Capítulo 3: La Fiesta de Fin de Año

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El último trimestre del año escolar había llegado. La emoción de la fiesta de fin de año comenzaba a apoderarse de todos los estudiantes, y con cada día que pasaba, Elisabeth sentía que el ambiente en el instituto cambiaba. A pesar de las clases y exámenes, la expectativa de la fiesta era lo que todos comentaban en los pasillos. Pero lo que realmente estaba en la mente de Elisabeth no era el evento en sí, sino su relación con Ethan.

Desde el torneo, las cosas entre ellos habían cambiado. Ya no era solo rivalidad; había algo más entre las sonrisas, las miradas prolongadas y las conversaciones que ahora compartían con mayor frecuencia. La tensión entre ellos seguía presente, pero de una forma completamente diferente. Era como si ambos estuvieran esperando que algo ocurriera, aunque ninguno se atrevía a dar el primer paso.

Una tarde, mientras Elisabeth salía del aula de historia, vio a Ethan apoyado en la puerta, esperándola. Su corazón dio un pequeño vuelco, aunque mantuvo su habitual postura de indiferencia.

—¿Sigues aquí? —dijo, arqueando una ceja—. ¿No tienes nada mejor que hacer?

—Te estaba buscando, en realidad —respondió Ethan, con su sonrisa confiada de siempre—. Quería hablar contigo sobre la fiesta.

Elisabeth lo miró con curiosidad. ¿Qué podía querer de ella respecto a la fiesta?

—¿Qué pasa? —preguntó, cruzándose de brazos—. ¿Finalmente necesitas mi ayuda para algo? Eso sí que es raro.

—Digamos que he estado pensando... —Ethan hizo una pausa, mirando sus ojos marrones por un segundo más largo de lo habitual—. Sé que te gusta competir, y a mí también. Así que, ¿qué tal si hacemos otro desafío?

Elisabeth suspiró, aunque en su interior se sentía intrigada.

—Déjame adivinar: algo que implique ganarte frente a todo el instituto, ¿no?

—En realidad, es algo diferente esta vez —dijo, suavizando su tono—. Mi propuesta es que vayamos juntos a la fiesta. Y si puedes pasar toda la noche sin discutir conmigo, sin lanzar ni una sola pulla sarcástica, admito públicamente que eres mejor que yo. Si no lo logras, yo lo admitiré... pero sobre ti.

Elisabeth lo miró con una mezcla de incredulidad y desafío. ¿Ir juntos? ¿Ethan y ella, como una pareja? La idea la sorprendió, pero más le sorprendió que no le resultara desagradable. De hecho, sintió un nudo en el estómago que no había esperado.

—¿Y qué gano yo exactamente con todo esto, además de arruinar la fiesta aguantándote toda la noche? —preguntó, fingiendo desinterés.

Ethan dio un paso hacia ella, reduciendo la distancia entre ambos, y habló en voz baja, casi como un reto:

—Ganas saber si realmente hay algo entre nosotros. O puedes seguir fingiendo que todo es solo rivalidad.

Elisabeth sintió cómo sus mejillas se calentaban, pero no se permitió mostrarlo. En lugar de apartarse, lo miró con la misma intensidad.

—Acepto el desafío, pero no te creas que va a ser fácil —dijo, alzando una ceja—. No estoy segura de que puedas resistirte a mis encantos toda la noche.

Ethan sonrió con una mezcla de diversión y algo más profundo.

—¿Quién ha dicho que quiero resistirme?

La noche de la fiesta llegó más rápido de lo que Elisabeth había esperado. Se pasó horas preparándose, aunque no quería admitir lo nerviosa que estaba. Por alguna razón, esta vez se había esforzado más de lo habitual. Su vestido era de un tono verde oscuro, elegante y sencillo, que resaltaba el brillo de sus ojos marrones y la suavidad de su cabello castaño, que caía en ondas sueltas por su espalda.

Cuando llegó al salón, los murmullos cesaron por un momento. Todos los ojos se volvieron hacia ella, pero había uno en particular que buscaba. Y allí estaba Ethan, esperándola cerca de la entrada. Él, con su cabello rubio peinado con despreocupada elegancia y sus ojos verdes que parecían observarlo todo, se veía increíble. Ambos se miraron desde la distancia, como si estuvieran preparándose para una batalla... o algo más.

Ethan caminó hacia ella con una sonrisa de medio lado, extendiendo la mano.

—¿Lista para perder? —le dijo en tono juguetón, pero con un trasfondo serio.

Elisabeth tomó su mano, aunque en lugar de una respuesta sarcástica, solo le devolvió la sonrisa.

—Siempre lista, Ethan.

La fiesta comenzó tranquila. Bailaron entre la multitud, charlaron con algunos compañeros y disfrutaron del ambiente. Ethan, para sorpresa de Elisabeth, fue encantador. Mantuvo la conversación ligera y entretenida, aunque ella notaba que la observaba con más atención de la habitual.

Después de un rato, ambos se escabulleron hacia el jardín exterior del salón, donde el bullicio era menor y las luces de colores iluminaban suavemente el césped.

—Bueno, hasta ahora no has roto tu promesa —comentó Ethan, apoyándose contra un árbol mientras la miraba—. ¿Seguro que no te estás esforzando demasiado?

—Créeme, podría hacer esto todo el día. Pero parece que tú estás siendo... casi encantador —respondió Elisabeth, sintiendo cómo la distancia entre ellos se iba reduciendo.

Ethan la miró en silencio por un momento, como si estuviera considerando qué decir a continuación. Finalmente, dio un paso más cerca, lo suficientemente cerca como para que Elisabeth sintiera el calor de su cuerpo.

—¿Sabes? Pensé que nuestra rivalidad iba a durar para siempre —dijo en voz baja, su tono ya no cargado de arrogancia, sino de algo más sincero—. Pero cuanto más te conocía, más me daba cuenta de que lo que realmente me gustaba era tenerte cerca. Y no solo por competir.

Elisabeth sintió su corazón acelerarse. Esa era la confesión que no esperaba oír. Ni siquiera estaba segura de cómo responder. Pero las palabras de Ethan resonaban con algo que ella misma había empezado a sentir desde hacía tiempo, aunque se había negado a admitirlo.

—Siempre supe que te gustaba perder —dijo al fin, en un tono suave, pero con una sonrisa que revelaba que el sarcasmo no podía ocultar la verdad.

Ethan soltó una pequeña risa y dio un paso más, hasta que sus rostros estuvieron a solo unos centímetros de distancia. Las luces de la fiesta brillaban detrás de ellos, pero todo lo que importaba en ese momento era la tensión entre ambos.

—Entonces, ¿quién está ganando esta vez? —susurró él.

Elisabeth no respondió con palabras. En lugar de eso, cerró la distancia que quedaba entre ellos y lo besó, un beso que llevaba años construyéndose, lleno de todas las emociones que nunca habían dicho en voz alta.

Cuando finalmente se separaron, ambos sonrieron, sabiendo que algo había cambiado para siempre.

—Parece que los dos hemos ganado esta vez —dijo Elisabeth, sintiendo que, por primera vez, la rivalidad había quedado atrás.

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