A medida que el semestre llegaba a su fin y las vacaciones de verano comenzaban, la relación entre María Corina y Adara entraba en una nueva fase. La tensión que había definido los últimos meses, la espera contenida y las miradas furtivas, se disolvía lentamente, dando paso a algo más claro y profundo. Aunque la incertidumbre seguía presente, ambas se sentían aliviadas por poder, al fin, explorar libremente lo que había crecido entre ellas.
El primer paso hacia esa libertad fue un mensaje de María Corina unos días después de su última clase.
“¿Te gustaría tomar un café? Fuera de la universidad esta vez.”
Adara no dudó en responder que sí. Habían hablado de tomarse las cosas con calma, pero la emoción de ese nuevo comienzo hacía que las pequeñas formalidades se sintieran innecesarias. Quedaron en encontrarse en una cafetería a las afueras de la ciudad, un lugar donde no habría miradas inquisitivas ni la presión del ambiente universitario.
Cuando Adara llegó, el corazón le latía con fuerza, pero al ver a María Corina esperándola en una de las mesas, esa ansiedad se disipó. La profesora ya no vestía con la elegancia austera que solía usar en la universidad; llevaba un vestido sencillo y su cabello estaba suelto, cayendo en suaves ondas sobre sus hombros. Se veía más relajada, más libre, y Adara no pudo evitar sonreír al verla así.
—Llegaste puntual —comentó María Corina con una sonrisa mientras se levantaba para saludarla.
—No podía hacer esperar a mi profesora favorita —bromeó Adara, aunque ambas sabían que esa dinámica había quedado atrás.
Se sentaron y pidieron sus cafés. La conversación fluyó con naturalidad, como si la barrera invisible que había existido entre ellas se hubiera desvanecido por completo. Hablaban de todo y de nada a la vez: el arte, los planes para el verano, las cosas pequeñas que les gustaban y que no habían podido compartir antes.
Conforme pasaba el tiempo, Adara se dio cuenta de que, a pesar de la profunda atracción que sentía por María Corina, lo que más la cautivaba era la conexión emocional que compartían. Había algo en su conversación, en la forma en que se entendían sin necesidad de decir demasiado, que la hacía sentir segura, como si estuviera exactamente donde debía estar.
Después de un par de horas, María Corina sugirió que fueran a caminar por un parque cercano. El sol de la tarde se filtraba a través de los árboles, y una brisa ligera hacía que el ambiente fuera perfecto. Mientras caminaban juntas, sus manos rozaron accidentalmente, y Adara, en un impulso, entrelazó sus dedos con los de María Corina. Al principio fue un gesto tímido, pero al ver que María Corina no lo rechazaba, la joven se relajó, sintiendo el calor reconfortante de la mano de su profesora.
—¿Sabes? —dijo María Corina, rompiendo el silencio mientras miraba al frente—. Nunca pensé que estaría en esta situación. Siempre he sido muy cuidadosa con mantener una línea clara entre mi vida profesional y mi vida personal. Pero contigo… —se detuvo un segundo, buscando las palabras correctas—. Contigo ha sido diferente desde el principio.
Adara la miró con curiosidad.
—¿Diferente cómo?
—No lo sé. Es como si, desde el primer momento, hubiera algo en ti que me llamó la atención, que me hizo querer conocerte más allá de lo que se espera de una profesora con una estudiante. Al principio pensé que era admiración académica, pero luego me di cuenta de que era algo más.
—Lo mismo me pasó a mí —respondió Adara con una sonrisa—. Al principio solo pensaba en cómo impresionarla en clase, pero pronto me di cuenta de que no era solo eso. Quería saber más sobre usted, pasar tiempo con usted… y no podía evitarlo.
Se detuvieron bajo un árbol frondoso, donde la sombra las envolvía suavemente. El parque estaba casi vacío, y el silencio entre ellas era cómodo, cargado de promesas no dichas.
—Adara, no quiero que esto sea solo una aventura pasajera —dijo María Corina de repente, su tono serio—. He estado pensando mucho en nosotras, y sé que hay muchas cosas que debemos enfrentar. Nuestras vidas son complicadas, especialmente por mi carrera y mi reputación, pero quiero que sepas que, si esto va a ser algo más, estoy dispuesta a enfrentar lo que venga. Solo si tú también lo estás.
Adara sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras. Sabía que María Corina estaba poniendo mucho en juego, más de lo que cualquiera de ellas había admitido. Pero también sabía que lo que sentía por ella no era algo superficial. Había esperado tanto por este momento, y no tenía intención de dejarlo ir.
—Yo también lo estoy —dijo Adara, con convicción—. No quiero que esto sea algo temporal. Quiero estar contigo, de verdad, sin importar las complicaciones.
María Corina sonrió suavemente y, sin decir nada más, se inclinó hacia Adara y le dio un beso. Fue un beso suave, delicado, pero lleno de significado. No era solo una expresión de deseo, sino de todo lo que habían estado reprimiendo durante meses. Era una promesa de lo que vendría después, de lo que estaban dispuestas a construir juntas.
Cuando se separaron, ambas sonrieron, sabiendo que el camino que les esperaba no sería fácil, pero también sabiendo que estaban dispuestas a enfrentarlo juntas.
El verano les ofrecía la oportunidad de conocerse más allá de los límites que antes las habían contenido. Y aunque el futuro seguía siendo incierto, ahora tenían algo claro: estaban juntas en esto, y eso era lo único que importaba.
Con ese primer beso, bajo el árbol en el parque, el inicio de algo más profundo y sincero entre ellas se selló, y el resto, como una obra maestra en proceso, estaba por escribirse.