15. Tu filosofía

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Pedro Pablo llevaba horas intentando concentrarse en los apuntes que debía estudiar para el examen de historia que tendría por la noche, pero, sencillamente, no podía hacerlo.

Su mente no dejaba de revivir una y otra vez el momento íntimo que había compartido con Bosco la noche anterior, envueltos ambos en una burbuja en donde solo había espacio para ellos dos, y para el amor que ambos compartían.

Ninguno de los dos lo había planeado, simplemente había sucedido; ambos se habían dejado llevar por sus impulsos y por el profundo deseo que existía entre los dos, producto del intenso amor que ambos sentían el uno por el otro.

Al amanecer, Pedro Pablo se había ido muy temprano, besando con suavidad a Bosco, quien le había insistido para que se quedara con él un ratito más; el rizado tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no ceder, pues tenía muchas cosas que hacer aquel día, pero le había prometido visitarlo por la tarde para ayudarlo a estudiar para su examen de matemáticas.

En esos momentos, Pedro Pablo no podía concentrarse en su propio examen, pues estaba demasiado ocupado dejando que su mente recordara la sensación de los labios de Bosco sobre su piel, de sus manos firmes y cariñosas acariciandolo por todos, todos lados.

Bosco lo había tocado de una forma tan especial, que Pedro Pablo se había sentido la persona más importante del mundo, pues Bosco lo había hecho sentir cuidado, deseado y adorado, todo al mismo tiempo y con la misma intensidad.

Ahora, Pedro Pablo no podía ni recordar la importancia que la caída del bloque socialista en Alemania había tenido; todo lo que su mente podía ver era a Bosco sin camisa, sonriéndole con picardía mientras lo besaba en todas partes.

¿Era normal sentir tanto deseo hacia una persona? Pedro Pablo no tenía ninguna experiencia previa, pero estaba seguro de que lo que sentía por Bosco no podía ser normal; tanto amor, tanta pasión y tanta adoración hacia una persona tenía que ser cosa del destino, producto de algo mucho más grande que ellos dos.

-Pepa, hijo, te buscan- la voz de su mamá lo interrumpió, provocando que Pedro Pablo frunciera el ceño; no estaba esperando a nadie.

-¿Es Bosco?- preguntó con algo de ilusión en su voz, pero el rostro de su mamá le dio la respuesta incluso antes de que ella hablara.

-No, mijo, es Mateo- exclamó su mamá, sonriéndole a modo de disculpa.

La respuesta de su madre lo hizo fruncir el ceño, pues era lo que menos había esperado escuchar: no sabía que podía estar haciendo Mateo ahí, pues ellos dos no tenían nada de que hablar y él se lo había dejado bastante claro la última vez que habían discutido, días después Bosco lo había ido a buscar a la escuela y Mateo lo había jaloneado; después de eso, el chico ya no había hecho ningún intento por acercarse a él, por lo qué Pedro Pablo pensó que el mensaje había quedado claro.

Pero, aparentemente, no era así, pues ahí estaba Mateo, en la puerta de su casa con un ramo de rosas rojas que Pedro Pablo sabía que tendría que rechazar.

-Hola, Pepa- lo saludó Mateo, sonriéndole con emoción- Ten, esto es para ti- dijo extendiendo el ramo en su dirección.

Pedro Pablo le sonrió de vuelta, pero no tomó el ramo -Mateo, muchas gracias, pero sabes que no puedo aceptarlo- respondió con tacto, queriendo evitar ser grosero con él- sabes que tengo novio, así que...- dijo sin completar la frase, esperando que Mateo lo entendiera.

-Yo sé que tienes novio, pero no te las traigo porque me gustes- le dijo con seriedad- te las traje porque quiero disculparme contigo por lo del otro día; estuve fuera de lugar y dije cosas que no debí decirte, lo siento-

Aprender a quererte. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora