Capítulo 11

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Con el paso de los meses, la vida de Adara y María Corina fue encontrando un ritmo más estable. La separación con Gerardo, aunque dolorosa, les había permitido a ambas centrarse en su relación y en construir una vida juntas sin tener que esconderse. A medida que se conocían más profundamente, también descubrían nuevos sueños y proyectos que querían compartir. Uno de esos sueños era un viaje a la montaña, algo que habían planeado hacer desde los días en el hospital, cuando la fantasía de escapar del mundo les daba fuerza.

Finalmente, llegó el momento de hacer realidad ese deseo. María Corina, seguía trabajando como profesora universitaria, había terminado el semestre y estaba lista para tomarse un respiro. Adara, quien seguía en su proceso de recuperación tanto física como emocional, también ansiaba un escape a la naturaleza, lejos de las tensiones cotidianas y de la ciudad que a veces las sofocaba.

Un sábado por la mañana, cargaron el coche con mochilas, abrigos y provisiones, y se dirigieron hacia las montañas. El viaje estuvo lleno de conversaciones ligeras y risas, con la carretera sinuosa abriéndose paso entre los árboles. María Corina, con su energía relajada pero apasionada, hablaba sobre sus estudiantes, las clases que había impartido ese semestre y los proyectos de investigación que tenía en mente.

—Nunca pensé que enseñar me daría tanta satisfacción —confesó mientras tomaban una curva empinada—. Siempre me imaginé trabajando en algo más estructurado, pero cada día en el aula es un desafío diferente, y eso me mantiene viva.

Adara sonrió y supo su mano en el muslo de Corina, observándola con admiración. María Corina tenía una pasión natural por compartir conocimiento, y eso era algo que siempre la había inspirado.

—Creo que eres increíble en lo que haces. He visto cómo te preparas para tus clases, cómo hablas de tus estudiantes. Se nota que los cuidas mucho.

María Corina sonrió, su mirada se suavizó.

—Es un trabajo que amo, pero también me hace pensar en lo que quiero enseñar en la vida, no solo en las aulas. Y siento que contigo he aprendido más sobre mí misma de lo que cualquier libro podría enseñarme.

Adara sintió un nudo en la garganta. La conexión que compartían iba más allá de palabras y gestos. Era un tipo de aprendizaje mutuo, de crecimiento y apoyo que ambas necesitaban. A veces, se preguntaba cómo había llegado a tener tanta suerte.

Al llegar a su destino, el aire fresco de la montaña las envolvió. Los picos nevados se elevaban sobre ellas, y el paisaje parecía sacado de una postal. Decidieron caminar un rato por los senderos, dejando el coche en el campamento donde pasarían la noche. Mientras avanzaban entre los árboles y escuchaban el crujido de las hojas bajo sus pies, la conversación se tornó más íntima.

—¿Te imaginas vivir aquí algún día? —preguntó Adara, observando el horizonte—. Lejos de todo, solo nosotras dos, con este silencio.

María Corina suspiró, contemplando las montañas a lo lejos.

—A veces lo pienso, pero también me pregunto si realmente podríamos vivir alejadas del mundo. No sé si podría abandonar la enseñanza, las clases… hay algo en eso que me llena.

Adara asintió. Sabía que para María Corina, enseñar no era solo un trabajo; era una vocación. Pero también sabía que las montañas les ofrecían algo diferente, una paz que no encontraban en la ciudad.

—Creo que siempre encontraremos un balance —dijo Adara—. Tal vez no sea abandonar la vida que tenemos, sino encontrar momentos como este, en los que podemos desconectarnos.

Después de horas de caminar, llegaron a un claro en la montaña, un lugar perfecto para sentarse y admirar la vista. Se sentaron juntas en una roca grande, mirando el sol empezar a bajar, tiñendo el cielo de tonos naranjas y púrpuras. María Corina sacó de su mochila un pequeño cuaderno que siempre llevaba consigo, donde anotaba ideas, reflexiones y pensamientos sueltos.

—¿Qué escribes? —preguntó Adara, inclinándose para ver.

—A veces, anoto ideas para mis clases —respondió María Corina—. Otras veces, solo son pensamientos. Este lugar me inspira.

Adara sonrió, viendo cómo María Corina apuntaba unas palabras con calma. Había algo en la forma en que María Corina se sumergía en sus pensamientos que la fascinaba. Era como si siempre estuviera enseñando, incluso en los momentos más simples, y Adara sentía que había aprendido tanto de ella, no solo sobre el mundo, sino sobre el amor y la vida.

—Eres mi mejor profesora —dijo Adara, casi en un susurro.

María Corina levantó la vista del cuaderno, sorprendida, y sonrió.

—¿De verdad?

Adara asintió.

—He aprendido más de ti que de cualquier otra persona. Me has mostrado lo que significa ser fuerte, amar sin reservas y enfrentar la vida con valentía.

María Corina cerró el cuaderno y tomó la mano de Adara.

—Tú también me has enseñado mucho. Sobre el amor, la paciencia, y sobre lo que realmente importa en la vida. No podría haber llegado hasta aquí sin ti.—se acercó a Adara y le dio un beso corto

Se quedaron en silencio un momento, contemplando el paisaje, pero esa paz se sentía llena de promesas, de una vida que, aunque no sería siempre fácil, estaría siempre llena de significado.

Esa noche, en la cabaña donde se hospedaban, Adara y María Corina compartieron más que una cena a la luz de las velas. Compartieron sueños, planes, y la certeza de que, sin importar a dónde las llevara la vida, estarían juntas, como dos compañeras en un viaje infinito de aprendizaje y amor.

Las montañas serían testigo de ese amor, de la fortaleza que habían construido a lo largo de los desafíos, y de la nueva vida que, paso a paso, estaban creando juntas.

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Nuevo cap💋

La profesora-María Corina Machado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora