Capítulo 32

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Después de que Alía llegó a casa, le dieron un té relajante para que pudiera descansar y luego esperar para ir al hospital y hacerle unos exámenes y curar la herida que aún tenía, pero que la hacía ver muy agotada.

Quien también se acostó a su lado fue Samuel. Solo Dios sabía lo preocupado que había estado por su esposa. Soltó suaves sollozos mientras tenía a su esposa abrazada, solo de pensar que le hubiera pasado algo peor o no volver a verla por culpa de un desquiciado.

Tocó suavemente el cabello de Alía, luego le dio un beso en su frente y después un suave beso en sus labios. La veía cansada, pero estaba bien, y estaba con él.

En la sala, todos estaban esperando a que los efectos del té terminaran de hacer su efecto para llevar a Alía al hospital. Anthony no se había querido mover aún al búnker hasta no saber si ese tipo le pudo hacer algo a su hija, pero de algo estaba seguro: se lo haría pagar el doble.

—Querido, ¿puedes calmarte? —dijo Mía viendo la mirada colérica que tenía su Tony en este momento.

—Cielo, lo que me estás pidiendo, creo que no podré cumplir, no hasta hacerle la vida imposible a ese hombre. Habrá deseado no haber nacido nunca, eso sí, te lo puedo asegurar. Nadie se mete con mi familia y queda impune.

Sofía, al ver al hombre que veía como un padre para ella, se desconectó un poco, pero en algo sí estaba de acuerdo con Anthony: ese tipo pagará por atreverse a llevar a Alía. El ama de llaves llegó llevándoles un plato de frutas y dejando unas bebidas para que los invitados degusten ya un poco más relajados, mientras la comida está lista y por fin puedan probar algo de comida decente.

Después de unas horas, Alía cobró el sentido y vio a su esposo acostado a su lado, abrazándola por la cintura.

—Cariño… ¿Te sientes bien? —la preocupación de Samuel era palpable para Alía, era como un hilo invisible, pero podía ver lo atormentado y preocupado que estaba su esposo.

—No te preocupes, amor. Estoy bien. Él no logró hacerme nada —dijo Alía alisando un poco el entrecejo de su marido.

—Alía, no voy a estar aliviado hasta que no te revise un médico, así que date un buen baño y vamos al hospital, solo así puedo estar tranquilo, amor— Sin más, Samuel se levantó de la gran cama y fue hasta el baño para preparar la tina para Alía. Volvió y la vio mirando a lo lejos, sentada en la cama. Se acercó, le dio un beso y salió. Tenía que hablar con sus suegros, juntos habían decidido llevar a Alía a un exhaustivo examen médico.

No querían que Alía estuviera involucrada con un psicólogo, ya que su padre la había entrenado para situaciones incluso peores que estas. Después del atentado que sufrieron cuando Alía era una niña, siempre que tenía la oportunidad y su padre tenía tiempo en las grabaciones, la llevaba a entrenar y enseñarle algún que otro truco.

Alía no hizo esperar más a su familia y sin más, fue hasta el baño, le metió a la tina y trató de no demorarse tanto. Sabía que quisiera o no, la iban a obligar a hacer ese chequeo médico. Se puso el vestido más simple que tenía en el closet, unas sandalias bajas y salió. Cuando llegó a la sala, toda su familia estaba sentada en el sofá. Su padre estaba de pie, mirando afuera por la ventana con una mirada perdida. Quizás estaba pensando en las mil formas en las que va a torturar a David.

—Creo que ya estoy lista para irnos—, habló, haciendo que su padre volteara a verla y el resto se levantara del sofá.

Por pedido, solo iban a ir Samuel y Anthony. Sofía y Mía se quedarían para preparar una rica comida con nutrientes para la chica.

Después de eso, salieron rumbo al hospital. Cuando llegaron, llenaron la ficha de ingreso, ya que un médico los estaba esperando. Había sido un médico veterano y ahora dirigía el hospital de su familia.

—Hola, Alía. Primero comenzaremos por unas preguntas y después procederemos a realizar un examen de sangre para descartar que no haya alguna anomalía en las plaquetas o glóbulos por los días de encierro —dijo el médico. Después de eso, el médico le hizo ciertas preguntas, a las cuales Alía respondió afirmativa y negativamente.

—Bueno, Alía, esta es una pregunta muy importante. ¿Ese hombre abusó sexualmente de ti? —Eso descolocó a todos. Samuel apretó los labios y sus nudillos se volvieron blancos. Alía, por un momento, quedó en shock, luego llevó su mirada y vio a su esposa. Eso la hizo reaccionar rápidamente.

—No, doctor. No hubo ningún abuso por esa parte. La mayoría del tiempo, cuando él no estaba, me mantuvo sedada y eran pocas las horas que podía estar de pie o consciente hasta que descubrí su táctica y no tomé más el medicamento.

La respuesta que dio hizo que los músculos de los hombres se aliviara y ellos se relajaran. Alía no perdió de vista a su esposo, como dejo de estar tenso y cerró sus ojos y trago lentamente, después la miró con esos ojos azules hermosos que la volvían loca y le dio una suave sonrisa, a lo que ella correspondió. Entró una enfermera y le tomó una muestra de sangre a Alía. Tomar muchos medicamentos que la doparan podía ser perjudicial si no llevaba un control y era recetado por un profesional de la salud.

Los minutos pasaron, luego llegó una hora. Samuel estaba más relajado, pues sabía que David no logró poner sus manos sobre su esposa. Eso lo llenó de un gran alivio, porque de no ser así, no sabía qué quedaría de ese animal.

 Eso lo llenó de un gran alivio, porque de no ser así, no sabía qué quedaría de ese animal

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