Capítulo 34

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El funeral transcurrió en un silencio respetuoso que acompaña los momentos donde nada queda por decir. Me mantuve al lado de Kristen y otros colegas de la empresa, cumpliendo con las formalidades, pero sin dejar de sentir un peso en el alma. Aunque una parte de mi intentaba convencerme de que no era responsable de aquel desenlace, la realidad era que en cierto modo lo había sido. La ira me había cegado y Sienna aprovechó la oportunidad para llevar a cabo sus planes.

Todo aquello era muy injusto.

Me sorprendió no ver a Campbell durante la ceremonia. Más allá de todo, habían sido amigos durante años, aunque ahora sabía que esa amistad era más complicada de lo que hubiera podido imaginar. Y era muy probable que nadie más que ellos mismos la comprendiera.

Por otro lado, intuía que tal vez la presencia del poderoso empresario no sería bien vista. No después de haberle caído con todo el peso de la ley a su amigo de toda la vida, frente a unas pruebas de dudosa legitimidad. Porque a esas alturas no tenía dudas de que aquellos documentos no eran lo que parecían, como todo en aquella empresa.

Y nunca había estado más en lo cierto.

Mientras las personas daban su último adiós junto al féretro, vi algo que me sacó por completo de mis pensamientos. Con absoluta discreción, John Campbell había llegado al cementerio. De pie junto a Sienna, se mantuvo a cierta distancia, muy lejos para evitar ser visto por alguien.

Sin embargo, la esposa de Beaumont, al percatarse de su presencia, se separó discretamente de la comitiva y se acercó a él. Observé la escena en cámara lenta, incapaz de asimilar lo que sucedía. Luego de un intercambio breve de palabras, me quedé helado al ver cómo ella le soltaba una bofetada con una furia que sólo un viejo rencor podía justificar. John no se inmutó; apenas se llevó una mano a la mejilla, mientras Sienna permanecía inmóvil. Sin decir nada más, volvieron a su auto y desaparecieron en cuestión de segundos.

La mujer regresó al lado de su hija, con la misma dignidad con la que se había ido. Pese a mis esfuerzos, no pude evitar verme conmovido por el dolor de ambas, viendo cómo la tierra cubría el último vínculo que les quedaba con aquel ser que tanto amaban.

De repente la imagen de Camila vino a mi mente.

Cami tenía la misma edad que la hija de Beaumont cuando perdió a su propio padre, su único sostén desde la pérdida de su mamá cuando era una niña. Debió de haber sido un golpe brutal. Me estremecí al imaginar el dolor que habría sentido en su corazón.

"Amor..." susurré sin darme cuenta, con un nudo en la garganta.

Desde hacía mucho tiempo tenía la capacidad de protegerme a mí mismo de ciertos sentimientos que me costaba enfrentar. No sabía lidiar con el dolor y el rechazo, y cada vez que la vida me exponía a ellos, se activaba en mí una especie de mecanismo de defensa para no sufrir.

Sabía que no estaba bien, pero no podía evitarlo.

Sin embargo, Camila poco a poco fue transformando eso en mí. Era placentero porque me permitía disfrutar de lo que sentía por ella, más allá de todos mis miedos a perderla. Porque ese temor estaba ahí, latente. Jamás desaparecía, sin importar cuan seguro estuviese de su amor y del mío, no podía evitar creer que algo o alguien podría alejarla de mí para siempre.

Y lo peor de todo era que ese alguien podría ser yo mismo.

Cada día que pasaba, las culpas se volvían más grandes, y mi propia cobardía más evidente. Sabía que necesitaba encontrar la manera de enfrentar mis errores de una maldita vez. Ella había sufrido tanto, demasiado. Cami sólo merecía ser feliz por el resto de su vida. Y yo tenía que ser el hombre que le proporcionara esa felicidad.

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