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Una pequeña batalla se avecinaba, pequeña pero mortal.

Entré corriendo al quirófano. Kim tenía una manta por encima para cubrirle el pecho, tenía una gran cicatriz en el lugar donde la bala le había alcanzado.

Un doctor me sacó a rastras del quirófano mientras yo pataleaba intentando librarme de su agarre pero era imposible, me sentía débil, tampoco podía ver con claridad por las lágrimas que inundaban mis ojos.

Esto me recordó al funeral de mi madre.

Tenía seis años cuando mi madre fue asesinada y asistimos a su funeral. Al principio no nos iban a dejar ir pero como nadie podía quedarnos tuvimos que asistir, Kate y yo sabíamos que ella no volvería.

Antes de que se llevarán el ataúd al cementerio recuerdo que me acerque corriendo al ataúd y le abrazé llorando, ese día me raspé las rodillas al tirarme contra las escaleras, también me rasgué un poco la parte del vestido negro que llevaba. Mi pelo estaba recogido en dos trenzas de raíz que se unían, las capas inferiores de mi pelo estaban sueltas y me tapaban toda la cara mientras la apoyaba.

Ya era hora de que se llevarán el cuerpo pero yo no quería, entonces Kate tiró de mi hacia atrás impidiendo moverme, yo pataleaba y pataleaba pero era inútil, era igual que en la situación en la que estaba.

El médico me arrastró fuera del quirófano y me sentó en una de esas sillas de plástico incomodas.

—Señorita tranquilizese porfavor.
—¿Está muerto, verdad? ¿Es eso verdad?

El doctor suspiró y me miró a través de sus gafas.

—No, la operación ha sido un éxito pero...
—¿Pero que? —me levanté de un salto y le agarre de la bata nerviosa.
—Señorita tranquilízate por favor.

Le miré esperando a que contara lo que tenía que decir.

—El paciente está estable pero ha perdido demasiada sangre, lo que conlleva a una alta probabilidad de síntomas secundarios.
—¿Síntomas secundarios?
—Mareos por ejemplo, también puede sufrir vómitos frecuentes.

Asentí.

—Por cierto, ¿Cómo está mi padre?
—¿Quién es su padre?
—Vicente, Vicente Smith.

Miró el portafolio que tenía en las manos y levantó la vista mientras se ajustaba las gafas.

—Su padre está bien, tiene el hombro izquierdo dislocado y la pierna rota. Pero comparado con su hermano está perfecto.
—El no es —me interrumpí, el doctor me miró confundido—. Da igual, ¿Puedo verlo? A mí padre me refiero.
—Claro acaba de despertar.

El médico me dijo el número de la habitación y caminé hasta allí.
Enzo me seguía en silencio, me atrevería a decir que incómodo incluso.

Toque la puerta de la habitación 433. Y suavemente la empuje para que se abriera, dentro mi padre estaba tumbado en la camilla.

—Hola, papá.

Mi padre giró la cabeza en dirección a la puerta, se tensó al ver a Enzo pero aún así me sonrió.

—Hola, Mia. ¿Qué tal estás?
—Debería ser yo quien te lo preguntara —sonreí mientras me acercaba—. Estoy bien, solo tenía algunos rasguños y cortes.
—Me alegro.

Contra Todo PronósticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora