Capitulo 18

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Lucifer

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Entro al edificio Ditorres por las puertas giratorias de cristal y atravieso la gran recepción hasta llegar a Akantha. Me muestra los documentos y me apoyo en la barra de recepción para firmar las hojas. Escucho unas fuertes carcajadas infantiles y por inercia alzo la vista para ver quien no puede controlar a su engendro en un lugar tan sofisticado como este.

Veo a la pelirroja salir del ascensor y me enderezo de inmediato, de la mano lleva a su molesto clon y le hace señas que baje la voz mientras sonríe ampliamente. Me quedo como idiota mirándolas mientras cruza el lugar esquivando personas que no se percatan del tesoro que pasa junto a ellos.

—Lucifer —me habla Akantha y le elevo la mano para que se calle. Mis pies comienzan a avanzar sin ponerme a pensar en ello cuando cruzan la puerta y sale del edificio.

Quedo a unos metros de ellas viéndolas con atención a través del cristal. El corto cabello de la pelirroja ondea con el ligero viento y pasa su delgada mano por este para retirarlo del rostro. Me encanta ese nuevo look en ella, la hace ver más mujer, más madura y más atrevida también. ¿Cómo diablos la regreso?

Se paran en el último escalón y supongo que esperan a alguien. La molesta miniatura mueve las manos de ambas en un vaivén y platican muy animadas entre ellas. Trago en seco al detallarlas juntas y la punzada de ira y decepción me golpea el pecho. Por más que intento hacerme a la idea no logro comprender que ahora es la esposa de ese infeliz. La extraño tanto, y nunca creí decir esto, pero me muero porque me regale un beso.

Mi mente no concibe el hecho de que le haya dado una hija. Una hija que debería ser mía. La vida más mierda no pudo ser con nosotros ¿para qué juntarnos y hacernos sentir algo si de igual manera ya tenemos camino separados y lejos uno del otro.

Doy un largo suspiro y decido dejar de torturarme así, doy un paso para moverme del ventanal, pero no aparto la vista cuando veo una gran camioneta negra parquearse frente a ellas con una brusquedad inusual, la pelirroja jala a su hija para pegarla a su pierna y mis sentidos se ponen alerta al ver a los dos hombres encapuchados abrir la puerta lateral y brincar fuera de la camioneta.

Mis pies ya están en camino cuando toman a la niña en brazos y a Júpiter la suben jalones. Intento salir pero la gente no meja pasar.

—¡Quítense a la verga de mi camino! —me dan acceso y salgo corriendo del edificio— ¡Trae mi moto!

Le grito al guardia que salió detrás de mí paniquiado y lo veo correr detrás de mí para dirigirse al subterráneo mientras pide la moto por el radio. Cuando estoy a dos metros de la camioneta cierran la puerta y arrancan de ahí a toda velocidad.

Corro pero no los alcanzo, me desespero mientras las veo partir, escucho el rugido y volteo para ver al guardia arriba de ella. Baja cuando esta frente a mí y rápido me pongo el casco en lo que subo afanado. Las llantas tocan el asfalto de la avenida y acelero pasando entre un auto y otro.

No logro ubicar la camioneta y en cada crucero verifico que no haya tomado alguna vuelta. Logro ubicarla calles más adelante un giro a la izquierda para alcanzarla. Escucho los clacson de los autos cuando me les atravieso y solo me concentro en llegar a ellas.

Mi uniforme de entrenamiento me pica y los poros me arde. Estoy muy cercas de ellas y dos autos salen por unas de las calles interponiéndose entre nosotros. La siguen muy de cerca y sopesa mis opciones, me quedo detrás de ellos y tomamos la carretera hacia el aeropuerto.

Corazones DestrozadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora