24. 10 de noviembre

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Juanjo

Me despierto sobresaltado con el sonido del despertador. Abro los ojos y miro el móvil. Las siete de la mañana. Hoy es mi cumpleaños, pero eso parece no importar mucho porque tengo un examen parcial de una asignatura que no he podido estudiar demasiado. Entre el viaje a Magallón, la vuelta a Madrid y todo lo que llevo en la cabeza, apenas he podido concentrarme.

Reviso las notificaciones en el móvil. Hay varios mensajes de mis amigos que me felicitaron anoche. Sonrío al ver el mensaje de mi madre en el grupo familiar, seguido por uno de mi padre y mi hermano. Todos me desean un feliz cumpleaños de la forma más cariñosa posible. Pero me detengo en otro mensaje que no necesito ni leer para que me produzca una sonrisa, el de Martin. Lo envió justo a las 00:00. No me sorprende, él siempre es un romántico. Su mensaje es precioso, lleno de amor y de detalles que me hacen sonreír y sentirme afortunado de tenerlo a mi lado. También me dice que esta tarde sobre las seis pasará para que vayamos a dar un paseo y tomar algo como celebración, los dos solos.

Después de seguir revisando mi teléfono, veo una llamada perdida de Paco. Siento un escalofrío recorriéndome el cuerpo. No he hablado con él en más de una semana. No sé si me habrá llamado para felicitarme o para decirme algo más. Trato de no darle demasiadas vueltas ahora. Ya me preocuparé de eso más tarde. Sé que no es por nada grave o importante, Martin me lo hubiese dicho.

Miro hacia el escritorio, y desde la cama puedo ver el sobre con mi nombre escrito en esa caligrafía tan familiar. Hoy es el día en que puedo abrirlo según las instrucciones que mi abuelo le dio a mi madre. Pero ahora no es el momento. Tengo que irme a la universidad, centrarme en el examen y, si todo va bien, abriré la carta esta tarde con más tranquilidad, antes de quedar con Martin.

Al volver de clase, respiro hondo. El examen no me ha salido tan mal como pensaba. Claro que mi cabeza estaba en otra parte, pensando constantemente en esa carta que me espera en casa. Camino rápido, con el peso de la curiosidad y los nervios.

Cuando llego, el piso está vacío. Álex, Bea y Álvaro no están, lo cual no me sorprende. Estoy bastante seguro de que están ocupados preparando los detalles de la fiesta sorpresa que me tienen planeada para esta noche. Sé que Martin también está involucrado, e incluso que ha sido el artífice de todo aquello, y lo más probable es que me lleve a dar un paseo o a tomar algo para distraerme mientras los demás lo organizan todo.

Mis amigos nunca han sido buenos para esconder las sorpresas. Álvaro es pésimo disimulando, va en contra de su naturaleza, siempre hace bromas incómodas cuando está nervioso. Álex se pone rojo cuando trata de mentir, y Martin... bueno, Martin no sabe mentir en lo absoluto. Pero me gusta la idea de que lo intenten, de que se esfuercen por hacerme feliz, así que, fingiré sorpresa, sonreiré y les agradeceré de corazón todo lo que hacen por mí.

Me dirijo a la cocina y me sirvo un plato de ensalada de pasta que dejé preparada ayer. Mientras como, mi mente no puede dejar de vagar hacia la carta. ¿Qué habrá escrito mi abuelo? ¿Por qué tenía que esperar hasta hoy? Lo que sea, me tiene con un nudo en el estómago desde que mi madre me la dio en la estación.

Después de terminar la comida, me siento en el sofá del salón, y por fin decido ir a buscar el sobre. Lo traigo de la habitación y lo dejo en la mesa frente a mí. Me quedo mirándolo durante varios minutos. Las manos me tiemblan. El sobre parece tan simple, pero sé que lo que contiene es importante. Mi abuelo nunca hacía nada a la ligera.

Respiro hondo y finalmente lo abro, con mucho cuidado, como si temiera que el simple acto de abrirlo pudiera hacer desaparecer lo que contiene. No me detengo en ninguna frase al principio. Solo me fijo en la caligrafía, esa letra tan ordenada y elegante que siempre me fascinó de él. Me quedo mirando las palabras, recordando. Y sin darme cuenta, las lágrimas comienzan a caer.

Lo echo tanto de menos.

Recuerdo las notas que me dejaba en el almuerzo cuando él era quien me llevaba al colegio. Recuerdo esos fines de semana en los que me llevaba al taller de instrumentos, y me dejaba ver de cerca cómo desmontaba un piano o cómo restauraba una guitarra. Momentos simples, pero llenos de significado. También recuerdo los paseos por el parque con él y Paco cuando este venía a visitarnos a Magallón. Y, como un torrente de imágenes, vienen a mi mente más recuerdos. Algunos más tristes, otros llenos de risas, pero todos me golpean con una intensidad inesperada.

Siento el frío en mi pecho otra vez cuando pienso en Paco. No puedo evitar que los recuerdos se mezclen y me hagan sentir incómodo después de lo de la semana pasada. Pero me obligo a volver al presente. 

Me seco las lágrimas con la manga de la chaqueta y me acomodo en el sofá. Es el momento de leer la carta.

"Querido Juanjo" 

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