Prólogo

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El silencio reinaba en la vasta extensión de la ciudad, roto solo por el eco distante de los pasos apresurados de una figura que se deslizaba entre las sombras. Era una noche fría y tranquila, pero algo perturbador flotaba en el aire, una sensación de que lo invisible acechaba en cada rincón oscuro. Los faroles parpadeaban de forma intermitente, como si estuvieran luchando contra una oscuridad más profunda, una que no podía ser vencida por la luz.

Aiden avanzaba con el corazón acelerado, los dedos crispados alrededor del colgante que pendía de su cuello. Sentía el frío metal presionando su piel, irradiando una extraña calidez, como si latiera con vida propia. Había intentado ignorar los sueños, las voces que la llamaban desde la penumbra, pero era imposible. El susurro suave, casi seductor, de una presencia que nunca había visto pero siempre había sentido, se repetía en su mente. "Aiden... ven... el tiempo se acaba".

Cada vez que cerraba los ojos, veía las alas negras extendiéndose a su alrededor, cubriéndola en una oscuridad abrumadora. Sabía que el tiempo de las preguntas había terminado. La búsqueda había comenzado, aunque no entendiera del todo lo que estaba en juego. Había algo terriblemente familiar en todo esto, como si los pasos que daba esa noche ya los hubiera caminado antes, en otro tiempo, en otra vida.

Caminó hasta la vieja iglesia en ruinas que Samael le había mencionado en sus enigmáticas advertencias. Era un lugar olvidado por todos, un vestigio de un tiempo donde la fe y el miedo convivían bajo los mismos techos. Las puertas crujieron al abrirse, revelando el interior desmoronado y el altar destrozado. En lo alto, la luna brillaba, pero no como un faro de esperanza, sino como un testigo silencioso de lo que estaba por venir.

Aiden no estaba sola. Lo sabía, lo sentía. Había otras fuerzas presentes en esa iglesia, fuerzas que habían estado observando, esperando su llegada. Y allí, entre las sombras, lo vio.

Una figura alta, envuelta en un manto oscuro, con alas negras que se desplegaban a su alrededor como si fueran parte de la misma noche. Su rostro era hermoso pero inquietante, marcado por cicatrices invisibles de una guerra antigua. Sus ojos, dos pozos profundos de desesperanza, se encontraron con los de Aiden, llenándola de una extraña mezcla de miedo y atracción.

—El tiempo ha llegado —dijo la figura, su voz resonando como un eco en la mente de Aiden, una mezcla de susurro y trueno.

Aiden no pudo hablar, no pudo moverse. Sabía que este era el principio del fin. El principio de una lucha que no había pedido, pero que ahora no podía evitar. El ángel oscuro, aquel que había sido expulsado de los cielos hace eones, había regresado. Y con él, las sombras comenzaban a despertar.

El destino del mundo, su propio destino, se encontraba suspendido en un delicado equilibrio entre la luz y la oscuridad. La guerra estaba por comenzar, y Aiden, sin quererlo, había sido elegida para jugar un papel crucial en ella.

Y así, en esa noche silenciosa, bajo el manto de la luna, los susurros del ángel oscuro se hicieron más fuertes, anunciando el despertar de un mal antiguo que cambiaría el curso de la humanidad para siempre.

Susurros del Angel OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora