9: Una sombra lejana

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Violeta subió los escalones de dos en dos, con el corazón latiendo furiosamente contra su pecho. Cada paso retumbaba en su mente mientras intentaba procesar lo que había visto. El pasado estaba volviendo y esa sensación de peligro se clavaba en su estómago como una daga. Al llegar al último piso, encontró la puerta de la suite presidencial de Chiara entreabierta, una señal que activó todas sus alarmas.

—¡Chiara! —gritó al entrar, su voz reverberando en el pasillo vacío.

—Aquí... —respondió la voz temblorosa de Chiara desde el interior.

Violeta corrió hacia la habitación y, al entrar, encontró a Chiara en la cama, abrazada por Martin y Ruslana, quienes intentaban consolarla. Chiara estaba nerviosa, con las manos temblorosas y la mirada perdida. La tensión en la habitación era palpable, pero la presencia de otros dos cuerpos cerca de ella no tranquilizaba en absoluto a Violeta.

—Fuera —ordenó Violeta, su tono frío y cortante, aunque contenía una urgencia innegable.

—Pero, Violeta... —vaciló Martin, mirándola como si no terminara de entender.

—¡He dicho fuera! —su voz fue un rugido que no admitía réplica. —Llamad a seguridad. ¡Ahora!

Martin y Ruslana intercambiaron una mirada de preocupación, pero sabían que no podían desafiar a Violeta en ese estado. Se levantaron lentamente y salieron de la habitación, lanzando una última mirada a Chiara antes de irse. Violeta cerró la puerta tras ellos y se acercó rápidamente a Chiara. La vio tan vulnerable, tan frágil en ese momento, que su corazón se rompió en mil pedazos. Quería abrazarla, decirle que todo estaría bien, pero no podía permitirse tal debilidad. No ahora.

—¿Qué ha pasado? —preguntó con voz dura, aunque por dentro se estaba desmoronando.

Chiara, con las manos entrelazadas en el regazo, le respondió con un hilo de voz:

—Un hombre... con acento ruso... vino preguntando por ti. Me dio un papel con una dirección y me dijo que era importante que lo supiera.

Los ojos de Violeta se encendieron de rabia, un destello de furia mezclada con miedo. Un acento ruso. Sabía exactamente lo que significaba.

—¿Dónde está ese papel? —preguntó, su voz convertida en un susurro lleno de ira contenida.

Chiara lo sacó lentamente del bolsillo de su pantalón y se lo tendió. El papel temblaba en sus manos mientras lo hacía. Violeta lo tomó y lo desdobló con brusquedad. La dirección que estaba escrita confirmaba sus peores sospechas. Esto no era una coincidencia. No podía serlo.

—¿Quién era? ¿Cómo era? —interrogó con una intensidad que hizo que Chiara se echara hacia atrás.

—¡No lo sé! —gritó Chiara, desesperada—. No me dijo su nombre, solo que debía hablar contigo y que si no lo hacías... sería yo quien saldría malparada. ¡Quiero una explicación, Violeta! ¿Qué está pasando?

Violeta la miró, su mandíbula apretada, los ojos llenos de angustia, pero no podía decírselo. No podía involucrarla en esto, no cuando su vida podría estar en peligro. No cuando el pasado estaba a punto de alcanzarla de nuevo.

—No puedo... ahora no. —Violeta cerró los ojos, luchando por controlar la oleada de emociones que la invadía.

En ese momento, la puerta se abrió de golpe. Martin y Ruslana regresaron acompañados de un hombre de seguridad del hotel. El hombre, con uniforme impecable, lucía desconcertado pero profesional, dispuesto a lidiar con la situación.

—Señorita, estamos aquí para asegurarnos de que todo esté bien —dijo el hombre, con voz firme.

Pero antes de que pudiera dar un paso más, Violeta se movió con la rapidez de un rayo. Lo agarró con una llave de lucha, inmovilizándolo contra el suelo en cuestión de segundos, mientras el hombre gimoteaba de dolor y sorpresa. Ruslana y Martin se quedaron helados, mientras que Chiara, todavía en la cama, gritó aterrorizada.

CONDENA Y TULIPANES - KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora