Donde empezó todo

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Para cuando Orm llegó a la planta 29, ya tenía el interior de los muslos húmedos, los pezones como piedras contra el tejido del sujetador y los pechos hinchados y pesados. Estaba convencida de que estaba sonrojada y de que tenía las pupilas dilatadas y la excitaba pensar que cualquiera que la viera se daría cuenta de su estado.

Echó un vistazo cariñoso al ascensor antes de salir. Allí era donde Ling y ella se habían besado por primera vez. Donde habían hecho el amor por primera vez. Le traía muchos recuerdos especiales, así que dejó que estos recuerdos inflamaran el deseo que la acuciaba ya entre las piernas. Recorrió el pasillo hacia la oficina de Ling con una sonrisa radiante dibujada en el rostro. Un hombre joven con barba iba en dirección contraria, pero en el último momento se paró en seco al verla, y boquiabierto le dedicó un saludo de cabeza mientras bailaban el uno en torno al otro en uno de aquellos momentos extraños en los que trataban de decidir por qué lado pasar cada uno. Orm contuvo una risita ante la expresión del chico. Los programadores de Ling no eran demasiado sutiles a la hora de disimular su excitación cuando una mujer penetraba en sus dominios. Las contadas visitas de Orm a la oficina solían crear una verdadera conmoción. Su mayor reto de aquel día sería pasar por el embudo, que era como denominaba al estrecho paso entre dos hileras de escritorios que tenía que atravesar para llegar a la oficina de Ling y que estaba poblado de frikis informáticos mirones que no le quitarían ojo de encima.

«No finjas que saberlo no te pone un poco, Orm. Intenta ser natural, sabiendo lo que estás apunto de hacer.» Estaba ardiendo, mojada, y por debajo de la falda corta le temblaban las rodillas de puro deseo sexual. Pese a todo, reunió valor y atravesó el embudo. Todas las cabezas se volvieron hacia ella al unísono.

"¿Va a comer con la señorita Kwong?" preguntó uno de los monos picadores de datos, pese a la obviedad de la situación.
Orm asintió amable. «No, solo voy a comerme a la señorita Kwong.»

El tipo no le despegó los ojos de la parte delantera de la camisa, que Orm llevaba desabrochada lo justo para insinuar el escote. Había pasado por casa para cambiarse el uniforme de la clínica veterinaria por algo más seductor antes de salir a comer. Las bragas las había dejado en el apartamento. Después de todo no iba a necesitarlas.

"¿Ling está en su oficina?" preguntó.
Aquella pregunta tan compleja se ganó varios segundos de silencio estupefacto hasta que la única programadora mujer de Ling contestó.

"Sí está. Disfrute de la comida". «Oh, ya lo creo.»

Orm notó un espasmo en la entrepierna solo de pensarlo. Con los ojos de todos pegados al culo, Orm atravesó las hileras de cubículos para llegar ante la puerta cerrada de la oficina de Ling. Llamó y entró. Al ver a Ling sentada tras su enorme escritorio de roble, sonrió de oreja a oreja.

"Hola, nena". la saludó Ling en voz baja. Paseó la mirada sobre el cuerpo de Orm lentamente. "¿Qué tal si cierras la puerta?"

Orm se apoyó en la puerta y la cerró con un suave clic. "Te he extrañado". murmuró. Era la pura verdad, independientemente de que hubieran pasado solo unas seis horas separadas. El cuerpo le ardía bajo la mirada de Ling y se dio cuenta de que esta cerraba los puños sobre el escritorio.

"Yo también te he extrañado". le dijo Ling.

"¿Has pensado mucho en mí?"

"Ya sabes que no hago otra cosa".

Orm avanzó hacia ella.

"¿De verdad?"

La voz de Ling se tornó ronca.

"Me paso el día hechizada por ti. Es difícil que te saque de mis pensamientos".

Orm tragó saliva y rodeó el escritorio para poder verle el regazo. Al estar sentada, la tela de sus pantalones oscuros quedaba ajustada en torno a sus muslos y le marcaba la protuberancia entre las piernas.

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