2. Cuando te vi, sentí

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A Pedro Pablo la vibra que se sentía ese día le parecía particularmente bonita; la atmósfera y el ambiente se sentían ligeros, como si nada en el mundo pudiera salir mal. Incluso el sol del mediodía, intenso e inclemente sobre él al caminar por las concurridas calles del barrio, no le parecía tan agobiante como en otras ocasiones.

Pedro Pablo sabía que la razón de su optimismo no se debía al día de la semana que era o a las condiciones meteorológicas; la razón de su felicidad era una, y se podía señalar en un mapa con facilidad: Madrid.

Madrid era el sueño, era la meta. Un lugar lo suficientemente seguro para él para poder desenvolverse sin ninguna barrera al hablar su mismo idioma, y lo suficientemente lejano para... para no tener que volver seguido a México. Sonaba horrible, y cada vez que Pedro Pablo lo pensaba se sentía culpable, pero él anhelaba irse para no volver nunca; para alcanzar la verdadera felicidad, Pedro Pablo debía irse muy lejos, a un lugar donde pudiera ser él mismo sin miedos ni ataduras.

En México, Pedro Pablo jamás podría vivir el amor con la libertad que él ansiaba.

Por eso había escogido Madrid como su meta principal, porque era la que le parecía tal vez un poco más fácil de lograr. Por si las dudas, también había mandado solicitudes a universidades en París y en Viena, pero Pedro Pablo no se sentía muy optimista al respecto.

Su familia aún no sabía nada sobre sus planes de irse del país, y Pedro Pablo no pensaba decírselos hasta que fuera un hecho: sabía que intentaría convencerlo de quedarse utilizando todos sus recursos de chantaje favoritos como lo habían hecho por muchos años cada vez que él o Salomón intentaban hacer algo nuevo por ellos mismos; su mamá y su abuela sabían exactamente qué palabras utilizar para convencerlos de hacer lo que ellas consideraban mejor para ellos.

Y Pedro Pablo no tenía nada que reprocharles; ellas los habían sacado adelante solas, con el sudor de su frente y los habían criado en un ambiente lleno de amor, de respeto y de apoyo. Tal vez por eso Pedro Pablo se sentía tan culpable por querer irse, porque sentía que no les estaba correspondiendo adecuadamente a todo lo que habían hecho por él durante tantos años.

Pero la culpa quedaba enterrada bajo muchas, muchas capas de emociones y sentimientos muy diferentes cada vez que se veía siendo libre, feliz en Madrid; viviendo la vida que siempre había querido vivir a través del arte, que era lo que le daba todo lo que necesitaba y más; se imaginaba caminando por las calles de España viviendo de la manera en que él siempre había querido vivir; con un pincel en una mano mientras llenaba de colores cada rincón de aquella ciudad española. Además, sabía que en Madrid también podría vivir el amor de una forma que en México, o al menos en su barrio, jamás podría: sin miedo a ser juzgado o rechazado por las personas que él más amaba.

Con esos pensamientos en mente y visualizándose obteniendo esa beca, Pedro Pablo estaba muy contento. Todo hasta que recordó que hoy era el evento que su tía Paz estaba organizando para su nuevo jefe, quien resultaba ser el papá de Bosco -Pedro Pablo por fin había recordado su nombre-, el chico al que Pedro Pablo ofendió hacía un par de semanas.

Pedro Pablo había decidido no pensar más en el tema de lo que había dicho sobre la mamá de Bosco y sobre el hecho de haber roto una escultura que la simbolizaba; él ya había tratado de asimilar que había sido un accidente y que tampoco debía castigarse de más, por muy mal que hubiera estado lo que hizo de todos modos; pero la perspectiva de volver a ver al chico le daba miedo, lo hacía sentir un nudo en el estómago causado por la ansiedad de saber que había hecho algo malo, aunque hubiera sido sin querer.

No ayudaba mucho el hecho de que su tía Paz le había dicho que Bosco era el único de los hijos de su jefe que no solamente no la quería, sino que la odiaba; Bosco quería que su tía renunciara porque, según sus palabras textuales "ni su sobrino, ni su familia, ni ella le caían bien".

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