Una falla en el sistema

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Ling salió del dormitorio a grandes zancadas con el ceño fruncido. Aunque estaba preciosa con su traje gris oscuro, no parecía de muy buen humor. Orm estaba en la cocina preparando las bolsas para la comida de las dos. Observó a Ling con cautela mientras untaba mostaza en su sándwich de pavo. ¿Sería Ling la que rompiera el hielo, o tendría que hacerlo ella?

Acababan de discutir, después de que Ling se hubiera puesto furiosa al encontrarse una toalla mojada colgada de la puerta de la ducha que goteaba en el suelo. Odiaba el desorden, y al parecer, tener mojado el suelo del baño era un crimen terrible. Lo primero que le había dicho a Orm aquella mañana había sido: «¿Qué coño es esto? ¿Es que vivimos en una pocilga?». Orm le había replicado porque le molestaba que en lugar del abrazo y el beso al que estaba acostumbrada, hubiera tenido un reproche de buenos días. «Ya veo que te has levantado de buen humor, bomboncito mío.» Fue lo último que se dijeron antes de que Ling se metiera en el baño y cerrara de un portazo y Orm se fuera a la cocina. Habían pasado exactamente diecisiete minutos. Orm lo sabía, porque los había contado con el estómago encogido por la tensión. Oyó entrar a Ling, pero mantuvo la mirada baja mientras esta preparaba el café.

Ling no pronunció palabra mientras trabajaba y Orm tampoco, de manera que sus rutinas matutinas se desarrollaron silenciosa y eficientemente. Hacía dos semanas que compartían apartamento, y a medida que acababan de desempacar, estaban recibiendo un curso acelerado en las costumbres mutuas. Ling era una obsesiva del orden y la limpieza, justo como Orm había imaginado. Ella, por su parte, era más relajada, aunque suponía que su amante la consideraría más «desordenada» que otra cosa.

Orm había intentado cuidar un poco cómo dejaba la casa y hasta aquella mañana, Ling parecía estar haciendo un notable esfuerzo por ser paciente con ella cuando dejaba las cosas por medio. Aprenderse las manías de Ling no era cosa fácil, y Orm creía que se merecía más reconocimiento del que le había otorgado por lo del baño.

"¿Dónde está mi maletín?" preguntó Ling con voz tensa desde el otro lado del mostrador de la cocina. "Lo dejé al lado de la puerta, pero ya no está ahí".

Orm levantó la mirada.

"Lo dejé en el armario de la entrada".

"El armario de la entrada, cómo no". Ling susurró algo entre dientes y se alejó.

Orm contuvo las lágrimas y metió un banano en una de las bolsas de papel. Ling regresó justo cuando acababa de cerrarla y Orm se la ofreció con una media sonrisa triste.

"Aquí tienes tu comida".

La expresión de Ling se suavizó un poco. Dejó el maletín en el suelo y cogió la bolsa, con cuidado de no tocar los dedos de Orm.

"Ah, gracias".

"De nada".

Orm la miró con precaución. Se moría por tocarle la mano, pero se contuvo porque no estaba segura de que Ling apreciara el roce en aquellos momentos.

"No es más que un sándwich de pavo".

Ling dejó escapar un hondo suspiro y dejó la bolsa en el mármol.

"Lo siento, cariño".

Aunque tenía el corazón en un puño por la discusión, Orm no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente.

"¿Por qué?"

"Por provocar nuestra primera pelea".

Ling parecía sinceramente avergonzada y Orm forzó una sonrisa desvaída.

"Demasiado tarde, ya te habías disculpado por eso".

Ling inclinó la cabeza, obviamente confusa.

13 Horas (LingOrm)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora