9

18 0 1
                                    

Han pasado dos días desde que Lucy llegó. El tiempo ha transcurrido lento, y la tensión sigue en el aire. He tenido que dormir en el ático, observando cómo Lucy duerme en mi antigua cama. Escuché cómo le dijo a Alex que la cama olía "como a perro," y una punzada de nostalgia atravesó mi pecho. Recuerdo aquellos días en que esa cama era mía, donde me acurrucaba junto a Alex, compartiendo el calor y la tranquilidad de la noche. Ahora, estaba relegado al ático, escondido como un secreto que nadie debía descubrir.

Durante estos días, Tom ha estado conmigo en el pueblo. De vez en cuando, me lleva a tomar un café, intentando mantener la normalidad en medio del caos que se avecina. Es un respiro, una breve pausa donde puedo olvidar, aunque sea por un momento, lo que se esconde bajo la capucha de mi sudadera.

Pero hoy, las cosas dieron un giro inesperado. Estábamos caminando por el pueblo, disfrutando de un café, cuando de repente, escuchamos el sonido de sirenas y gritos. Un banco había sido asaltado. Mi corazón dio un vuelco al ver, entre la multitud, a Alex y Lucy dentro del banco, atrapados en medio de la situación.

Sin pensarlo, me puse el traje completo, dejando que la familiar sensación del simbionte se apoderara de mí. Corrí hacia el banco, y al entrar, vi a los ladrones, armados y peligrosos. No se detuvieron al verme; uno de ellos disparó directamente hacia mí. Las balas rebotaron inofensivamente en mi cuerpo, pero antes de que pudiera contraatacar, otro ladrón se acercó a Lucy, la tomó por detrás y le apuntó con su arma en la cabeza.

"¡No te acerques!" gritó el hombre, su voz temblorosa. Pude ver el miedo en sus ojos, la desesperación de un hombre acorralado. Intenté calmarlo, manteniendo mi voz baja y firme. 

"No tiene que acabar mal. Déjala ir y podemos solucionar esto."

Pero en un instante de distracción, Alex, a quien no había visto moverse, apareció por la espalda del hombre. Con rapidez y decisión, golpeó al ladrón en la cabeza con la pantalla de una computadora, dejándolo aturdido. Aproveché el momento para lanzarme hacia Lucy, sacándola del peligro en un solo movimiento.

Fue entonces cuando, en el caos de la situación, el rostro de Venom quedó expuesto por un segundo. Lucy me miró, sus ojos grandes y llenos de terror. El miedo que vi en su mirada me golpeó con fuerza. No era el miedo a los ladrones; era miedo a mí, a lo que me había convertido.

Antes de que pudiera procesar lo que acababa de ocurrir, otros asaltantes intentaron dispararme. Sabía que no podía quedarme ahí, no podía permitir que nadie más estuviera en peligro. Dejé a Lucy junto a Alex, asegurándome de que estuvieran a salvo, y me lancé contra los ladrones, derribándolos uno por uno hasta que la policía llegó.

El sonido de las sirenas y las órdenes de los oficiales llenaron el aire, pero todo lo que pude escuchar fue el latido de mi corazón. Sabía que tenía que irme antes de que alguien pudiera tomar una foto, antes de que mi presencia fuera descubierta por más personas.

Pero antes de desaparecer entre las sombras, miré a Lucy una última vez. A pesar de su miedo, sus labios temblaron ligeramente y, en un susurro, me dijo: "Gracias."

Ese simple gesto, esas palabras, me dieron esperanza. No todo estaba perdido. Había miedo en sus ojos, sí, pero también había algo más. Quizás, solo quizás, había una chispa de reconocimiento, una pequeña llama de aceptación que podría crecer con el tiempo. Y con esa esperanza, me desvanecí en la noche, listo para enfrentar lo que viniera después.

El Rugido de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora