A medida que el semestre avanzaba, la atmósfera en el campus se transformaba. Gracias al foro que María Corina y Adara habían organizado, se habían iniciado diálogos significativos sobre la diversidad y la inclusión. Los estudiantes comenzaron a sentirse más libres para expresar sus identidades y experiencias, y la universidad se convirtió en un lugar más acogedor para todos.
Sin embargo, el éxito de la pareja también trajo consigo nuevos desafíos. Aunque muchos aplaudían su valentía, había un grupo de estudiantes que parecía resentido por el cambio. Algunos comenzaron a crear rumores en las redes sociales, distorsionando la relación de María Corina y Adara y sugiriendo que su vínculo era inapropiado para el ambiente académico.
Una tarde, mientras Adara estudiaba en la biblioteca, se encontró con un grupo de estudiantes hablando a sus espaldas. Las palabras que escuchó la hicieron sentir incómoda y herida.
—No puedo creer que la universidad permita que una profesora tenga una relación tan cercana con una estudiante. Eso no es normal —decía uno de ellos.
Adara sintió un nudo en el estómago y, aunque sabía que no debía dejar que esos comentarios la afectaran, no pudo evitar que la tristeza la invadiera. Cuando regresó a casa, encontró a María Corina preparando la cena.
—¿Todo bien? —preguntó María Corina, notando la expresión en el rostro de Adara.
—Escuché cosas hoy en la biblioteca… —Adara comenzó, su voz temblando—. Algunos estudiantes están hablando mal de nosotros. Dicen que nuestra relación no debería existir y que te perjudica como profesora.
María Corina dejó de cortar verduras y se acercó a Adara, tomando sus manos.
—Lamento que tengas que escuchar eso. La gente siempre encontrará la manera de criticar lo que no entiende. Pero lo que tenemos es real y hermoso, y no debería ser motivo de vergüenza —dijo, mirándola a los ojos con determinación.
Adara sintió el amor en las palabras de María Corina, pero también la presión que ambas enfrentaban.
—¿Y si esto afecta tu carrera? —preguntó, preocupada—. No quiero que tengas problemas por mí.
—Adara, yo elijo estar contigo, sin importar lo que digan. He estado lidiando con el juicio y la incomprensión durante años. Pero lo que hemos logrado hasta ahora vale la pena. No voy a permitir que unos pocos me detengan —afirmó María Corina.
Aunque Adara quería ser fuerte, la carga de la crítica la afectaba. Esa noche, mientras se acurrucaban en el sofá, le habló a María Corina de sus miedos y dudas.
—A veces, me pregunto si realmente estoy preparada para lo que esto implica. Es una relación complicada, y a veces me asusta pensar en el futuro.
María Corina acarició su cabello con ternura.
—Lo que estamos construyendo no es fácil, pero es real. Juntas hemos enfrentado tantas adversidades; este es solo otro obstáculo. Recuerda lo que dijimos: somos un equipo. Y cada vez que alguien nos critique, lo tomaremos como una oportunidad para ser más fuertes —dijo con una sonrisa.
Las palabras de María Corina resonaron en el corazón de Adara, y aunque la inseguridad seguía presente, la confianza en su relación se sentía más sólida.
Sin embargo, el clima en la universidad se tornó más tenso. Un día, mientras estaban en un café del campus, un grupo de estudiantes se acercó a ellas. Uno de los chicos, un conocido activista por los derechos estudiantiles, se sentó junto a ellas, con una expresión seria.
—Quiero hablar sobre lo que está pasando en la universidad. He visto cómo algunos de nuestros compañeros han tratado de difamar tu relación —dijo, dirigiéndose a María Corina—. Necesitamos alzar nuestras voces y apoyar a quienes están siendo atacados.
María Corina se sintió sorprendida por su disposición a defenderlas.
—Agradezco tu apoyo, pero no quiero que esto se convierta en una guerra. Solo buscamos ser quienes somos sin miedo —respondió, buscando la manera de mantener la paz.
—Eso es precisamente lo que quiero. Organizaremos una manifestación para mostrar nuestro apoyo a la diversidad y la aceptación. Tu presencia como profesora y Adara como estudiante sería poderosa —dijo el chico.
Adara miró a María Corina, sintiendo la adrenalina correr por sus venas.
—¿Te gustaría participar? —preguntó María Corina, sabiendo que era un paso audaz.
—Sí, creo que sí —respondió Adara, sintiéndose inspirada por la idea de visibilizar su amor y luchar por el derecho a ser quienes eran.
La manifestación se llevó a cabo una semana después y reunió a una multitud de estudiantes, profesores y aliados. Con pancartas y mensajes de amor y aceptación, el ambiente era eléctrico. María Corina y Adara se sintieron apoyadas, y mientras hablaban ante la multitud, una ola de emoción las envolvió.
—El amor no debe ser ocultado ni silenciado —dijo María Corina, su voz resonando en el aire—. Todos merecemos ser tratados con dignidad, sin importar a quién amemos.
Adara la miró desde el lado, sintiendo que cada palabra fortalecía su conexión. Se dieron la mano, y al mirarse, supieron que estaban luchando no solo por su amor, sino por todos aquellos que aún no podían vivir libremente.
La respuesta de la comunidad fue abrumadora. Muchos compartieron sus propias historias, y la atmósfera se llenó de unidad y empatía. A medida que el evento concluía, María Corina y Adara se sintieron más fuertes que nunca, como si el amor que compartían hubiera iluminado el camino para muchos.
Esa noche, mientras caminaban de regreso a casa, María Corina tomó la mano de Adara, apretándola suavemente.
—Hicimos bien al hablar, al alzar la voz. Esto es solo el comienzo, Adara —dijo con una sonrisa.
Adara asintió, sintiendo la calidez de la mano de María Corina.
—Y lo hicimos juntas. Nunca pensé que ser parte de esto significaría tanto. Estoy lista para enfrentar cualquier desafío que venga.
Las palabras de Adara resonaron en el corazón de María Corina. Sabían que, aunque el camino no siempre sería fácil, su amor era un faro en medio de la tormenta. Juntas, se dirigieron hacia el futuro, listas para enfrentar lo que viniera, unidas en su lucha por el amor y la aceptación.
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