capitulo 19

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Mikaila.

Desperté lentamente, sintiendo el calor familiar a mi lado. Al girar la cabeza, lo vi, aún dormido. Christopher. Dormía tan profundamente que, por un momento, me quedé observándolo. Su rostro siempre tan serio y dominante, ahora relajado, casi vulnerable.

Me moví con cuidado para no despertarlo, deslizándome fuera de la cama, sintiendo el frío del suelo en mis pies desnudos. Tomé su camisa, la que había dejado en la silla la noche anterior, y me la puse. Me cubría hasta los muslos, pero aún dejaba al descubierto parte de mis piernas. No podía evitar sonreír al verla en mí.

Me dirigí al baño, sintiendo la suavidad de la camisa contra mi piel. Una vez dentro, llené la bañera con agua caliente y sales, y me sumergí en un baño de burbujas. El agua me envolvía, relajando cada músculo, mientras mis pensamientos vagaban libremente.

Después de un rato, me levanté y me sequé antes de vestirme de forma cómoda. Bajé a la cocina, lista para preparar algo de comer. Tenía antojo del típico desayuno inglés, algo que hacía años no preparaba. Mientras me movía en la cocina, el sonido de los utensilios y el aroma de la comida me transportaron a otro tiempo, a otro lugar.

Recordé a mi madre, siempre tan paciente, enseñándome a cocinar. Era algo que hacíamos juntas, y esos momentos eran tan especiales... A veces me detenía a pensar en lo mucho que la extrañaba, en cómo desearía que estuviera aquí ahora, que viera en lo que me había convertido.

Apesar de que tenía cinco años en ese entonces, trataba de memorizar todo lo que ella enseñaba.

Me quedé inmóvil, perdida en esos recuerdos, hasta que sentí unos brazos rodear mi cintura.

-El desayuno huele delicioso. -murmuró con su voz grave, mientras apoyaba su cabeza en mi cuello, el contraste de nuestras alturas siempre tan evidente.

-Gracias. -Asentí suavemente, intentando contener las emociones que aún revoloteaban en mi interior.

-¿En qué piensas? -me preguntó, con esa calma que pocas veces mostraba.

-En mi madre. -respondí en voz baja, casi como un susurro.

Sentí cómo su agarre se apretaba un poco más, pero no dijo nada. Sabía cuándo las palabras no eran necesarias, y este era uno de esos momentos. Permanecimos así un instante más, en silencio, hasta que el desayuno estuvo listo.

Nos trasladamos a la sala, con los platos servidos y las tazas de té humeantes frente a nosotros. Nos sentamos juntos, y aunque no hablábamos mucho, la tranquilidad del momento hablaba por sí misma. Disfrutábamos de la simple compañía, algo que yo atesoraba cada vez más.

Se quedó observándome un momento, como si estuviera pensando en qué decir, y luego rompió el silencio.

-¿La extrañas? -preguntó en voz baja, como si no quisiera interrumpir mis pensamientos.

-Todos los días. -respondí con sinceridad, sintiendo cómo mi corazón se encogía un poco al admitirlo en voz alta.

Él asintió, apretando mi mano suavemente, como si ese gesto pudiera aliviar algo del dolor que sentía al recordar. Era un consuelo silencioso, pero poderoso.

-¿Cuántos años tenías cuando murió? -volvió a preguntar, su voz más grave y profunda, llena de interés genuino.

-Cinco años. -dije, intentando que mi voz no temblara demasiado al recordar esa pérdida tan temprana.

No dijo nada por un momento, solo continuó sosteniendo mi mano. Su tacto era firme, cálido, y aunque él no era del tipo de persona que expresaba mucho con palabras, sus gestos siempre lograban calmarme de una manera indescriptible.

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