Capítulo 7: La Distancia que Crece

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Pasaron semanas desde que Elisabeth y Ethan decidieron tomarse un tiempo, y la distancia entre ellos solo parecía aumentar. Aunque ambos seguían viéndose en los pasillos del instituto, había un abismo invisible que los mantenía separados. Ninguno de los dos se acercaba, ninguno hablaba más allá de lo necesario, y las pequeñas interacciones que antes compartían ahora se reducían a miradas fugaces llenas de incertidumbre.

Elisabeth había intentado sumergirse en su vida cotidiana para distraerse. Estudiaba más que nunca, se concentraba en los deportes y en sus amigas, pero en el fondo, siempre había un vacío que no podía ignorar. Por mucho que intentara olvidarlo, sus pensamientos volvían a Ethan una y otra vez. No lo odiaba, ni siquiera estaba enfadada con él, pero la frustración persistía. ¿Cómo podían haber llegado a este punto, tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos?

Una tarde, mientras estaba en la biblioteca preparando un ensayo, Sophie se acercó, lanzándose en la silla frente a ella.

—Vale, Lizzie, tienes que hablar —dijo Sophie, cruzando los brazos—. Has estado rara últimamente. Ni siquiera mencionas a Ethan, y eso es mucho decir, porque antes no podías dejar de quejarte de él. ¿Qué ha pasado?

Elisabeth levantó la vista, suspirando. Sabía que Sophie tenía razón, pero no tenía ganas de abrirse. La situación con Ethan era confusa, y cuanto más lo pensaba, menos clara se volvía.

—No hay mucho que decir —dijo, encogiéndose de hombros—. Nos estamos dando un tiempo.

Sophie la miró como si eso no fuera suficiente explicación.

—¿Un tiempo? ¿Qué significa eso? ¿Han roto o no?

Elisabeth dejó el bolígrafo sobre la mesa y se recostó en la silla. No era fácil poner en palabras lo que sentía, porque ni siquiera ella tenía claro lo que significaba ese "tiempo".

—No hemos roto —aclaró lentamente—. Pero tampoco estamos juntos como antes. Las cosas se volvieron complicadas. Él está pasando por muchas cosas con su familia y, en lugar de hablar conmigo, se alejó. Así que... lo dejé ir, para que pudiera resolverlo a su manera. Pero... —dudó, sin saber exactamente cómo expresar lo que realmente le preocupaba—. No sé si eso fue lo correcto.

Sophie la observó con atención, asintiendo lentamente.

—Quizá lo necesitabas. A veces, dar espacio es lo mejor, pero... ¿crees que él va a volver? O sea, ¿crees que todavía siente lo mismo por ti?

Esa era la pregunta que había estado atormentando a Elisabeth. No sabía si Ethan volvería o si ya habían cruzado un punto sin retorno. Había una parte de ella que se preguntaba si él ya había decidido que era más fácil seguir adelante solo que tratar de enfrentar sus problemas con ella.

—No lo sé, Sophie —admitió finalmente—. Y eso es lo que más me asusta.

Mientras tanto, Ethan tampoco la estaba pasando bien. Aunque había querido tomar distancia para aclarar su mente, el vacío que sentía sin Elisabeth era mucho más profundo de lo que esperaba. Al principio, pensó que sería capaz de concentrarse en sus problemas familiares sin tener que preocupar a Elisabeth, pero la realidad era que todo parecía empeorar sin ella a su lado.

El conflicto constante entre sus padres seguía afectándolo más de lo que le gustaría admitir. Cada vez que llegaba a casa, los gritos eran inevitables. Su padre estaba fuera más a menudo y su madre se sumergía en su trabajo para evitar la realidad. Todo esto dejaba a Ethan en una posición que odiaba: impotente. Había pasado tanto tiempo intentando controlar todo a su alrededor que, cuando las cosas escapaban de sus manos, no sabía cómo reaccionar.

Un día, después de otra discusión particularmente dura en casa, decidió ir a la cancha de baloncesto del instituto para despejarse. Necesitaba escapar, aunque fuera solo por un par de horas. El sonido del balón rebotando contra el suelo y el eco de los tiros fallidos contra el aro le daba una distracción que, al menos por un momento, le permitía olvidar su caos interior.

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