Capítulo 6

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Las semanas de verano pasaron con una mezcla de alegría, descubrimiento y cercanía entre María Corina y Adara. La libertad de estar lejos de la universidad les permitió explorar su relación con mayor profundidad, sin tener que preocuparse por las miradas inquisitivas de colegas o estudiantes. Pasaban los días caminando por la ciudad, visitando museos, compartiendo cafés en pequeñas terrazas y hablando sobre todo lo que antes no habían podido decirse.

Adara, con su juventud vibrante y su pasión por la vida, traía una frescura a la vida de María Corina que hacía mucho tiempo no experimentaba. María Corina, por su parte, aportaba estabilidad y sabiduría a la vida de Adara, y juntas formaban una combinación única, complementándose en cada aspecto.

Pero como ocurre a menudo en la vida, la felicidad plena no siempre está destinada a durar.

Un día, mientras paseaban por un muelle al atardecer, Adara mencionó un tema que había estado evitando durante días.

—He estado pensando en el próximo semestre —dijo, mientras miraba el agua que brillaba bajo la luz dorada del sol—. No sé si debo seguir en la misma universidad.

María Corina la miró con el ceño fruncido, sintiendo un nudo en el estómago.

—¿Por qué lo dices? —preguntó, tratando de mantener la calma.

—Porque ya no soy tu estudiante, pero todavía estamos en el mismo lugar. Aunque nadie lo sepa, siempre habrá una sombra sobre nuestra relación. No quiero que vivamos con miedo de que alguien descubra lo nuestro. —Adara hizo una pausa, tomando una respiración profunda—. He estado pensando en transferirme a otra universidad. No muy lejos, solo para que podamos estar juntas sin preocuparnos.

El silencio que siguió fue abrumador. María Corina apartó la mirada, luchando con la idea de perder la cercanía diaria con Adara. Aunque comprendía el razonamiento detrás de la propuesta, el miedo de distanciarse empezaba a crecer en su pecho.

—No quiero que te vayas —dijo María Corina suavemente—. Pero entiendo por qué crees que es lo mejor. Solo… no sé si soportaría que te alejaras.

Adara tomó su mano y la apretó, mirándola con cariño.

—No me estoy yendo lejos. Solo será una pequeña distancia, pero lo haremos funcionar. Esto es más grande que el lugar donde estamos. Lo que tenemos es real, y eso es lo que importa.

María Corina asintió y le dio un pequeño beso en sus labios, aunque el dolor de la idea seguía presente.

Los días siguientes, la conversación sobre la transferencia quedó en el aire. Ninguna quería presionar a la otra, pero el peso de esa decisión estaba siempre entre ellas. Hasta que un día, todo cambió de manera inesperada.

Una tarde de finales de verano, Adara no apareció a su habitual encuentro en la cafetería. María Corina la esperó pacientemente, pensando que tal vez se había retrasado por algún motivo. Los minutos se convirtieron en una hora, y luego dos. Empezó a enviarle mensajes, pero no hubo respuesta. La preocupación comenzó a crecer en su interior.

Decidió llamar a Adara, pero la llamada fue directamente al buzón de voz. Sintiendo un miedo creciente, María Corina salió de la cafetería y se dirigió a la casa de Adara, con la esperanza de que solo se tratara de un malentendido.

Cuando llegó, el ambiente alrededor estaba extrañamente silencioso. Golpeó la puerta, pero nadie respondió. Decidió esperar afuera, mirando su teléfono una y otra vez, esperando algún mensaje de Adara.

Fue entonces cuando sonó su teléfono, pero no era un mensaje de Adara. Era una llamada desconocida.

—¿Aló? —respondió María Corina con el corazón en la garganta.

—¿Es usted María Corina? —dijo una voz seria del otro lado de la línea—. Lamento informarle que Adara ha tenido un accidente. Está en el hospital, en estado crítico.

El mundo de María Corina se derrumbó en ese momento. Las palabras parecían resonar en su cabeza sin encontrar sentido. No podía creerlo. Se quedó paralizada por un instante, hasta que el instinto la llevó a correr al hospital, con el corazón latiendo descontroladamente y el miedo apoderándose de cada pensamiento.

Cuando llegó al hospital, la llevaron directamente a la sala de espera de la unidad de cuidados intensivos. Allí, le explicaron que Adara había sido atropellada por un auto mientras cruzaba una calle. Había sufrido heridas graves, y aunque los médicos estaban haciendo todo lo posible, su situación era crítica.

María Corina se desplomó en una silla, sintiéndose impotente y aterrada. Todo lo que había temido, el miedo de perder a Adara, se hacía realidad de una manera cruel e inesperada. Las horas siguientes fueron un borrón de emociones: angustia, desesperación y una profunda tristeza que no podía contener.

Finalmente, un médico salió para hablar con ella.

—Estamos haciendo todo lo posible, pero las próximas horas serán decisivas —dijo el médico—. Si sobrevive esta noche, tendremos más esperanzas.

María Corina asintió, sintiendo que las lágrimas comenzaban a correr por su rostro. No podía imaginar un mundo sin Adara, no después de todo lo que habían pasado juntas.

Esa noche, María Corina se quedó junto a la cama de Adara, sosteniendo su mano frágil, cubierta de vendas. Miraba su rostro pálido y silencioso, recordando todas las risas, las conversaciones, los momentos compartidos. Sabía que Adara era fuerte, pero también sabía que no estaba en sus manos decidir lo que ocurriría.

—Por favor, no te vayas —susurró, su voz rota por el llanto—. Tenemos tanto por vivir, tanto por decirnos. No me dejes.

La tragedia que ahora las envolvía había hecho que todo lo demás pareciera insignificante. Todo lo que querían, todo lo que habían planeado, estaba en peligro de desaparecer. Y mientras la noche avanzaba lentamente, María Corina no podía hacer otra cosa más que esperar, rogando que Adara sobreviviera a la tormenta que ahora las azotaba.

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No todo es color de rosa 🥲

Esperemos que Adara logre sobrevivir

La profesora-María Corina Machado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora