Capítulo 8: Los Secretos del Colgante

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La noche había caído profundamente cuando Aiden y Nathaniel dejaron atrás el pueblo fantasma, su marcha acompañada por el susurro constante del viento entre las ruinas. El medallón que habían recibido de la figura de la Hermandad del Abismo pendía del cuello de Aiden, y con cada paso, parecía pulsar con una energía que se sincronizaba con los latidos de su corazón. Había algo más en ese pequeño objeto que un simple talismán protector. Aiden lo sabía, lo sentía en la conexión que establecía con él, pero no estaba seguro de qué era.

—Este colgante es más que un simple amuleto, Nathaniel —dijo Aiden, su mirada fija en el pequeño objeto de metal oscuro que colgaba sobre su pecho—. Siento algo... profundo dentro de él. Como si estuviera conectado a algo más grande.

Nathaniel caminaba en silencio a su lado, sus pensamientos concentrados en los peligros que se avecinaban. La información que les había proporcionado la Hermandad del Abismo sobre el Espejo de la Verdad y los fragmentos que debían encontrar era clave, pero sabía que lo que estaban enfrentando no era solo una serie de pruebas. Las sombras que se cernían sobre ellos no eran entidades normales; había un poder más oscuro y antiguo moviéndose en las profundidades de su búsqueda.

—¿Crees que hay algo más en el colgante que nos dieron? —preguntó Nathaniel, volviendo su mirada hacia Aiden—. La Hermandad parecía saber mucho, pero no mencionaron nada sobre los secretos que podría ocultar.

Aiden asintió, sin apartar la vista del colgante.

—No estoy seguro de lo que es, pero cada vez que lo sostengo siento una conexión... como si algo en él estuviera esperando ser revelado. Tal vez el colgante sea una clave, una pieza en el rompecabezas que aún no hemos comprendido del todo.

El camino que seguían los llevaba hacia un bosque oscuro, cuyas copas de árboles se elevaban como sombras colosales contra el cielo nocturno. A medida que se adentraban en el bosque, la temperatura descendía, y el aire se volvía más denso y pesado, casi opresivo. Parecía que el lugar mismo estaba impregnado de una energía antigua, una fuerza que dormía bajo las raíces de los árboles y en la profundidad de la tierra.

—Este lugar no me gusta —dijo Nathaniel en voz baja—. Siento que estamos siendo observados.

Aiden no respondió de inmediato, pero también sentía esa sensación persistente de que algo, o alguien, los estaba vigilando desde las sombras. Los árboles susurraban en lenguas desconocidas, y el viento que agitaba las hojas traía consigo un murmullo constante, como voces apagadas que se comunicaban en secreto. Era como si el bosque mismo estuviera vivo, y no de una manera natural.

De repente, el colgante comenzó a brillar débilmente, emitiendo una luz suave que cortaba la oscuridad circundante. Aiden se detuvo en seco, levantando el medallón con cuidado para examinarlo.

—Mira esto, Nathaniel —susurró Aiden—. Está reaccionando a algo.

Nathaniel se acercó, observando cómo el brillo del colgante parecía latir como un corazón en miniatura. El resplandor no era fuerte, pero era lo suficiente para iluminar un pequeño radio alrededor de ellos, revelando lo que parecía ser un antiguo camino oculto bajo la maleza del bosque.

—Este camino... No lo vimos antes —dijo Nathaniel, mirando a su alrededor—. ¿Crees que el colgante está mostrando el camino?

—Solo hay una forma de saberlo —respondió Aiden, comenzando a caminar por el sendero recién revelado.

El bosque, que antes parecía una prisión de sombras y oscuridad, comenzó a transformarse a medida que avanzaban por el nuevo camino. La vegetación se abría ante ellos, y el aire frío y denso parecía disiparse poco a poco. La luz del colgante los guiaba con firmeza, mostrando un sendero oculto que los llevaba cada vez más profundo en el corazón del bosque.

Después de lo que pareció una eternidad, llegaron a un claro escondido entre los árboles, y en el centro de ese claro se encontraba una construcción antigua. Era un santuario, o lo que quedaba de él. Las paredes de piedra estaban cubiertas de musgo, y los símbolos antiguos estaban grabados en la superficie, aunque la mayoría estaban desgastados por el tiempo.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Nathaniel, mirando a su alrededor con cautela.

Aiden no respondió de inmediato, su atención estaba fija en un pedestal que se encontraba en el centro del santuario. Sobre el pedestal había un espejo pequeño, rodeado por símbolos grabados en la piedra, similares a los que habían visto en el libro de los Perdidos.

—Este debe ser uno de los fragmentos del Espejo de la Verdad —dijo Aiden mientras se acercaba al pedestal—. Es más pequeño de lo que imaginé.

El fragmento de espejo parecía brillar débilmente bajo la luz del colgante, como si ambos objetos compartieran algún tipo de vínculo místico. Aiden extendió la mano para tocarlo, pero justo antes de que sus dedos rozaran la superficie, una fuerza invisible lo detuvo en seco.

—¡No lo toques! —gritó Nathaniel, tirando de Aiden hacia atrás.

De repente, las sombras alrededor del santuario comenzaron a moverse, cobrando vida propia. Formas oscuras emergieron de los árboles y las piedras, sus cuerpos espectrales ondulando en el aire mientras rodeaban a los dos hombres.

—Las sombras... están aquí —dijo Nathaniel, sacando un cuchillo que llevaba oculto en su chaqueta.

Aiden miró a su alrededor, sus ojos buscando desesperadamente una salida mientras las sombras se cerraban sobre ellos. Los susurros de la oscuridad llenaron el aire, y las formas espectrales parecían tener una sola intención: proteger el fragmento del Espejo de la Verdad a toda costa.

—¡No podemos luchar contra ellas! —gritó Aiden, su voz llena de desesperación—. Necesitamos encontrar otra forma de salir de aquí.

De repente, el colgante en el pecho de Aiden brilló con una intensidad cegadora, proyectando un rayo de luz directamente hacia las sombras que los rodeaban. Las figuras oscuras se retorcieron y aullaron, retrocediendo ante el poder del medallón. Parecía que el colgante no solo era una guía, sino también una herramienta para repeler las fuerzas de la oscuridad.

—¡Es el colgante! —dijo Nathaniel, mientras observaba cómo las sombras se desintegraban en el aire—. ¡Está ahuyentando a las sombras!

Aiden, aprovechando la oportunidad, extendió la mano nuevamente hacia el fragmento del espejo, esta vez sintiendo que la barrera invisible había desaparecido. Sus dedos rozaron la superficie fría y brillante del espejo, y en ese instante, una visión inundó su mente.

Vio un vasto abismo oscuro, lleno de criaturas indescriptibles que se movían en las profundidades. En el centro del abismo, una figura encapuchada, similar a la que habían visto antes, sostenía el Espejo de la Verdad completo, utilizándolo para controlar a las sombras y sumir al mundo en la oscuridad eterna.

Aiden retrocedió, su respiración acelerada, mientras la visión se desvanecía.

—¿Qué viste? —preguntó Nathaniel, preocupado.

—El abismo... y la Hermandad. Ellos están detrás de todo esto —dijo Aiden, su voz temblorosa—. Si consiguen reunir los fragmentos del espejo, el mundo caerá en la oscuridad.

Nathaniel asintió, su rostro sombrío mientras guardaba su cuchillo.

—Entonces no podemos dejar que eso suceda. Debemos reunir los fragmentos antes que ellos.

Con el fragmento del Espejo de la Verdad en su poder y el colgante brillando con un nuevo propósito, Aiden y Nathaniel se alejaron del santuario. Sabían que la Hermandad del Abismo los estaría buscando, y las sombras seguirían persiguiéndolos. Pero con cada paso que daban, se acercaban más a desvelar el verdadero secreto detrás de la oscuridad que amenazaba con consumirlo todo.

Susurros del Angel OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora