dieciocho

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BESOS DE MIEL

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BESOS DE MIEL

La pareja se encontraba arriba de la iglesia, mientras que los relámpagos sonaban y se reflejaban ante la luz de la luna. Las gotas de lluvia seguían cayendo dándole un toque aún más terrorífico.

Iris entrelazó su pequeña mano con la de Leo, mientras tragaba saliva, no sabía si era una magnífica idea o pésima.

—Leo...Estoy nerviosa—le confesó a su novio, él ya se había dado cuenta pues su mano estaba a punto de congelarse.

—No te preocupes, linda. No dejaré que nada malo te pase—tomo su mejilla con cariño y le regaló una sonrisa llena de amor y ternura.

Iris le respondió la sonrisa para después ambos voltear hacia abajo. Los relámpagos iluminaban todo a su paso, haciendo que unas escaleras se hagan visibles debajo del agua.

Leo con la mano que tenía desocupada tomo su camafeo, para armarse de valor, pues él también estaba más que nervioso.

—¿Lista?—la pelinegra asintió y ambos saltaron desde lo alto, mientras caían al agua.

Estaba sumamente helada, con algunas algas verdes y muy poca suciedad por dentro. Iris al ver qué Leo estaba jalando su mano abre los ojos, para darse cuenta de las enormes paredes y escaleras que hay, estaban demasiado humedas gracias al agua.

Leo comenzó a nadar mientras Iris lo seguía por detrás, llegaron a una pequeña habitación debajo del agua y rápidamente subieron, salieron de la superficie y sorprendentemente ya no había rastros de agua del otro lado.

Leo hizo un sonido de asombro mientras veía las paredes, mientras que Iris se encontraba esprimiendose el cabello lo más que podía. Su blusa se ciño un poco más a sus pechos y a su estrecha cintura a lo que intentaba que se secara lo más rápido posible.

El cabello de Leo se había acomodado como librito y en su cuello se notaban las gotas caer por la vena que tenía.

Se tomaron de las manos y comenzaron a caminar lentamente, mientras admiraban su alrededor y seguían el camino. Cuando la iglesia estaba en uso era realmente hermosa, pues la arquitectura era complicada y muy linda.

Leo paró su caminata para sacar el diario del Padre Tello, y leyó lo siguiente "debajo de la cúpula está la luz" Leo guardo el diario y subieron por el techo que estaba derrumbado. Cuando comenzaron a escalar la risa de unos niños retumbó el lugar, haciendo que la piel de ambos jóvenes se erice, Leo voltea rápidamente mientras que Iris solo cierra los ojos, evitando voltear.

—ven, para acá es—le susurra a la pelinegra y lo sigue, sin ganas de adentrarse ahí y con demasiado miedo, pues el mal presentimiento volvió y hacía que su corazón doliera.

Se adnetraron cada vez más y observaron a todos los niños desaparecidos, todos dormidos pacíficamente sobre camas de paja y una manta blanca.

Los dos jóvenes corrieron hacia Kika mientras intentaban despertarla.

—kika—Leo la movía de un lado a otro, pero dejo de moverla cuando Iris lo jalo detrás de la cama de paja, mientras se escondian de la llorona.

Iris temblaba como un perrito y tapaba su boca con sus manos, mientras que Leo se asomaba un poco para ver lo que hacia la mujer.

Leo iba a salir sino fuera por Iris que lo jalo de su sudadera.

—¿Qué vas hacer?—dijo lo más bajo que pudo mientras lo observaba con miedo.

—los cuida, tenemos que llevarnos a Kika y encontrar la tumba—dijo igual que ella, a lo que Iris cerro los ojos y asintió.

Con mucho cuidado y tratando de no ser vistos salen y Leo toma a Kika entre sus brazos para esconderse detrás de una pequeña pared.

—los está cuidando—dice para él mismo a lo que Kika abre los ojos y habla, algo adormilada.

—Es que nunca me hacen caso, chicos—Iris se asomo y vio a la llorona buscando desesperadamente a Kika.

—Le-leo—toco su hombro al verla sumamente enojada viéndolos fijamente.

La llorona saco el lamento mss terrorífico que ellos habían escuchado, a lo que rápidamente se hecharon a correr. Kika comenzó a abrir bien los ojos y al ver qué la llorona los perseguía comenzaba a jalar su cabello mojado.

—¡Correle San Juan! ¡Correle!—seguia jalando su cabello hasta que cayeron del techo alto.

El golpe aturdió a la pelinegra y rápidamente Leo la ayuda a pararse para después ambos ayudar a Kika, la cabeza de Iris retumbaba y sentía que el corazón se le saldría por la garganta en cualquier momento.

Leo escondió a Kika en uno de los orificios para después meter a su novia.

—¿Leo? ¿Qué vas hacer?—tomo su mano y trato de salir, pero Leo no la dejo—¿Vas hacer esto nuevamente?—la pelinegra recordó cuando estaban cazando a la nahuala.

—Escuchame, Iris. Esto es más peligroso que con la nahuala, no quiero que te suceda nada—tomo sus manos, mientras Kika se hundía más en el hueco.

—¿Y que hay de ti? Tampoco quiero que te suceda nada. Recuerda estamos juntos en esto—tomo su mejilla y sus ojos se aguardaron.

—No puedo dejar que te suceda algo—igualmente cerró los ojos—Iris... Sin ti yo me muero—fue lo último que dijo pues salió corriendo.

La pelinegra lo iba a seguir sino fuera porque Kika tomo su mano.

—Ris, espera—le dijo.

—kika, quédate aquí ¿Okay? No te muevas—ella asintió y la pelinegra salió del lugar, en busca de Leo.

Sus manos temblaban al igual que sus labios y no sabía si era por el miedo o por su ropa y cabello mojado. Cada vez se alejaba del lugar donde se encuentra Kika.

El llanto de la llorona se escuchaba en alguna parte de la iglesia, así que comenzó a correr.

Sus pasos resonaban y hacían eco, pero no le importaba, lo único que quería era encontrar al castaño.

Tropezó con una rama haciendo que caiga al piso, su mejilla izquierda se cortó un poco, haciendo ver un fino corte, sin importarle el dolor siguió corriendo mientras buscaba a Leo.

Un grito se hace presente y ve una pequeña tumba con un pasadizo secreto, así que se adentra en el, haciendo que el polvo se impregne en su piel y ropa.

Iris avanzó con pasos inseguros dentro del pasadizo oscuro. Su respiración era irregular, entrecortada por el nerviosismo y el frío. Todo lo que podía pensar era en encontrar a Leo antes que la llorna.

La idea de perderlo en ese lugar maldito era suficiente para que su corazón palpitara con fuerza, y cada sombra parecía acecharla. La oscuridad era densa, y la humedad del pasadizo hacía que el aire se sintiera pegajoso. Mientras avanzaba, vio marcas en las paredes, antiguos símbolos y manchas que parecían haber sido dejadas hace mucho tiempo.

Su mente estaba invadida por pensamientos de Leo, de cómo había salido solo para enfrentar a la Llorona y protegerla a ella y a Kika. Sabía que no debía detenerse, pero el miedo se mezclaba con la desesperación.

Finalmente, llegó a una sala amplia, donde divisó una silueta familiar. Era Leo, arrodillado frente a una tumba, sus hombros tensos y su respiración pesada. Sintió un alivio profundo, y corrió hacia él, sin pensar en nada más.

—¡Leo! —exclamó, su voz rota por el esfuerzo y el miedo.

𝐁𝐄𝐒𝐎𝐒 𝐃𝐄 𝐌𝐈𝐄𝐋      | Leo San Juan ˡᵃˢ ˡᵉʸᵉᶰᵈᵃˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora