Capítulo 12

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La noche en la cabaña de la montaña fue tranquila, el fuego en la chimenea crepitaba suavemente mientras María Corina y Adara se acomodaban en el sofá, envueltas en mantas y la calidez de la cercanía que compartían. Afuera, la luna brillaba sobre los picos nevados, y el silencio profundo de las montañas les ofrecía una paz que ambas habían estado buscando durante tanto tiempo.

—Es perfecto aquí —dijo Adara, apoyando la cabeza en el hombro de María Corina—. Siento como si todo lo que hemos vivido nos hubiera traído a este momento.

María Corina asintió, acariciando suavemente el cabello de Adara. Había algo especial en ese lugar, en ese tiempo. Una quietud que las envolvía, dándoles espacio para reflexionar sobre lo lejos que habían llegado.

—Es un regalo poder estar aquí contigo, sin distracciones —respondió María Corina, su voz llena de suavidad—. Me hace pensar en cuánto hemos cambiado desde que empezó todo.

Adara levantó la vista, sus ojos brillando en la tenue luz del fuego.

—¿Te refieres a lo que pasó con Gerardo? —preguntó con cautela, sabiendo que el tema aún era delicado.

María Corina la miró, respirando hondo antes de responder.

—Sí, y no solo eso. Todo: desde que me di cuenta de lo que realmente significabas para mí, hasta tomar la decisión de estar juntas, pasando por los desafíos de mi matrimonio. Todo me ha transformado. Antes de ti, Adara, yo vivía una vida que parecía perfecta, pero era como si estuviera siguiendo un guion que alguien más había escrito. Ahora siento que estoy escribiendo mi propia historia.

Adara sintió un calor en el pecho al escuchar esas palabras. María Corina siempre había sido fuerte, pero verla asumir su propio destino con tanta claridad la llenaba de orgullo.

—Yo también siento lo mismo —respondió Adara—. Nunca pensé que podría encontrar a alguien que me hiciera sentir tan segura, tan completa. Tú me has mostrado lo que es el verdadero amor, y aunque hemos pasado por momentos difíciles, no cambiaría nada de lo que hemos vivido.

María Corina la abrazó más fuerte, sintiendo el peso de esas palabras. Sabía que su relación con Adara había sido probada en más formas de las que podrían haber imaginado, y a pesar de todo, habían salido más fuertes. Miró a Adara y sonrió con ternura.

—Tenemos mucho por delante —dijo María Corina, acariciando la mejilla de Adara para luego besarla—. Pero si hemos llegado hasta aquí, sé que podemos con cualquier cosa.

Adara asintió, pero en su mente comenzó a formarse una idea, algo que había estado guardando desde hacía un tiempo, algo que no se había atrevido a mencionar hasta ahora.

—María Corina... hay algo de lo que quiero hablarte —dijo Adara, con cierta timidez en su voz.

—¿Qué sucede? —preguntó María Corina, notando la seriedad en el tono de Adara.

Adara tomó aire, sintiendo un ligero nerviosismo antes de continuar.

—He estado pensando en lo que hablamos durante nuestra caminata, sobre encontrar un balance entre tu vida como profesora y esta paz que encontramos aquí… y creo que he encontrado una forma de hacerlo.

María Corina frunció el ceño con curiosidad.

—¿Qué quieres decir?

Adara se giró un poco para mirarla directamente a los ojos.

—¿Y si nos mudamos a las montañas? No de manera permanente, pero como un refugio. Algo como una segunda casa. He estado ahorrando y creo que podríamos hacer que funcione. Podemos pasar los fines de semana aquí, o venir en las vacaciones. Sería nuestro lugar, solo para nosotras.

María Corina se quedó en silencio por un momento, sorprendida por la propuesta. No era algo que hubiera considerado antes, pero la idea comenzó a resonar en ella de una manera inesperada.

—¿Hablas en serio? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y emoción—. ¿Tener una casa aquí?

Adara asintió con una sonrisa.

—Sí. No tiene que ser algo enorme, solo un pequeño refugio donde podamos escapar cuando lo necesitemos. Sé cuánto amas enseñar, pero también sé que estos momentos de desconexión te hacen bien, nos hacen bien.

María Corina reflexionó sobre la propuesta, mirando por la ventana hacia el paisaje montañoso. La idea de tener un espacio para ellas, un lugar donde pudieran escapar del ruido del mundo y simplemente ser, era increíblemente tentadora. Sonrió, dándose cuenta de lo bien que Adara la conocía.

—Es una idea maravillosa —dijo finalmente, su sonrisa iluminando su rostro—. No sé cómo no lo habíamos pensado antes. Este lugar nos ha dado tanta paz… tener algo nuestro aquí sería perfecto.

Adara soltó una pequeña risa de alivio y emoción.

—¿De verdad lo crees?

—Por supuesto. Podemos empezar a buscar algo cuando regresemos. Será nuestro proyecto juntas.

Se abrazaron de nuevo, sintiendo la emoción de un futuro compartido. El viaje a las montañas no solo les había dado un respiro, sino también una nueva visión de lo que querían para sus vidas. María Corina y Adara sabían que su relación no era convencional ni fácil, pero habían aprendido que el amor que compartían era lo suficientemente fuerte como para crear su propio camino, lejos de las expectativas de los demás.

Esa noche, mientras el fuego seguía ardiendo lentamente,se quedaron hablando de sus sueños para el futuro, de cómo sería tener un refugio en las montañas, de los viajes que harían juntas y de cómo, a pesar de los desafíos, seguirían construyendo una vida que las hiciera sentir completas.

Las montañas, una vez más, se convirtieron en el símbolo de su fortaleza y su amor, un lugar donde podían ser libres, juntas, y donde seguirían aprendiendo, amando y creciendo, una al lado de la otra.

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La profesora-María Corina Machado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora