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BESOS DE MIEL

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BESOS DE MIEL

—y ahora ¿Qué hacemos?—Leo se encontraba dando vueltas en la habitación que compartía con su hermano y amiga—¿Qué hacemos?—volvió a preguntar, aunque, parecía que solo hablaba para él.

Iris solamente se encontraba sentada en la cama del mayor, mientras se encontraba atónita, ella no creía en eso, no pensaba que la nahuala en verdad existiera, y aunque hay veces que Nando la haga salir de sus casillas, lo quería.

—Es mi culpa ¡Ah! La na-nahuala—parecía que en cualquier momento Leo tendría un ataque de pánico—Se lo llevo, todo por su estúpida broma—pasó sus manos por su cabello castaño, pensando—¡Agh! Nando es un maldito idiota, pero no lo puedo dejar ahí ¿Que hago?—siguió caminando de un lado a otro, ahora con un poco más de velocidad.

Iris solo veía lo que hacía, no iba a negar que no se veía atractivo, le encantaba como pasaba saliva y su manzana se movía, como sus venas de las manos y cuello saltaban cuando estaba nervioso o enojado, le encanta Leo San Juan. Pero, ese no es el tema. ¿Cómo salvarían a Nando?

—Leo, tranquilizate—se levanto de la cama y camino hacia donde estaba el adolescente, quedando enfrente de él—Iremos por Nando, nada va a sucederle—trataba de creerce a si misma.

—Fue mi culpa—sus ojos comenzaban a cristalizarse y su voz se quebró un poco.

—No, Leo, no fue tu culpa—puso su mano en su hombro para intentar reconfortarlo—Tal vez un poco del estupido de Nando, pero nadie sabía que sucedería eso—una lágrima cayó por la mejilla del castaño a lo que Iris lo abraza.

Al no alcanzarlo abraza su cintura, Leo al querer más cercanía se encorva, haciendo que las manos de Iris pasen a su cuello. Las manos de Leo van directo a su cintura y su cabeza la entierra en su cuello, sus lágrimas salen ante el estrés y nerviosismo.

Leo no iba a negar que le encantaba estar así con la pelinegra, tocar su delicada cintura con sus grandes manos, enterrar su rostro en su cuello, sentir lo pequeña que era a comparación de él.

Cuando se tranquilizó un poco más, separó su cara de su cuello y se incorporo en su lugar, haciendo que las manos de la pelinegra bajen a la cintura del chico, estaban nerviosos y no sabían con exactitud si era por la cercanía o porque a Nando se lo llevó una bruja.

—¡Niños, bajen a cenar!—gritó Dionisia desde la planta baja haciendo que de inmediato los dos chicos se separen del abrazo, algo tensos.

—¡Ya vamos Nana!—respondió Leo—¡Ya vamos Nana!—volvió a decir, pero ahora intentando imitar la voz de su hermano mayor.

𝐁𝐄𝐒𝐎𝐒 𝐃𝐄 𝐌𝐈𝐄𝐋      | Leo San Juan ˡᵃˢ ˡᵉʸᵉᶰᵈᵃˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora