Me preguntó varias veces que por qué les había hecho creer que era sueca, y no de cualquier otra nacionalidad, y simplemente le dije que era lo primero que se me había ocurrido, aunque no fuese verdad. Porque hacerle una descripción detallada de lo que podría ser su físico para compararla con alguien de Suecia, aunque yo no hubiese tratado con ninguna sueca en mi vida, podría llegar a delatarme. O a incomodarla.

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