Obsequios

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Julia: 

Llegué apresurada a la casa de Cindy, apenas con tiempo para respirar después de sortear el tráfico de la mañana. Sabía que iba tarde, lo cual me incomodaba un poco, pero no esperaba que la situación fuera tan relajada cuando llegara. 

Cindy ya me esperaba en la puerta junto a Matthew, ambos impecables como siempre. Ella, con esos aires de grandeza que parecían ser parte de su personalidad, no me criticó ni hizo un comentario sobre mi tardanza. Al contrario, con una sutil sonrisa y en su estilo inconfundible, me agradeció que hubiera llegado.

Nos dirigimos al estudio de su casa para trabajar en la nueva campaña. Lo poco que pude ver al entrar me dejó fascinada. La decoración era minimalista, pero cada rincón desbordaba elegancia y glamour. Todo parecía tener un propósito, desde los muebles de líneas rectas hasta los detalles en tonos neutros que daban al espacio un aire de sofisticación casi natural. El lujo estaba allí, pero de una manera discreta, sin necesidad de alardear. Me encantaba.

Ya en el estudio, nos pusimos manos a la obra. Cindy, con su estilo único, comenzó a lanzar sus ideas. Exigencias excéntricas, por supuesto, como todo lo que venía de ella. Sin embargo, a medida que avanzábamos en la campaña, me di cuenta de que no eran excentricidades vacías. Cindy tenía una visión clara y estratégica detrás de todo lo que pedía, y cuanto más la escuchaba, más admiraba su inteligencia. Parecía que cada detalle, por más extraño que sonara al principio, tenía un propósito claro.

Después de una hora de intenso trabajo, decidimos hacer una pausa para un almuerzo tardío y ligero, o al menos eso pensé. Me sorprendió cuando Cindy, en lugar de las típicas ensaladas que solía comer, me sirvió a mí y a Matthew un bistec acompañado de vegetales decorados como si fueran una obra de arte. Estaba delicioso, y me pareció un gesto delicado por parte de Cindy, quien se había reservado su acostumbrada ensalada pero nos brindó a nosotros algo mucho más elaborado.

Durante el almuerzo, Cindy, en un raro momento de relajación, se mostró más cercana. Me preguntó cómo había sido mi fin de semana, y aunque no había hecho nada del otro mundo, comencé a contarle, como suelo hacer, con total naturalidad. Les hablé de lo que había hecho el viernes y el sábado, y aunque para mí eran cosas completamente comunes, tanto Cindy como Matthew me escuchaban con una atención que me hizo sentir como si estuviera narrando la historia más interesante del mundo. 

Me reí por dentro. Tal vez, después de todo, mi vida cotidiana tenía más encanto del que yo misma pensaba.

—¿Odias a tu hermana o media hermana, Juliette? —me preguntó Cindy de repente, dejando sus cubiertos a un lado.

—¿Odias a tu hermana o media hermana, Juliette? —me preguntó Cindy de repente, dejando sus cubiertos a un lado

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La pregunta me tomó completamente por sorpresa. Nunca me había planteado algo así, ni siquiera lo había pensado, y mucho menos esperaba que Cindy lo preguntara tan directamente.

—¡No! —respondí, sintiendo la sorpresa en mi voz—. Que no tengamos gustos en común o que nuestras personalidades sean distintas no significa que la odie. A decir verdad, muchas veces, demasiadas, diría yo, le encanta molestarme por ser tan "común". Pero no la odio. Solo... solo espero que consiga lo que quiere. A veces se siente frustrada, y no me gusta verla así. Nadie merece sentirse de esa manera—

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