Capítulo 18

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La noche fue una tortura para Samuel, quien estaba más que excitado por Alía, y su mujer no ayudaba mucho, pues había pasado toda la noche sobre él.

Cuando Alía estaba despertando, pudo ver esos ojos azules que tanto amaba. Con una sonrisa, lo besó. Lo había extrañado tanto que su corazón estaba latiendo como un loco con solo poder estar a su lado.

—¿Cómo estás, cariño?—, preguntó Alía. Estaba feliz de poder volver a estar en casa.

—Sabes que te extrañé mucho, cielo—, respondió con una hermosa sonrisa Samuel. Se sentía afortunado de tenerla, abrazarla y poder despertar a su lado.

Alía soltó una carcajada, pues sabía que su trabajo no le permitiría estar mucho en casa y más cuando le tocaba viajar para grabar. El corazón se le puso chiquito, pues quería reforzar más su amor con Samuel, quería saber más de las cosas que le gustan, sus hobbies.

Alía besó a Samuel, que a su vez estaba tocando la cintura de Alía. Su beso se fue tornando un poco más brusco. Los dos se deseaban tanto.

Samuel se dio la vuelta y recostó a Alía en la cama. Poco a poco fue introduciendo su mano en los hermosos senos de su chica. Alía ya estaba deseosa y dejaba salir suaves suspiros. Alía tocaba el pecho de su esposo, intercalando los besos desde sus labios hasta su cuello, pues se había dado cuenta de que era uno de los puntos de placer de Samuel.

No sabía por dónde empezar. Quería tanto estar con ella, pero quería darle mucho más amor a Alía. Suavemente, bajó las manos de sus senos, introduciéndolas en ese lugar que tanto le gustaba. Sintió los jugos de su esposa y se puso aún más como una roca. Le gustaba como Alía soltaba ese jugo natural y sentirla tan preparada por él le subía su ego.

Alía era un mar de suspiros y jadeos. Su pulso lo sentía a millón. Estaba segura de que en cualquier momento podía llegar.

Su esposo bajó y acarició su montículo. Los jugos de Alía sabían a gloria. Puso su mano en ese botón de Alía mientras hacía suaves movimientos y con su otra mano con sus dedos la acariciaba lentamente. Para Alía era una tortura. Lo quería tener ya entre ella, quería sentirlo, lo deseaba tanto.

—Cariño, por favor, te necesito, no puedo aguantar más.

—Shh, espera amor, quiero darte más amor—, dijo Samuel acariciando a su querida Alía en ese lugar que tanto le gustaba y lo volvía loco. Alía, al escuchar la voz ronca de su esposo, llegó a ese punto fuertemente. Sus piernas comenzaron a temblar y, aunque quisiera, no podía parar. Había estado tan desesperada por su esposo hace algunos días.

Samuel, sin perder más tiempo, la llenó muy fuerte. Alía solo pudo soltar un fuerte suspiro. Eso la había impresionado muchísimo. No esperaba que Samuel hiciera eso, pero le gustó, no aún más que eso, le encantó.

Samuel comenzó con unas fuertes estocadas, aún mientras Alía aún temblaba por su reciente placer. No esperaba que su esposa estuviera aún más deseosa.

—Dios amor, eres tan deliciosa, no sabes cómo me gusta que esté así de esa forma. Eres un ángel bebé así. Carajo, siento como si me quisieras fundirte conmigo aún más dentro de ti—, dijo Samuel en su oído.

—Samuel, por favor no pares, ¡Sí, así me encanta!.

Los suspiros y gemidos de los dos y las respiraciones irregulares eran lo único que se podía escuchar en esa habitación. Estaban locos el uno por el otro. Samuel amaba tanto a Alía como nunca pensó poder amar a una mujer, pues nunca tuvo el cariño de ninguna, hasta que conoció a la madre de Alia, quien lo trató como un hijo más.

Con tres estocadas más, Samuel y Alía llegaron juntos a ese punto de no retorno. Se sentían muy felices y dichosos. Él se recostó sobre ella dándole muchos besos en su deliciosa y delicada boquita. Le fascinaban los labios rosas naturales que tenía Alía. Quería tan fuertemente amar esa boca, quería tan locamente siempre estar juntos, pero sería en otra ocasión.

Salió muy lentamente de ella, la abrazó y la alzó en sus brazos. La llevó al baño, donde volvió a mostrar amor a su esposa. Después de un tiempo, los dos juntos se ducharon, se vistieron y salieron. Alía, junto con Samuel, iban a visitar a sus padres. Después de conducir por algún tiempo, llegaron a la imponente casa que tenía la familia Klaus.

Su madre fue la primera en salir corriendo de la casa. Sin duda, parecía una niña pequeña. Muchas veces quiso ir a verlos, pero la verdad es que quería darles un tiempo para que su hija se diera cuenta de que eran el uno para el otro. Y se puso mucho más feliz con lo que le había dicho su esposo el día de ayer. Por fin, podía estar feliz y relajarse al ver a su hija con esa sonrisa de enamorada.

Llegó hasta donde estaban juntos y abrazó a su hija.

—Te extrañaba tanto, mi pequeña. Mamá te pensó mucho—, dijo su madre con pequeñas gotas de agua en sus ojos.

—¡Mamá, todo está bien ahora! ¡Gracias!— Alía no sabía qué más decir, solo agradecer a su madre por su felicidad. Si no hubiera sido por ella, lo más probable es que hubiera huido el mismo día de la boda.

Mía asintió con una gran sonrisa, para luego abrazar a Samuel. Para ella, él era su hijo. Le estaba tan agradecida que no lo podía decir con palabras.

Alía estaba feliz de ver el cariño que su madre sentía por Samuel y, a su vez, el cariño que se reflejaba en los ojos de su esposo por su madre. Tenía la mejor familia y el mejor esposo.

 Tenía la mejor familia y el mejor esposo

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