Otra perspectiva

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Conrad :

Estaba de pie frente al espejo en mi habitación, ajustándome el traje exclusivo de diseñador que había elegido para mi fiesta de cumpleaños.

La tela caía perfectamente sobre mi figura, realzando la silueta que tanto esfuerzo había costado mantener. Mientras me observaba, recordé cómo, a los diecisiete años, había comenzado mi carrera como modelo en la agencia que dirigía mi madre. Desde entonces, mi trayectoria había sido meteórica; a los veintisiete, era uno de los actores más cotizados y solicitados del país.

Mi vida era exactamente como siempre había soñado: tenía una casa propia repleta de lujos inimaginables, personal que se ocupaba de todos los detalles y la compañía de la mujer que quisiera, cuando quisiera. Solo tenía que preocuparme por mantener mi imagen y aparentar tener veinticinco años.

En el mundo del espectáculo, parecer más joven siempre era ventajoso. Todo era perfecto, un reflejo de mis deseos más profundos, y estaba decidido a mantener ese estatus o, mejor aún, conquistar el mundo entero.

Sin embargo, había momentos en que una extraña sensación me invadía, una inquietud breve pero intensa que no podía ignorar. Me preguntaba por qué, a pesar de mi éxito, sentía que algo me faltaba.

Tal vez se debía a que me acercaba a los treinta años, y el eco de la famosa "crisis de los treinta" resonaba en mi mente. Siempre había experimentado todo antes que los demás; quizás ahora era el momento de enfrentar esa realidad.

Me ajusté el traje una vez más y sonreí frente al espejo, satisfecho con mi reflejo. "Perfecto", me dije a mí mismo, cuando Jack, mi asistente, guardaespaldas y amigo de confianza, entró en la habitación.

-Es hora de ir a la fiesta- anunció, y sentí una mezcla de emoción y seriedad en su voz.

Esa celebración estaba a punto de comenzar en otra de mis lujosas mansiones, esa estaba en las colinas de San Francisco, con una vista perfecta de la bahía, un lugar que siempre había elegido para momentos como este.

Era el escenario ideal para una noche que prometía ser inolvidable, aunque una pequeña parte de mí seguía preguntándose si, en medio de todo el lujo, realmente era feliz, y en segundos la respuesta llegaba a mi mente de manera automática " Si! Totalmente! "

-No te embriagues porque te dejaré tirado, no cuido borrachos -me aconsejó Jack apenas estacionamos, antes de bajar del automóvil.

-¡Fue una sola vez! ¿No vas a olvidarlo nunca, verdad? -bromeé mientras ambos descendíamos.

-¡No! ¡Lanzaste todo encima de mí! Fue totalmente asqueroso, aún no lo supero -respondió entre risas, recordando aquella noche desastrosa.

Ambos comenzamos a cruzar el jardín, que estaba perfectamente iluminado, con faroles de diseño que destacaban el lujo del lugar.

Podía oler el césped recién cortado y el aire fresco que subía desde la bahía de San Francisco. Mientras caminábamos hacia la entrada principal de la casa, nuestras risas rompían la tranquilidad de la noche. Estaba claro que la velada prometía ser interesante, pero con Jack siempre había esa mezcla entre diversión y advertencias amistosas.

-Bueno, esta vez intentaré no arruinarte la noche -dije, sonriendo.

-Eso espero, porque esta vez no te voy a cargar hasta la cama -me lanzó una última broma.

-¿Recién comienza la celebración y ya hay una damisela en apuros? -señaló Jack hacia adelante, deteniéndose en seco.

Seguí su mirada y vi a una joven que corría, sujetando su vestido con una mano, haciendo un equilibrio casi acrobático en sus tacones. Con la otra mano sostenía su teléfono pegado a la oreja, pero lo que más llamaba la atención era que parecía llorar desconsoladamente.
La escena era casi surrealista, como un cuadro de caos en medio de la elegancia de mi fiesta.

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