Hora Cero

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Aproximadamente a las siete en punto de la tarde del día de su vigésimo octavo cumpleaños, en una tarde de viernes que hasta el momento había transcurrido en la oficina sin incidentes dignos de mención, Ling Kwong se vio envuelta con los pechos de mujer más perfectos que había visto nunca al desnudo. Dado que toda la experiencia que tenía con ver pechos desnudos ajenos al na tural hasta el momento no pasaba del típico vistazo furtivo en los vestuarios del gimnasio y de la desagradable ocasión en que, a los doce años, había pillado a su abuela cambiándose en la habitación con la puerta entreabierta, quizás aquello no decía mucho.

Los pechos en cuestión pertenecían a una stripper medio desnuda que se le había sentado en su regazo y no dejaba de contonearse al ritmo de una música dance horrorosa que sonaba a todo volumen desde el iPhone que había aparecido de la nada sobre su escritorio.

Incapaz de moverse con el peso de la otra mujer sobre sus muslos, y sin saber bien dónde meter las manos, lo único que acertó a hacer Ling fue quedarse sentada y contemplar los pechos de pezones rosados que se zarandeaban delante de su cara. Eran perfectos, y por un instante de locura, se olvidó de la propuesta que supuestamente tenía que estar redactando y consideró la posibilidad de tomar aquellos pechos entre sus manos. Sin embargo, Ling era una mujer de lo más responsable, y además, no era de las que iban por ahí manoseando strippers.

Avergonzada de sus pensamientos, la dominó el enfado. Su propuesta era mucho más importante que cualquier emoción barata que pudiera ofrecerle aquella mujer.

"¿Qué mierda crees que estás haciendo?" rugió Ling. "Levántate y apaga eso. Ahora mismo".

La stripper de cabello rubio sonrió y se balanceó con tra su cuerpo. "Soy tu regalo de cumpleaños". Alargó la mano, cogió la de Ling y la colocó sobre uno de sus perfectos pechos. "Disfrútame". le susurró lascivamente al oído.

Los dedos de Ling se curvaron por instinto al sentir el pezón endurecido de la otra mujer contra la palma de la mano. Respiró hondo por la nariz y repitió: "Apaga la música. No quiero volver a repetírtelo".

La stripper la miró a los ojos y enarcó una elegante ceja sin moverse de su regazo. "Yo diría que sí te está gustando un poquito".

Ling deseó que la vergüenza no se le notara en la cara. "Sal de encima ya. Y ponte la camiseta por Dios". No había sido su intención ser tan áspera, pero tanta carne desnuda cerca la ponía nerviosa y estaba decidida a no perder el control. Alguien tenía la culpa de aquel mal trago; algún compañero de trabajo idiota que lamentaría haber tenido semejante idea.

Por suerte, la stripper pareció entender que no estaba de broma. Se levantó y se apartó de la silla. Cuando se agachó para recuperar la camiseta que había dejado en el bolso, Ling intentó no mirarle el trasero, pero fracasó miserablemente.

La stripper le sonrió por encima del hombro. "¿Has visto algo que te guste?".

"Solo me preguntaba cómo has llegado hasta aquí sin que te detuvieran por prostitución". contra atacó Ling, mientras su visitante indeseada se ponía una camiseta ajustada y unos tejanos desgastados de cintura baja. "La verdad es lo que parece. ¿El estilo de la ropa es por trabajo o porque te gusta así?"

En realidad, la joven estaba preciosa y alucinante. Por encima de la cinturilla de los tejanos se insinuaban unas braguitas negras y llevaba en la mano el sujetador de encaje negro que se había quitado al subirse a horcajadas sobre Ling. Además, la camiseta de algodón le marcaba los duros pezones.

"Jakarin tenía razón". dijo la embajadora de Zorrilandia. "Necesitas relajarte. Et voilà."

"Ha sido Jakarin". murmuró Ling sin una pizca de humor. "Quién, si no".

13 Horas (LingOrm)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora