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El siguiente día comenzó de manera tranquila, o al menos eso parecía. Aún estaba procesando lo que había ocurrido la noche anterior. Ojitos dormía cerca, y yo, con la cabeza aún cubierta por la capucha, caminaba junto a Alex por el centro de la ciudad. La gente iba y venía sin prestar demasiada atención a nosotros, lo que, para ser sincero, me aliviaba un poco. No quería que nadie me viera demasiado de cerca, no hoy.

Mientras caminábamos, Alex me comentaba:

—Rex, para ser un héroe de verdad, tienes que estar atento a todo lo que ocurre a tu alrededor. Nunca sabes cuándo algo puede pasar.

Asentí, pero no estaba del todo seguro de cómo hacerlo. Sentía que había tanto por aprender, tanto que no entendía aún.

—¿Y qué es lo que debo hacer? —le pregunté con honestidad.

—Bueno, hay dos cosas importantes que debes recordar —respondió Alex—. La primera es que no todos merecen ser tratados con fuerza bruta. La segunda es que tienes que estar preparado para actuar, pero no siempre de la manera que piensas. Debes observar, analizar la situación y luego actuar. No puedes lanzarte a lo primero que veas sin pensar.

Mientras hablábamos, escuchamos un grito repentino. Una mujer pedía ayuda a lo lejos, y mis sentidos se agudizaron inmediatamente. Miré en la dirección del grito, y vi a un hombre forcejeando con una mujer que intentaba desesperadamente mantener su bolso. El hombre tiraba con fuerza, y en un instante, se lo quitó de las manos y salió corriendo.

—¡Alex! —dije, ya sintiendo la adrenalina correr por mi cuerpo.

—Espera, Rex —me detuvo Alex antes de que me lanzara detrás del ladrón—. No te precipites. Usa la elasticidad, atrápalo cuando pase cerca de nosotros.

Lo miré un poco confundido. ¿Elasticidad? ¿Dónde?

—En el pie —me dijo Alex con una sonrisa cómplice.

Seguí sus indicaciones. Justo cuando el ladrón pasó cerca de nosotros, estiré mi brazo, sintiendo cómo el simbionte se expandía hasta alcanzar el tobillo del hombre. Lo sujeté con firmeza y lo tiré al suelo. Cayó de bruces, soltando el bolso en el proceso. El hombre gimió de dolor, pero ya no intentó levantarse.

Sin perder tiempo, tomé el bolso y lo llevé de regreso a la mujer. No me quité la capucha, pero sentí la mirada de agradecimiento en sus ojos cuando se lo devolví.

—Aquí tiene su bolso —dije, evitando mirarla directamente.

La mujer, aún temblando un poco, me abrazó repentinamente.

—Gracias, muchísimas gracias —dijo entre sollozos de alivio.

Yo me quedé quieto, sorprendido por el gesto. Miré a Alex, buscando alguna señal de qué hacer, pero él solo me hizo un gesto para que siguiera adelante.

—No te quites la capucha —me susurró.

—No hay de qué —respondí a la mujer, intentando sonar calmado mientras ella se alejaba.

Cuando volví con Alex, sentí una extraña mezcla de emociones. Por un lado, había sido sencillo, demasiado sencillo. Pero por otro, la gratitud de la mujer me había hecho sentir algo nuevo.

—Fue más fácil de lo que pensaba —le dije, sin poder evitar sonreír un poco.

Alex me dio una palmada en el hombro.

—Lo hiciste bien, Rex. Pero ahora viene lo importante: debes aprender a escoger tus batallas. Ese tipo —dijo señalando al ladrón, que ya se tambaleaba para levantarse—, lo más probable es que no vaya a la cárcel por robar un bolso.

Fruncí el ceño.

—¿Entonces lo dejamos ir?

—Quizás lo volvamos a ver —respondió Alex con calma—. Lo importante es que hoy aprendiste cómo actuar con cabeza fría. No siempre se trata de usar toda tu fuerza, a veces es mejor ser más estratégico.

Seguimos caminando por la ciudad, pero ya no me sentía tan inseguro. Había dado un pequeño paso, y aunque aún faltaba mucho, ese abrazo de agradecimiento me había demostrado que estaba en el camino correcto.

El Rugido de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora