El ambiente en la habitación se sentía denso, cargado de emociones que ninguna de las dos había previsto cuando Chiara decidió ir a hablar con Violeta. El silencio que siguió a la confesión de la cantante sobre sus sentimientos quedó eclipsado por la gravedad de lo que acababa de descubrir en la espalda de Violeta. Y ahora, mientras se sentaban una frente a la otra, el aire parecía más pesado. Violeta se reclinó en la cama, tomando aire lentamente, como si necesitara reunir todas las fuerzas posibles antes de comenzar a hablar.
—Hace siete años... —comenzó Violeta, su voz suave, pero tensa, como si revivir esos recuerdos le costara físicamente—, trabajaba para el gobierno, pero no como escolta. Era agente especial. Agente secreto, para ser más exacta.
Chiara frunció el ceño, procesando lo que acababa de escuchar. No era lo que siempre había pensado.
—Pensaba que eras escolta de algún alto cargo político —dijo Chiara, casi sin querer, más para sí misma que para Violeta.
—Eso es lo que debo decir —respondió Violeta con una pequeña sonrisa amarga—. Mantener la tapadera es fundamental para proteger a las personas que siguen trabajando en el CNI. No es algo que pueda contarse a cualquiera.
Chiara asintió, aunque su cabeza era un torbellino de pensamientos. Se preguntaba cuántas veces Violeta había estado en peligro sin que ella lo supiera. Pero antes de que pudiera decir algo más, Violeta habló de nuevo, sus ojos brillando con una mezcla de dolor y cansancio.
—Ese hombre... el que me hizo estas heridas —continuó, señalando vagamente su cuerpo—. Nikolay. Es también el responsable de la cicatriz de bala que tengo en la espalda.
El corazón de Chiara dio un vuelco. Por un momento, sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. No se había dado cuenta de la magnitud de lo que Violeta había estado enfrentando.
—¿Quién es él? —preguntó Chiara, con voz temblorosa.
Violeta tragó saliva, sus ojos vagando por la habitación, como si buscara las palabras adecuadas, aunque sabía que no había manera fácil de explicar lo que había ocurrido. Y aunque no quería decirlo, sabía que Chiara necesitaba entender la gravedad del asunto.
—Hace casi una década, trabajábamos para detener a una mafia rusa que se había instalado entre Madrid y Barcelona —empezó Violeta, sin apartar la vista del suelo—. Nikolay Popov estaba al frente de todo. Mujeres, armas, drogas... lo controlaba todo. Llevaba décadas destruyendo vidas y dejando un rastro de muerte y sufrimiento. Era conocido por los asesinatos, las violaciones, los allanamientos de morada... todo lo inimaginable.
Chiara sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo, pero permaneció en silencio, permitiendo que Violeta continuara. No podía ni imaginarse el infierno por el que había pasado.
—Cuando supimos que estaba operando en España, el CNI nos envió tras él. Yo lideraba el equipo. Durante meses, seguimos su rastro, atrapamos a sus hombres, interrumpimos sus operaciones. Pero no fue suficiente. Nikolay nos descubrió. Supo quiénes éramos y, más importante, descubrió quiénes eran las personas que amábamos.
Chiara notó un cambio en la voz de Violeta, como si estuviera a punto de desmoronarse. Pero Violeta continuó, con una expresión que oscilaba entre el dolor y la rabia.
—Mandaron seguirme. Investigaron cada aspecto de mi vida. Sabían dónde vivía, a quién frecuentaba. Y fue entonces cuando secuestraron a Julia. —Violeta cerró los ojos un momento, como si la sola mención de ese nombre fuera una daga clavándose en su pecho.
—¿Julia? —preguntó Chiara en un susurro, dándose cuenta de lo importante que había sido esa mujer para Violeta.
—Era mi novia en ese entonces. Estuvimos juntas desde la universidad —respondió Violeta, su voz quebrándose por un segundo—. Y yo, como una estúpida, fui directamente a ellos cuando recibí el aviso. Me dijeron que fuera a una nave industrial cerca de Toledo. Era como la que usaron en Berlín para secuestrarme hace poco, pero en ese momento... fui sola. Sin armas, sin refuerzos. Sólo quería salvarla.
Chiara sintió una punzada de dolor en el pecho, una mezcla de empatía y miedo por lo que Violeta estaba a punto de contarle.
—Cuando llegué, la vi... —Violeta apretó los puños con fuerza, clavando las uñas en las palmas de sus manos—. Julia estaba maniatada, golpeada. Drogada... Apenas podía moverse. Perdí el control. No pensé. Me lancé contra Nikolay. Y... antes de que pudiera alcanzarlo, me disparó. —Violeta señaló el lugar de la cicatriz en su espalda, el punto exacto donde Chiara había visto la herida momentos antes.
Chiara contuvo el aliento. La imagen de Violeta herida, sola, intentando salvar a su novia la hizo sentir una oleada de compasión y dolor por ella.
—Cuando desperté horas más tarde... —Violeta hizo una pausa, como si las palabras no pudieran salir—. Había perdido mucha sangre. Y Julia... ella ya no estaba. Solo estaba su cuerpo, sin vida, tumbada a mi lado y abrazándome. Como si hubiera intentado protegerme hasta que le arrebataron la vida —Su voz apenas era un susurro, pero la intensidad de la tristeza en su tono era palpable.
Chiara no supo qué decir. No había palabras que pudieran consolar a alguien que había pasado por algo así. Todo lo que quería hacer era abrazarla, borrar el dolor de su rostro. Pero en lugar de moverse, se quedó quieta, dándole a Violeta el espacio para seguir hablando.
—Ese día en Berlín, el hombre que entró en tu habitación era Nikolay. Ha escapado de Moscú y lleva tiempo escondiéndose en Berlín. Pero me vio a través de las redes sociales. Sabe que estoy contigo. No podía perder la oportunidad de volver a destrozarme la vida, porque, según él, yo se la destruí primero. Lo que no sabe él es que, yo, no hay una vez que cierre los ojos y no vea el cuerpo magullado de Julia tumbada a mi lado. Ni siquiera sé qué le hicieron antes de matarla. No sé nada. ¿Y sabes qué es lo peor? Que ella nunca supo a qué me dedicaba. Era una norma estricta: mantener la tapadera. Y la mía era la de fingir una vida normal, mentirle a mi novia, la persona a la que amaba por aquel entonces, hasta su muerte. No hay un día que no me despierte con la mañana con la sensación de que debí haber sido yo quien muriera en aquella nave.
Un largo silencio se apoderó de la habitación. Chiara sintió un nudo en la garganta, y por un momento, no supo cómo procesar lo que Violeta le había contado. La magnitud del dolor, la pérdida, el peligro en el que ambas se encontraban ahora, todo parecía demasiado para soportarlo.
—Violeta... yo... —Chiara intentó decir algo, pero las palabras no llegaban.
Antes de que pudiera continuar, alguien llamó a la puerta de la habitación. Ambas se quedaron inmóviles, como si el sonido las hubiera paralizado. Violeta reaccionó primero. Se levantó de la cama con rapidez y puso un dedo en los labios, indicándole a Chiara que no hiciera ningún ruido. Se movió con sigilo hacia la puerta y tomó su arma de la mesita de noche, pero no abrió. En cambio, se quedó a un lado, escuchando atentamente, su cuerpo tenso, preparado para cualquier cosa. Chiara sintió su corazón acelerarse. Todo lo que Violeta le había contado hacía que ese simple golpe en la puerta se sintiera como una amenaza. Sabía que, de alguna manera, estaban en peligro, pero no sabía hasta qué punto. El silencio en la habitación se volvió insoportable, y Chiara contuvo la respiración, esperando a que Violeta hiciera el siguiente movimiento.
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CONDENA Y TULIPANES - KIVI
FanfictionChiara Oliver es la nueva superestrella del pop-rock en España. No hace tanto que la menorquina se hizo con fama tras participar en un programa de televisión, pero el último año la ha llevado a lo más alto de las listas internacionales. Tanto es as...