16. Sin pensar

119 15 8
                                    

Aunque solamente llevaba dos semanas cambiando su rutina diaria, Bosco ya estaba perdiendo la paciencia, pues no le gustaban para nada los cambios que, gracias a la amenaza que había recibido, había tenido que hacer.

Para empezar, ahora tenía que ir con chofer a todos lados, lo cual lo incomodaba un poco: le caía muy bien Mendoza, pero Bosco disfrutaba mucho de la independencia de poder ir y venir a donde él quisiera, a la hora que él quisiera, sin tener que rendirle cuentas a nadie.

Como si la constante presencia de Mendoza no fuera suficiente, Bosco también tenía dos guardaespaldas que lo cuidaban en todo momento, incluso en la escuela, lo que provocaba las burlas veladas de sus compañeros.

No es que a Bosco le importara mucho lo que sus compañeros pudieran pensar, pero se sentía expuesto por la atención que, inevitablemente, llamaba, llevando siempre a dos gorilas a donde fuera.

Sin embargo, había un pequeño cambio en su rutina que lograba que Bosco aceptara con gusto y paciencia todos los demás que si le incomodaban: por las amenazas, cada vez que Pedro Pablo lo visitaba, su papá y Mireya habían acordado que lo mejor sería que Pedro Pablo pasara la noche en la mansión para evitar que se pusiera en peligro.

A su vez, Bosco también tenía permiso de dormir en casa de los Roble cuando los chicos tenían citas, por lo que el cuarto que antes ocupaba Nandy, quien ahora vivía con Kenzo, se había convertido en el nido de amor que Pedro Pablo y Bosco compartían en el barrio.

Bosco pensaba que sus papás estaban siendo exagerados: sería fácil que, simplemente, le dieran la orden a los guardaespaldas de acompañar a Pedro Pablo a su casa y viceversa, pero Bosco no pensaba desaprovechar la oportunidad que la falta de sentido común de su papá le estaba dando; era la primera vez que se veía favorecido de eso.

Como resultado, Pedro Pablo y él llevaban  durmiendo juntos casi todas las noches durante dos semanas, provocando que el rizado apenas y se pudiera mantener despierto en clase, ya que se desvelaba ahora casi todos los días.

No tenían intimidad, o al menos, no la tenían todas las noches; pero era demasiada tentación tener a Pedro Pablo a su disposición y no aprovechar el tiempo besándolo, acariciandolo y platicando con él.

A Bosco le fascinaba escuchar a su novio hablarle de lo que fuera, pues estaba convencido que Pedro Pablo tenía la capacidad de hacer que una receta para preparar hamburguesas sonara como la cosa más interesante del mundo.

-Bosco, ¿alguna vez has jugado golf?- preguntó Pedro Pablo mientras estaban recostados en la cama, abrazados; Bosco jugaba con el cabello de su novio mientras ambos leían un libro antes de dormir.

-No, nunca me ha llamado la atención, ¿por?- respondió Bosco divertido ante la pregunta de su novio.

-Siempre pensé que la gente rica jugaba golf los domingos o algo así- respondió riendo suavemente, haciendo reír a Bosco.

-Bueno, mi papá si juega golf, pero no todos los domingos, únicamente cuando tiene que cerrar un trato importante- exclamó Bosco pensativo, pues jamás había pensado en cómo habían actividades que solamente las podían hacer las personas con cierto poder adquisitivo.

-¿Por qué se juega golf para hacer negocios?- preguntó el rizado como curiosidad, mientras cerraba el libro que había estado leyendo y lo ponía sobre el buró a lado de la cama de Bosco.

-La verdad es que no tengo idea- respondió riendo- supongo que es tan aburrido que la única forma de soportarlo es distrayéndote hablando de algo- explicó Bosco.

-Tiene sentido- coincidió Pedro Pablo, abrazándose un poco más a él.

Bosco conocía a su novio lo suficiente como para darse cuenta de que había algo que lo estaba molestando, algo que, por alguna razón, tenía que ver con el golf.

Aprender a quererte. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora