34. Magallón

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El sol se cuela por la ventana del coche, iluminando los rostros de Juanjo y Martin mientras recorren la carretera. Paco, sentado en el asiento trasero, observa el paisaje sin realmente verlo, perdido en sus pensamientos. Han pasado varios meses desde que la vida de los tres pasajeros de ese coche dio un vuelco, pero hoy no es un día para mirar atrás.

Juanjo, concentrado en la carretera, lanza una rápida mirada a Martin, quien se encuentra a su lado, y sonríe. Los últimos meses han sido una montaña rusa emocional, pero todo parece ir mejor que nunca. Su relación con Martin ha crecido de manera increíble, de una forma que ni siquiera imaginaba posible. Han pasado ya varios fines de semana en las casas del otro, conociendo a las familias y los amigos, compartiendo anécdotas, y, lo más importante, construyendo un hogar en cada uno. Sus padres adoran a Martin, y Juanjo se siente afortunado de tener a alguien que le comprende y le apoya en todo.

Martin, por su parte, no puede creerse la suerte que tiene. Su familia y amigos aman a su novio, a veces incluso parece que lo quieren más que a él, y por si fuera poco su vida en Madrid está yendo increíblemente bien. No puede ocultar su emoción por el musical que protagonizará en unas semanas. La RESAD no es Broadway, pero para él es el comienzo de su sueño. Haberse ganado el papel principal es solo el primer paso hacia lo que espera sea una carrera llena de oportunidades. Aunque está nervioso, se siente preparado, y el apoyo incondicional de Juanjo le ha dado la confianza que necesitaba.

-Ya casi llegamos -dice Juanjo, rompiendo el silencio del coche.

Paco asiente desde el asiento trasero, sin decir una palabra. Aunque el viaje le ha agotado más de lo que quisiera admitir, la verdadera razón de su silencio es el lugar al que están a punto de llegar. Hace tanto que no pisa Magallón que casi no puede recordar la última vez. La pandemia lo cambió todo, incluso robándole la oportunidad de despedirse de Raúl. Este pueblo no es solo un sitio más en el mapa para él.

Cuando llegaron a Zaragoza el día anterior, Nieves los recibió con los brazos abiertos. La madre de Juanjo, que había estado al lado de Paco durante su larga estancia en el hospital, parecía aliviada de verlo fuera de aquellas frías paredes. Después de un mes luchando contra una neumonía que casi lo tumba definitivamente después de Navidad, Paco por fin está recuperado, aunque la silla de ruedas sigue siendo su compañera cuando las distancias se alargan y sabe que se va a cansar.

El coche se detiene en un camino rural, rodeado de campos en plena explosión primaveral. Paco siente que el aire fresco le llena los pulmones de una manera que el aire de la ciudad no puede. Nieves tenía razón, este lugar le hará bien. Pero mientras Juanjo y Martin lo ayudan a bajar del coche y preparan la silla de ruedas, Paco no puede evitar sentir un nudo en el estómago. La razón por la que están aquí no es solo para respirar aire fresco.

Martin se estira después del viaje, observando con curiosidad el paisaje. Aunque ya ha estado en Magallón antes, cada visita le recuerda lo diferente que es de Madrid. El olor a tierra, los sonidos lejanos del campo, todo se siente más vivo aquí. Se vuelve hacia Juanjo, que está terminando de montar la silla de ruedas, y le sonríe con complicidad.

-Parece un buen día para Paco, ¿no? -comenta Martin.

Juanjo asiente, pero hay una preocupación en sus ojos que Martin reconoce al instante. Juanjo siempre ha sido un libro abierto para él, y aunque intenta mostrarse fuerte, Martin sabe que este viaje también es difícil para él. No solo por el estado de la salud de Paco, sino por el hecho de que están volviendo a un lugar lleno de recuerdos dolorosos.

-Sí, es lo que necesita -responde Juanjo, levantando la vista hacia el cielo despejado.  -Después de todo lo que ha pasado, este es el mejor lugar para que él... bueno, para que encuentre un poco de paz.

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