Capítulo 4: El Libro de los Perdidos

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La niebla densa cubría el paisaje como una manta etérea mientras Aiden y Nathaniel atravesaban el antiguo cementerio que conducía a una de las bibliotecas más misteriosas del continente. El aire olía a tierra húmeda, a madera podrida y a muerte. Había algo sombrío y antiguo en ese lugar, como si los secretos de las almas que una vez habitaron esas tumbas aún rondaran entre los árboles retorcidos y las lápidas desgastadas.

Nathaniel iba en silencio, sus ojos atentos a cada sombra que se movía a su alrededor, mientras Aiden seguía sus pasos con cautela. Llevaban días buscando respuestas sobre el origen de las sombras que los habían atacado, y todo indicaba que las respuestas que necesitaban estaban en un libro antiguo, uno que se decía contenía los secretos de los caídos y las criaturas olvidadas por el mundo: El Libro de los Perdidos.

—¿Estás segura de que lo encontraremos aquí? —preguntó Aiden, rompiendo el silencio que se había apoderado del ambiente.

Nathaniel asintió con una determinación que no dejaba lugar a dudas.

—Este es el último lugar donde se sabe que el libro fue visto. Las leyendas dicen que lo dejaron en la biblioteca de los Perdidos, un lugar donde se guardan textos prohibidos. Nadie ha vuelto de allí... pero si queremos detener a las sombras, necesitamos ese conocimiento.

El camino que atravesaba el cementerio los llevó a una colina, y en la cima se encontraba la entrada a la biblioteca. Aiden sintió un escalofrío cuando sus ojos captaron la fachada del edificio: era una estructura imponente, hecha de piedra negra, con ventanas rotas que parecían ojos vacíos y amenazadores. Las puertas de hierro estaban cerradas, cubiertas de enredaderas que las abrazaban como si intentaran mantenerlas selladas para siempre.

Nathaniel empujó las puertas con fuerza, y el sonido chirriante de los goznes oxidados resonó en el aire. La oscuridad en el interior era total, pero Nathaniel sacó una linterna de su mochila, iluminando el pasillo largo y estrecho que se extendía frente a ellos.

—Debemos tener cuidado. Este lugar está lleno de trampas —dijo en voz baja—. No es solo una biblioteca, es un laberinto.

Aiden asintió, ajustándose la mochila en los hombros. El temor y la emoción se mezclaban en su interior. Sabía que ese libro contenía mucho más que simples palabras; contenía la clave para comprender el poder que la perseguía y que, de algún modo, también vivía dentro de ella.

El interior de la biblioteca era más desolado de lo que Aiden había imaginado. Estanterías inmensas, hechas de madera oscura y cubiertas de polvo, se extendían por todo el espacio. Libros antiguos y pergaminos desgastados estaban apilados sin orden aparente. Algunas estanterías estaban inclinadas, como si en cualquier momento fueran a colapsar bajo el peso del conocimiento que guardaban. El silencio era tan espeso que cada paso que daban resonaba como una sentencia.

—El Libro de los Perdidos está en una sección especial, en el sótano —murmuró Nathaniel, mirando un mapa antiguo que había encontrado días atrás en otra búsqueda—. No es un lugar al que cualquiera pueda acceder.

Mientras descendían por una escalera angosta, Aiden notaba la opresión en el aire. Sentía como si la misma biblioteca estuviera viva, observándolos, esperando el momento de atacar. Pero no podía detenerse ahora. Sabía que estaba cada vez más cerca de descubrir la verdad.

Llegaron a una puerta pesada de metal, decorada con símbolos arcanos que Aiden no podía entender del todo, pero que evocaban un poder oscuro. Nathaniel sacó un pequeño amuleto de su bolsillo, lo colocó en la cerradura, y la puerta se abrió con un crujido profundo, como si no hubiera sido usada en siglos.

El sótano era aún más oscuro y tenebroso que el resto de la biblioteca. Aiden sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal cuando la luz de la linterna reveló un altar en el centro de la sala, y sobre él, un libro grueso y polvoriento, encuadernado en cuero desgastado. Era más grande de lo que había imaginado, y parecía pulsar con una energía maligna.

Nathaniel se acercó con cautela.

—Este es... el Libro de los Perdidos —susurró, casi en reverencia—. Aquí están los secretos de aquellos que han sido condenados al olvido, las almas que vagan sin descanso, los seres que la humanidad ha tratado de enterrar en la oscuridad.

Aiden dio un paso adelante, su corazón latiendo con fuerza. Algo en ese libro la atraía, como si un imán invisible tirara de ella. Al mismo tiempo, sentía una repulsión profunda, como si tocarlo significara sellar un destino oscuro.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó, su voz temblando ligeramente.

Nathaniel no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en el libro, su expresión seria y concentrada. Finalmente, dijo:

—Lo abrimos. Necesitamos entender lo que enfrentamos.

Aiden asintió, aunque no pudo evitar sentirse inquieta. Mientras Nathaniel colocaba sus manos sobre la tapa del libro y comenzaba a levantarla, un viento frío barrió la sala, y las velas que habían encendido parpadearon violentamente.

El libro se abrió con un gemido, como si estuviera liberando algo más que simples palabras. Las páginas, amarillentas y frágiles, estaban cubiertas de símbolos extraños, dibujos grotescos, y palabras en un idioma antiguo que Aiden no podía reconocer.

—Este libro contiene el registro de aquellos que han caído en las sombras —explicó Nathaniel, hojeando las páginas con cuidado—. Aquí están los nombres de los que han sido consumidos, aquellos que han perdido su humanidad y han sido olvidados por el mundo. Las sombras... se alimentan de ellos, y cuando uno de nosotros cae, su nombre aparece aquí.

Aiden observó las páginas con horror. Cientos, tal vez miles de nombres estaban escritos allí. Algunos parecían recién agregados, mientras que otros eran tan antiguos que apenas se podían leer.

De repente, Nathaniel se detuvo en una página y frunció el ceño.

—Aquí está... —murmuró.

Aiden se inclinó hacia adelante y vio un nombre que no esperaba encontrar: Nathaniel Ashcroft.

—¿Qué... qué significa esto? —preguntó, incrédula.

Nathaniel cerró el libro de golpe, su rostro pálido y tenso.

—Significa que mi destino está sellado —dijo en voz baja—. Las sombras me han marcado. Estoy condenado a ser uno de ellos.

Aiden sintió una oleada de desesperación. Nathaniel, su aliado, su protector, estaba destinado a caer. Pero no podía aceptar eso. No después de todo lo que habían pasado juntos.

—No —dijo, con firmeza—. Debe haber una manera de evitarlo. Este libro contiene respuestas, no solo condenas.

Nathaniel la miró, sus ojos oscuros llenos de tristeza.

—Lo único que podemos hacer es seguir adelante —dijo—. Si no detenemos a las sombras, no solo yo estaré perdido. Todos lo estaremos.

Aiden sabía que tenía razón, pero eso no hacía que la idea fuera menos aterradora. El tiempo se agotaba, y las sombras se hacían más fuertes. Pero ahora tenían el libro. Y en él, las respuestas que tanto habían buscado.

Susurros del Angel OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora