Capítulo 18: La Guerra de los Cielos

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El cielo estaba teñido de un rojo oscuro, como si el mismo firmamento sangrara. Bajo aquel manto ominoso, los ejércitos se preparaban para una guerra que trascendía lo físico, una batalla entre los poderes divinos y los caídos, aquellos que habían desafiado las leyes celestiales y, ahora, buscaban la completa dominación de la Tierra. En lo profundo de las tierras devastadas por el despertar de Azazel, los protagonistas se encontraban atrapados entre dos fuerzas colosales, observando con terror cómo las puertas del Cielo y del Abismo comenzaban a abrirse.

Desde el despertar de Azazel en el Capítulo 16, el equilibrio del mundo se había roto. Las sombras no solo se expandían sobre la Tierra, sino que también se extendían hacia los cielos, corrompiendo el orden natural de todas las cosas. El poder de Azazel era tal que su resurgimiento no pasó desapercibido en los planos superiores. Los ángeles, guardianes del Cielo y del equilibrio, comenzaron a preparar sus ejércitos para enfrentarse a esta amenaza que no solo ponía en peligro a la humanidad, sino al universo entero.

Evelyn, aunque aparentemente sacrificada en el ritual, reaparecía en este punto en una forma etérea, conectada al plano espiritual. Ella era ahora un puente entre el mundo humano y el divino, y su conexión con los poderes celestiales se manifestaba de manera abrumadora. En sus visiones, veía el conflicto que se avecinaba: una guerra entre los ángeles caídos, liderados por Azazel, y los ejércitos celestiales, comandados por el arcángel Miguel. Esta guerra no sería como las luchas físicas que los humanos comprendían; sería una batalla entre fuerzas cósmicas, donde cada golpe podría alterar el tejido mismo de la realidad.

Mientras tanto, Aiden y Marcus observaban cómo las criaturas infernales que seguían a Azazel se multiplicaban y se extendían por la Tierra. Ciudades enteras se convertían en ruinas bajo el peso del caos desatado. Los cielos estaban poblados por sombras que parecían devorar la luz del sol, y en el horizonte, los rayos de luz divina rompían las tinieblas, anunciando la inminente llegada del ejército celestial.

Con la caída de las barreras entre los planos, la Tierra se convertía en el campo de batalla definitivo. Aiden, Marcus y los pocos supervivientes que quedaban sabían que no podían derrotar a Azazel solos. Mientras los demonios avanzaban, la única esperanza que les quedaba era aliarse con las fuerzas del Cielo. Sin embargo, la historia de los ángeles caídos y la corrupción de los humanos hacía que la alianza fuera frágil.

Evelyn, en su forma espiritual, actuaba como intermediaria. En un encuentro dramático con el arcángel Miguel, ella lograba convencer a las fuerzas celestiales de que los humanos no eran culpables del despertar de Azazel, sino víctimas de una conspiración mucho más antigua. Miguel, el general supremo de los ejércitos del Cielo, era un ser de luz imponente, cuyo brillo cegador intimidaba incluso a los más valientes. Su rostro mostraba severidad, pero también una compasión distante. Aceptó formar una alianza con los humanos, pero dejó claro que su objetivo principal era detener a Azazel, sin importar los costos.

Aiden, quien había asumido el liderazgo del grupo tras la pérdida de Evelyn en el plano físico, se encontró cara a cara con un ser cuya existencia desafiaba todo lo que él conocía. Sentía una mezcla de reverencia y temor ante la presencia de Miguel. Sin embargo, sabía que necesitaba mantener la calma y ser fuerte por aquellos que aún luchaban a su lado. La alianza estaba formada, pero era frágil, y cualquier error podría desencadenar aún más caos.

Mientras las fuerzas celestiales descendían sobre la Tierra, las tropas de Azazel se organizaban para enfrentarlas. Estas criaturas del Abismo no eran simples demonios; eran antiguos ángeles caídos, seres que habían luchado junto a Azazel en la primera rebelión contra Dios. Corruptos por milenios de odio y hambre de poder, estos seres habían perdido casi toda su divinidad, convirtiéndose en criaturas de pura oscuridad.

El ejército celestial, por otro lado, estaba compuesto por seres de luz, guerreros que habían sido forjados en la guerra misma, en conflictos cósmicos que los humanos ni siquiera podían imaginar. Los ángeles de la primera esfera, aquellos más cercanos a Dios, eran liderados por Miguel, mientras que los ángeles guerreros de la segunda y tercera esferas se preparaban para enfrentarse a sus antiguos hermanos caídos. Cada uno de ellos brillaba con un poder que podía iluminar incluso las sombras más oscuras.

En el campo de batalla, las diferencias entre ambos ejércitos eran evidentes. Mientras que las tropas del Abismo eran caóticas, alimentadas por la rabia y el odio, las fuerzas celestiales mantenían una formación impecable, moviéndose como una unidad, guiadas por una voluntad divina. El suelo temblaba bajo el peso de los ejércitos, y el cielo se oscurecía aún más, como si la misma naturaleza temiera lo que estaba por suceder.

La guerra comenzaba con un estruendo que sacudía la Tierra. Los cielos se llenaban de relámpagos divinos, mientras que las sombras del Abismo respondían con llamaradas oscuras. En medio de la destrucción, Aiden, Marcus y los humanos restantes luchaban por mantenerse con vida. Aunque no podían participar directamente en la batalla entre los ángeles y los caídos, sabían que debían proteger el último bastión de la humanidad, un santuario oculto que, según las profecías, podría ser clave para sellar nuevamente a Azazel.

Las primeras bajas en ambos bandos no se hicieron esperar. Los ángeles caídos, liderados por Azazel, se lanzaron con una furia imparable, atravesando las líneas celestiales con una violencia inhumana. Sus antiguas habilidades, combinadas con su corrupción, los hacían casi imparables. Los ángeles celestiales, por su parte, utilizaban la luz divina para contrarrestar las sombras, pero por cada caído que destruían, otros dos parecían tomar su lugar.

La batalla se extendía por toda la Tierra. Los océanos rugían bajo la influencia del poder de Azazel, y las montañas se desmoronaban ante los choques de energías cósmicas. A lo lejos, Aiden y Marcus podían ver cómo las luces y sombras se entrelazaban en el cielo, creando un espectáculo tanto hermoso como aterrador. Sabían que, aunque no estaban luchando en esa guerra directamente, su destino estaba entrelazado con el resultado.

Mientras la guerra entre los ejércitos celestiales y los caídos continuaba, Aiden y su grupo se dieron cuenta de que había una única manera de detener a Azazel. Según las antiguas profecías que habían descubierto, el Santuario de la Luz contenía el último fragmento de un antiguo poder que podría sellar al ángel caído una vez más. Sin embargo, para alcanzarlo, debían enfrentarse a Azazel directamente.

El enfrentamiento con Azazel era inevitable. Mientras Miguel y los ejércitos celestiales mantenían a raya a las tropas del Abismo, Aiden, Evelyn (en su forma espiritual), y Marcus lograron infiltrarse en el corazón de las sombras donde Azazel estaba concentrando su poder. Allí, encontraron a Azazel en su forma más pura, una mezcla de luz y oscuridad que desafiaba toda lógica.

Azazel, al ver a los humanos acercarse, rió con una voz que resonaba en todo el campo de batalla. Para él, los humanos no eran más que insectos, irrelevantes en el conflicto cósmico que estaba desatado. Sin embargo, Aiden sabía que el destino del mundo dependía de ellos. Con el último de sus recursos, los humanos activaron el poder del Santuario de la Luz, envolviendo a Azazel en una trampa de energía divina.

El grito de Azazel sacudió los cimientos de la realidad, mientras sus tropas comenzaban a retroceder. Los ejércitos celestiales aprovecharon este momento de debilidad para atacar con toda su fuerza, mientras Aiden y Evelyn, unidos en su propósito, mantenían el sello que había sido invocado.

Con Azazel sellado una vez más, el campo de batalla quedó en silencio. Las sombras comenzaron a desvanecerse, y los cielos, por primera vez en semanas, se aclararon. Los ángeles caídos, sin su líder, fueron derrotados, y los ejércitos celestiales comenzaron a regresar a sus planos, sabiendo que la batalla, al menos por ahora, había terminado.

Aiden y Marcus, exhaustos pero vivos, miraron el cielo despejado con una mezcla de alivio y tristeza. Habían ganado la batalla, pero a un costo inmenso. El mundo había cambiado para siempre. Evelyn, ahora completamente espiritual, se despidió de sus amigos, sabiendo que su lugar ya no estaba entre los vivos, sino en un plano superior.

La guerra de los cielos había terminado, pero las cicatrices que dejó permanecerían en la Tierra por mucho tiempo.


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