capitulo 13

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Mikaila.

El día estaba nublado cuando llegué a la central de la FEMF. Había pasado unos días tranquilos, pero aún no estaba acostumbrada a estar rodeada de tanta autoridad. Magnus había insistido en que viniera, diciendo que era importante que me familiarizada con el funcionamiento de las fuerzas especiales. Aunque no me sentía del todo cómoda, sabía que tenía que hacerlo.

Caminé por los pasillos del edificio, observando cómo los soldados se movían de un lado a otro, inmersos en sus propias tareas. De repente, vi una cara familiar. Alexa, se acercó a mí con una sonrisa en los labios.

—¡Mikaila! —me saludó con entusiasmo—. Qué sorpresa verte por aquí. ¿Qué te trae a la central?

—Magnus me envió para conocer un poco más sobre la estructura —dije, devolviéndole la sonrisa—. Aunque creo que solo quiere asegurarse de que no me quede demasiado tiempo en Londres sin hacer nada.

Alexa rió, sacudiendo la cabeza.

—Eso suena a mucho trabajo.

Asentí, notando lo cómoda que me sentía con ella. Habíamos pasado tiempo juntas y me agradaba su personalidad directa y abierta. Estuvimos charlando unos minutos hasta que alguien más se acercó.

—Ah, Mikaila. Justo a tiempo —la voz de Patrick me sobresaltó. Había aparecido de la nada, con una sonrisa traviesa en el rostro.

—Patrick —saludé, un poco confundida por su expresión—. ¿A tiempo para qué?

—Te iba a mostrar mi oficina. Quiero que veas cómo funciona todo aquí desde dentro.

Alexa le dio una mirada divertida antes de excusarse y dejarnos a solas. Patrick me hizo un gesto para que lo siguiera y, aunque algo en su tono me había sonado extraño, decidí confiar en él. Caminamos por varios pasillos hasta que llegamos a una puerta elegante, mucho más imponente que las demás. La abrió de par en par y me hizo pasar.

Entré en la oficina, esperando ver un lugar modesto, pero lo que encontré fue completamente distinto. El espacio era enorme, decorado con gusto y lujo. Las paredes estaban adornadas con libros antiguos, trofeos y cuadros impresionantes. En el centro, una mesa de madera maciza destacaba, y sobre ella, varios papeles organizados con precisión.

—¿Esta es tu oficina? —pregunté, sorprendida.

Patrick sonrió con una chispa de diversión en sus ojos, pero no respondió. Antes de que pudiera cuestionarlo más, cerró la puerta detrás de mí y se fue sin decir nada. Lo escuché girar la llave.

—¡Patrick! —grité, golpeando la puerta—. ¿Qué estás haciendo?

Pero no hubo respuesta. Me quedé sola en la oficina, perpleja y un poco molesta. ¿Por qué me había dejado encerrada?

Suspiré, resignada, y decidí explorar un poco el lugar. Observé los detalles de la habitación: las medallas colgadas en la pared, los diplomas que no reconocía. Era una oficina impresionante, sin duda, pero algo no cuadraba. No podía imaginar a Patrick en un lugar como este. ¿Quizá compartía la oficina con alguien más?

Me acerqué al escritorio y noté una botella de whisky perfectamente alineada con un par de vasos de cristal. No solía beber, pero estaba intrigada. ¿Quién tendría tanto cuidado con algo tan simple como una botella? Tomé uno de los vasos y lo levanté, observando el líquido ámbar mientras me preguntaba qué estaría pasando.

Justo cuando estaba a punto de servir un poco, la puerta se abrió de golpe. Mi corazón dio un salto cuando vi a Christopher parado en el umbral, sus ojos grises fijos en mí.

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